viernes, 3 de junio de 2016

Volver A Amar: Capítulo 61

Ella se estrujó las manos.

—Sí.

—¿Por qué?

—Para casarse con María Laura.

Pedro contuvo la respiración.

—¿Lo amabas?

—No.

—¿No? —repitió incrédulo.

Paula cerró los ojos, tratando de controlarse.

—Tenía dieciocho años cuando me casé con él, y pensé que lo amaba. Fue más tarde cuando… me dí cuenta que no era así.

—¿Más tarde? —la urgió a responder.

—Hubo otras mujeres, siempre hubo otras mujeres. Lau estaba muy lejos de ser la primera.

—¿Pero estaba decidido a casarse con ella?

—Sí.

—¿Te había pedido el divorcio?

Ella asintió.

—La noche del accidente.

—¡Dios mío! —Pedro se hundió en una silla—. Yo creí que lo amabas. Creí que él era la causa por la que no me dejabas acercarme a tí, por la que no te podías entregar como lo hiciste anoche.

Paula se arrodilló al lado de su silla.

—Tienes que saber cómo iban las cosas entre Antonio y yo, Pedro, no sólo pedazos de la historia —le tomó las manos y lo miró suplicante.

—Entonces, dímelo —le dijo.

En un principio le fue difícil hablar, decirle cosas que jamás le había dicho a nadie; todos los terribles recuerdos que mantenía encerrados en el fondo de su mente. Le contó lo que ella había supuesto para la hombría de Antonio, lo de su noche de bodas y las demás noches en que había abusado de ella, de su violento temperamento, de las últimas Navidades, de sus amenazas cuando al fin ella se negó a seguir compartiendo su cama después de nacer Martina.

Pedro la escuchaba, incrédulo al principio, luego furioso.

Paula se sentía vacía, sin emociones. Necesitaba más su consuelo que su furia, aunque sabía que iba dirigida a Antonio, no a ella. De momento. Aún tenía más que decirle.

—¿Por qué no lo dejaste? —quería saber, lo exigía—. No lo amabas; entonces, ¿por qué no te divorciaste?

Ella se mojó los labios resecos.

—Estaba Martina…

—Martina le tenía miedo —dijo él—. Eso se ha hecho evidente en los tres meses que llevamos casados.

Tenía razón. Ella había creído que las pesadillas de Martina se debían a la ausencia de Antonio, pero ahora sabía que eran porque temía que volviera. No tenía idea de que Martina estuviera tan afectada por la crueldad de su padre, pero la ternura de Pedro se lo había comprobado.

—Era su esposa…

—Y lo odiabas —Pedro la miró con fijeza—. No dormías con él desde hacía cinco años. La verdad que me cuesta creerlo —movió la cabeza—. Todos creímos que lo amabas. Patricia, Gerardo, yo —suspiró—. Pensé que era por eso que soportabas a sus otras mujeres. ¿Por qué aguantaste ese comportamiento, Paula?

Ella giró en redondo.

—Estábamos casados, y para mí mis votos de matrimonio eran sagrados — ahora que había llegado el momento, no podía, no podía contarle a Pedro el último secreto que la había retenido cautiva de Antonio.

—¿Y por qué demonios los hiciste, en primer lugar? —exclamó Pedro—. No debiste ser su esposa, Paula. La noche en que te conocí, cuando levanté la vista y ví tu imagen en la ventana, pensé que estaba soñando. Eras todo lo que siempre había querido, lo que siempre había soñado en una mujer. Cuando me dí cuenta de que eras real supe que no te podía dejar escapar, que eras la mujer creada para mí, así como yo era el hombre destinado a tí. Y luego supe que no habías esperado nuestro encuentro, como lo había hecho yo, que ya tenías esposo. Eso casi me mató.

Paula recordó su comentario la noche en que se conocieron, de cuan paciente había sido al esperarla. Ahora sabía que aun entonces le había dicho la verdad, que todo lo que había dicho y hecho desde entonces era porque la amaba.

--Estaba sola y era muy joven. Necesitaba de alguien que me amara —se defendió ella—. Yo… yo pensé que Antonio me amaba. Cuando me dí cuenta de que no era así, era demasiado tarde.

—Pero luego… podías haberte divorciado.

—No —gimió ella.

—¿Por qué demonios no?

Ella tragó saliva, aspiró hondo y se puso de pie. Había llegado el momento de la verdad final.

—¡Porque me habría quitado a Martina! Me habría quitado lo único que me importaba en el mundo —terminó, estallando en sollozos.

—No podía…

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