lunes, 6 de junio de 2016

Propuesta Arriesgada: Capítulo 7

Pedro Alfonso sacudió la cabeza.

—Yo nunca bromeo cuando cortejo a una mujer. Pero tú eres una niñita, tal vez te asusté.

Ella se humedeció los labios, nerviosa.

—Sí, un poco.

—Lo imaginé, bueno, esta vez te estoy previniendo, te doy dos segundos para que desaparezcas, si no te besaré otra vez.

La chica trató de moverse pero había algo que se lo impedía, y Pedro se inclinó para besarla por segunda vez. Casi la levantó del piso al atraerla hacia él. Sus labios se movían con suavidad sobre los de ella, a la vez que le acariciaba la espalda.

Paula deseaba de corazón sentirse amada. Había pasado tanto desde que alguien la había besado y abrazado. Se sentía víctima de su propia necesidad de cariño. Abrazó a Pedro y estaba parada de puntillas para aumentar la presión de sus bocas.

—Paula… —él la alejó de sí, sorprendido.

—Sí… Paula —dijo despacio una voz sarcástica desde la puerta.

Paula miró a Fabiana con expresión de culpa y librándose de los brazos de Pedro, fue hacia la puerta y salió de la habitación.

—¡Paula!…

—No te preocupes por ella —Fabiana interrumpió a Pedro que iba tras la joven, y mientras le acariciaba el pecho, agregó—: Paula tiende a ser un poco emocional —en voz baja añadió—: Los jóvenes tienen un modo diferente de ver estas cosas.

Paula se volvió a tiempo para ver que Fabiana se apoyaba insinuante contra Pedro, empujándolo con suavidad para que entrara en la habitación de nuevo.

Paula no podía permanecer en ese lugar ni un momento más. Quizá iba a ser despedida, a quedarse sin empleo y sin un sitio para dormir; aunque después de lo que Fabiana había visto, no había duda de que no le permitiría vivir en el motel.

Una vez que llegó a su habitación, metió todas sus pertenencias en la maleta. Lloraba. De seguro Pedro había descubierto que Fabiana tenía mucho más que ofrecerle.

¡Oh, Dios! Cómo lo odiaba, los aborrecía a los dos. ¡Cómo había permitido que Pedro la besara y lo peor: le había correspondido!

De pronto, la puerta de la habitación se abrió con violencia y Marcos Johnston entró y la cerró.

—Bueno, bueno, bueno… —dijo sarcástico, desvistiéndola con una mirada insolente—. ¿Adónde vas? —preguntó mirando la maleta abierta.

—Me voy —Paula arrojó otros objetos en la maleta—, ahora mismo.

—¿Ah, sí? —inquirió burlón, con los brazos cruzados.

—Sí —respondió Paula, dirigiéndose al baño a sacar sus cosméticos.

Marcos la siguió y la tomó por los hombros haciéndola volverse para mirarlo de frente.

—¡No puedes dejarme así!

—Pues ya me voy —trataba de liberarse de los dedos que sujetaban su brazo pero no lo consiguió—. Déjame ir, Marcos.

—¡No, hasta que me hayas dado lo que quiero, lo que le diste al tipo del cuarto veintiséis anoche! —los labios húmedos de él se posaron sobre los de la joven.

—¡No! —la chica desesperada forcejeaba.

—¡Sí! —la tumbó sobre la cama y se tendió a su lado. Este hombre grotesco la hacía sentir náuseas de tal modo, que ni siquiera podía luchar para evitar que empezara a desvestirla—. Te advertí que yo era el primero en lista cuando te decidieras a ser amable —respiraba agitado al ver la desnudez de Paula—. Fabiana me dijo que pasaste la noche con ese tipo —refunfuñó.

Esto último la hizo reaccionar.

—¿Fabiana te lo dijo?…

—Sí, hace unos momentos.

Acababa de decírselo, eso significaba que Fabiana había dejado a Pedro casi de inmediato. Con seguridad él la había rechazado, sí… la había rechazado.

Entonces comenzó a luchar, a defenderse, aunque no tuvo tiempo para preguntarse por qué la falta de interés de Pedro en Fabiana, había propiciado en ella una reacción así.

—¡Déjame ir Marcos! —ordenó con firmeza—. ¡Déjame ir! —repitió con pánico de ser poseída por aquel hombre.

De pronto alguien lo apartó de ella y lo estrelló contra la pared.

—Ya oyó a la señorita —Pedro hablaba con una suavidad peligrosa—. A ella no le gusta que la toque.

Paula estaba demasiado ocupada abrochándose la blusa como para darse cuenta del daño que Pedro podía hacerle a Marcos, sin duda, era más fuerte.

Marcos sonrió.

—Es toda suya si la quiere tanto como para pelear por ella. En lo personal, nunca me ha parecido la gran maravilla.

—¿Por qué, usted?… —la joven se interrumpió.

—Guarde sus sucios comentarios —advirtió Pedro con voz áspera, apretando más el cuello de Marcos—, ¿o le gustaría que yo le?…

—¡Pedro!

—¡Tú ya puedes largarte! —Marcos le gritó a Paula, iracundo—. ¡Toma tus cosas y lárgate!

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