lunes, 6 de junio de 2016

Propuesta Arriesgada: Capítulo 6

—¿Comiste algo ayer? —preguntó de pronto negándose a dejarla partir. Paula se sorprendió con la inesperada pregunta.

—No —contestó en voz baja.

El rostro de Pedro reflejó ira.

—¿Por qué?

—Lo olvidé.

—Lo olvidó —repitió disgustado—. ¿Cómo es posible que olvides comer?

Paula se movía inquiera.

—No lo sé, siempre me sucede.

—¡Claro, estas demasiado cansada para poder pensar! ¿A qué hora terminaste ayer?

—Alrededor de las seis y media.


—Tenías tiempo suficiente para reunirte conmigo para la cena.

—Prefiero no haber cenado a tomar cerveza de cena.

Por un momento Pedro la miró incrédulo, luego apareció en sus ojos un destello de ira.

—¡Tú!… —la atrajo hacia sí con violencia y la besó.

Paula yacía quieta mientras él buscaba sus labios con insistencia. De pronto comenzó a luchar por librarse ya que no podía respirar, sus exclamaciones de angustia llegaron a oídos de él y levantó la cabeza para mirarla.

—Tu acusación era infundada, pequeñita, pero no creo que hayas merecido eso —le acarició los labios un poco inflamados—. ¿Me perdonas?

Paula no se podía mover ni hablar.

—Yo… yo…

—Estás balbuceando otra vez —le dijo, burlón.

—¡Por supuesto que estoy balbuceando! —se apretó contra él, lo que la hizo darse cuenta de que sólo una sábana la separaba del cuerpo masculino, entonces se retiró de la cama—. ¡No debió haberme besado!

Él se recostó poniendo los brazos tras la cabeza.

—Estoy de acuerdo, pero tú no debiste tildarme de bebedor. Tomé un par de cervezas con algunos amigos, mas no me embriagué.

—¿Nooo? —recogió los pantalones arrugados del suelo y le lanzó una mirada de duda antes de ponerlos sobre la silla.

—¡No hagas eso! —él arrojó la sábana y salió de la cama. Sólo llevaba unos calzoncillos azules—. Huelen a cerveza —abrió la maleta y sacó un par, limpio.

Paula miraba hacia el suelo, nunca había visto un hombre semi desnudo.

—No me propuse tomar sólo cerveza —dijo, poniéndose los pantalones—. Diego derramó su vaso sobre mí por accidente. Ya puedes mirarme —agregó, burlón.

Ella levantó la cabeza y desvió la mirada. El torso de Pedro todavía estaba desnudo.

Él la tomó por la barbilla para que lo mirara a los ojos.

—¿Por qué eres tan tímida? —inquirió bromeando.

—Porque así soy —contestó irritada—. Anótelo junto con mis antecedentes de inglesa melindrosa —añadió, malhumorada.

Pedro rió.

—¿Tampoco vas a perdonarme por decirte eso?

—Sólo quisiera que no bromeara tanto —la chica lanzó un suspiro.

Con un dedo Pedro le acarició los labios.

—¿Quién dijo que estaba bromeando?

La chica asombrada agrandó los ojos azules.

—Yo creí que estaba bromeando —balbuceó ella.

—¿Si? —Pedro arqueó las cejas.

—Sí.

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