miércoles, 15 de junio de 2016

Propuesta Arriesgada: Capítulo 34

habían aceptado en los últimos meses como una enfermedad, como algo que debía tratarse como cualquier otro mal. Había visto varios programas de televisión sobre el tema de Inglaterra y la tragedia es que estas personas no pueden hacer nada por salvarse aun cuando muchas lo deseen.

—Bueno, ¿vamos a arreglar este jardín o no? —ella trató de infundirle deseos.

—¡Claro que sí! —él se contagió con su entusiasmo—. Tú empieza a deshierbar y yo voy a podar él césped.

Ella frunció el ceño.

—Creo que yo salgo perdiendo en este trato.

—Sheba va a ayudarte, a ella le gusta deshierbar, bueno en realidad lo que gusta es hacer hoyos pero por lo general siempre saca algunas hierbas al mismo tiempo.

Paula se estaba acostumbrando al enorme animal aunque todavía le tenía cuidado. Entre las dos deshierbaron mientras Pedro andaba podando el césped y por su expresión parecía que sus pensamientos estaban muy lejos. La intención de Paula no había sido traerle recuerdos tristes, así que durante el resto del día se dedicó a entretenerlo y distraerlo y había logrado alejar a Sabrina del pensamiento de Pedro y habían pasado una tarde tranquila.

Pedro la miró de cerca.

—Estas muy cansada, ¿por qué no te vas a la cama?

—Creo que tienes razón. Trabajar para Marcos era muy duro, pero hoy también ha sido muy cansado. ¿De qué te ríes? —le preguntó desconfiada.

—De tu acento, en realidad me parece muy atractivo —la remedó.

Paula lo miró disgustada.

—Me molesta que te burles de mí.

—Perdón —no parecía ni un poquito arrepentido—, pero no puedo hacer nada si tu acento me parece sensual.

Paula se sonrojó y se levantó.

—Me voy a dormir —la risa burlona de Pedro la siguió hasta su habitación. En realidad, Pedro era insoportable.

La chica casi se desplomó sobre la cama cuando llegó a la habitación pero no estaba dispuesta a reconocer que sentía el cuerpo dolorido debido al paseo a caballo y al trabajo en el jardín. Le era imposible dormir, se movía sin cesar y se preguntaba qué podría ponerse para mitigar el ardor.

Pedro se había ido a su cuarto hacía mucho, después de darse un baño. De pronto, la puerta se abrió y él apareció en el umbral con una bata de felpa puesta.

—¿Qué te pasa? —le preguntó sin rodeos.

—Yo… pues… por qué… nada —respondió avergonzada—. Sólo estoy un poco inquieta, eso es todo.

—¿Un poco? —inquirió burlón—. Te mueves tanto que no me dejas dormir.

—Lo siento —se acomodó de nuevo.

—¿Qué te pasa? —le preguntó impaciente.

—Estoy… incómoda… me siento mal.

—La cama…

—No, no es la cama —contestó, irritada.

—Entonces, ¿qué?… ¡Ah! —Pedro empezó a reír a carcajadas—. Es doloroso, ¿verdad? —agregó con sarcasmo cuando pudo contener la risa.

—Sí, muy doloroso, tú debes saberlo —ella se volvió dándole la espalda.

—Oh, creo que si, Paula—en su voz todavía se notaba la burla— ¿Ya te pusiste algo?

—¿Como qué? —le pregunto irritada.

—Por lo visto, creo que no, voy a conseguirte una pomada y hasta puedo ofrecerme para aplicártela —agregó provocativo.

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