miércoles, 29 de junio de 2016

La Usurpadora: Capítulo 20

—Toma —Pedro recogió la hoja y se la dio a su socio—. Será mejor que también la leas.

Miguel Chaves no hizo esfuerzo por tomarla.

—Puedo adivinar lo que dice —dijo con voz apagada.

Pedro encogió los hombros y dejó caer el informe sobre el escritorio.

—Entonces, apoyo a Paula. ¿Por qué lo hiciste?

—¿Por qué Alejandra  se llevó a Paula y yo me quedé con Prisci?

—¡Exactamente! —exclamó la chica con amargura.

Miguel suspiró nervioso:

—Creo que Prisci debe estar aquí para escucharlo. No quiero tener que decirlo dos veces. ¿Quieres ir por ella, Pedro?

—¿Paula? —Pedro frunció el ceño.

El hombre a quien había considerado su enemigo hasta hacía unos minutos, parecía ser ahora el único sostén de la chica.

—¡No me deje! —le rogó Paula tomándolo de un brazo.

Él contuvo el aliento antes de tomar la mano de la joven con firmeza.

—Tal vez deberías ir tú por Prisci, Miguel —sugirió sin dejar de mirar a Paula.

—Por supuesto —aceptó el hombre—. N… no tardaré —y cerró la puerta.

Paula tragó con fuerza y apartó la mano de la de Pedro.

—Lo siento. E… estoy muy confundida.

—Todo está bien —la tranquilizó—. Tú realmente creías que tu padre había muerto, ¿verdad?

—Sí. Mi madre siempre dijo… bueno, dijo…

—Miguel le dijo a Prisci lo mismo acerca de su madre. Esto necesitará cierta comprensión.

Paula pensó que jamás entendería la crueldad de separar a dos bebés menores de un año. Podía haber pasado toda la vida sin saber que tenía una gemela. ¿Qué fue lo que impulsó a sus padres a hacer tal cosa?

—Pero, papi —Priscilla se quejaba cuando la joven entró en el cuarto—, todavía no acabo de maquillarme. ¿Qué cosa puede ser tan importante que no pueda…? ¡Paula! —al volverse la vió y su rostro se iluminó de placer—. ¡Viniste! —se acercó y le agarró una mano—. Siento mucho lo de ayer. Me dan estos dolores de cabeza y… bueno, no querrás oír hablar de eso —una deslumbrante sonrisa borró la dolorosa jaqueca del día anterior. Se volvió a mirar a su padre—. Sólo tenías que haber dicho que Paula estaba aquí, papi. No hay necesidad de tanto misterio. ¿No crees que es asombroso nuestro parecido? —se quedó al lado de Paula para que Miguel opinara.

Él estaba en extremo emocionado para hablar y las miraba silencioso.

—¿Papi? —insistió Priscilla con impaciencia.

—Tendrás que disculpar a tu padre —intervino Pedro—. Me temo que sufrió una gran emoción.

La alegría de Priscilla la abandonó enseguida y se le acercó al padre.

—¿Qué te pasa, papito? —buscó su rostro con preocupación—. ¿Qué sucedió?

—Todo está bien, Prisci, cálmate —la tranquilizó Miguel—. Acabas de reponerte de una jaqueca, no hagamos que te dé otra —le quitó el cabello del rostro—  Vamos todos a la sala donde podremos hablar en privado… y cómodos.

Miguel Chaves… porque Paula no lograba llamarlo papá, parecía haber recuperado el control y se volvía a hacer cargo de la situación.

—¿Quieres que me vaya, Miguel? —le preguntó Pedro—. Así podrás hablarles a las dos chicas en privado.

—¡No! —Paula no trató de protestar con tanta vehemencia, pero no podía dejar que Pedro se fuera. Lo necesitaba.

—Ella tiene razón —le dijo Miguel—. Tienes derecho a estar aquí. Después de todo, casi eres miembro de esta familia.

—¿De qué se trata todo esto? —Priscilla también se dio cuenta de la atmósfera tensa.

Miguel se mordió el labio inferior, señal de que no sabía por dónde empezar.

—Por el principio, Miguel —le aconsejó Pedro, sentándose en uno de los sillones mientras Priscilla y Paula se sentaban en el sofá una al lado de la otra.

—Sí, sí —comenzó a caminar Miguel por el cuarto—. Alejandra y yo éramos muy jóvenes cuando nos casamos, teníamos dieciocho y diecinueve años, pero a pesar de eso las cosas iban bien hasta que ella se embarazó —suspiró—. No podíamos darnos el lujo de tener un hijo. Entonces, yo aún no conocía a tu padre, Pedro, y me estaba preparando para ser ingeniero. Sin embargo, Alejandra estaba entusiasmada con la llegada del bebé, y creo que por un tiempo olvidó que tenía marido. No me siento orgulloso de lo que sucedió a continuación.

—¿Otra mujer? —intervino Paula con amargura.

—Fue una cosa tonta. Alejandra se enteró… después que nacieron las gemelas…

—¿Gemelas? —repitió Priscilla, asombrada—. ¿Paula y yo…?

—Sí —asintió su padre.

Priscilla miró a Paula, feliz.

—¿Eres realmente mi hermana? —preguntó excitada.

Paula sonrió con timidez, no esperaba de Priscilla una reacción de placer, sino de resentimiento.

—¡Eso es maravilloso! —gritó feliz, Priscilla—. Siempre quise una hermana, pero una gemela… ¡Eso es fantástico!

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