viernes, 10 de junio de 2016

Propuesta Arriesgada: Capítulo 18

Siguieron su camino en silencio. Paula estaba muy impresionada por lo que Pedro acababa de decir. Estaba tan sumida en sus pensamientos que ni siquiera se dió cuenta de que se habían desviado de la carretera y ahora iban por un camino estrecho en medio de un bosque de pinos.

Pedro soltó una carcajada al percatarse de ello.

—Muy gracioso —dijo molesta, volviendo a la realidad—. ¿En dónde estamos? —preguntó desconcertada.

—Vamos a casa —contestó irritado.

—¡Eso ya lo sé! —emitió un suspiro—, pero, ¿dónde estamos? No me habías dicho que vivías en un lugar tan apañado —dijo sorprendida.

—¿Hay alguna diferencia?

—No, supongo que no —su voz carecía de convicción.

—No te preocupes —repuso él con sarcasmo—. Te ayudaré a cortar leña y a acarrear agua.

—¿Cortar leña… y acarrear agua de un río o de un pozo? —inquirió angustiada.
—De un pozo.

Paula lo miró fijamente, estaba segura de que él le estaba tomando el pelo.

—¿En realidad tienes un pozo?

—Sí, claro —confirmó con tal sinceridad que no cabía duda de que hablaba en serio.

—¡Dios mío! Pero no necesitas leña en esta época del año, después de todo, estamos en junio.

—Pero puede hacer frío por la noche, no hay calefacción —levantó los hombros—. Además, el verano es la época del año propicio para almacenarla pensando en el invierno.

—¿Piensas regresar aquí en el invierno? —sus ojos se agrandaron.

—Es la mejor época —Pedro asintió—. Hay menos gente en la ciudad y mucha nieve para esquiar. ¿Sabes esquiar?

—No —ella sonrió—, no tenemos oportunidad de esquiar en el sur de Londres.

—Alguien debe enseñarte, te aseguro que lo disfrutarías.

Paula frunció el ceño.

—¿No son… un poco… primitivas las condiciones de vida en este lugar?

—Supongo que sí —aceptó él—, pero me gusta, sobre todo ahora que tú harás la mayor parte del trabajo —añadió satisfecho.

Paula se entristeció, había contemplado la idea de cocinar, lavar y mantener la casa limpia, mas nunca imaginó que carecería de todas las comodidades de la vida moderna. Un pensamiento repentino la paralizó.

—¿Tienes lavadora?

Pedro negó con la cabeza.

—No hay electricidad.

—No hay elec… —la chica tragó saliva—. Entonces, ¿cómo cocinas?

—Tengo una vieja hornilla —contestó entusiasmado—, esa es otra razón por la que necesitamos leña.

La situación se estaba poniendo cada vez peor. Todo eso era lo que debía haber averiguado antes de aceptar ir con él. Paula no podría trabajar bajo esas circunstancias y, después de todo eso que tenía que hacer durante el día, ¿cómo esperaba que tuviera energía para compartir su lecho por las noches?

De pronto vió un claro entre los pinos y en medio de él una enorme casa de campo con establos y graneros que formaban.

—¿Es aquí?… —inquirió la chica, esperanzada.

—No —contestó, al tiempo que se detenía frente a la casa—, unos amigos viven aquí —saltó del vehículo—. Ven —la invitó a bajar antes de cerrar la puerta.

Paula salió con dificultad.

—¿Estás seguro de que no prefieres que me quede aquí?

Él movió la cabeza.

—Jonathan y Melanie van a simpatizarte. Ella está en casa, vamos —la tomó por el brazo y llamó a la puerta.

Paula se volvió.

—¿Y qué tal si?…

De repente una joven rubia se arrojó en los brazos de Pedro besándolo afectuosa; un gesto al que Pedro correspondió sólo con agrado.

Melanie tenía alrededor de veinticinco años, era de piel bronceada y simpática más que hermosa.

—Melanie, te presento a Paula Chaves; Paula, ésta es Melanie Halliday —Pedro las presentó sonriendo tranquilo—. Melanie es mi prima.

—Prima segunda —corrigió la joven dándole la mano a Paula—. Encantada de conocerte —dijo con amabilidad.

—Gracias, igualmente —respondió Paula.

—Espero que puedan quedarse a comer con nosotros —Melanie les invitó—. Jonathan va a preparar barbacoa así que hay suficiente para todos.

—Creo que no —dijo Pedro—. ¿En dónde está Jonathan?

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