domingo, 5 de junio de 2016

Propuesta Arriesgada: Capítulo 3

—Pues ya lo hice —y con toda calma siguió tendiendo la cama—. Parece como si tú ya hubieras hecho demasiado —observó las pálidas mejillas y el delgado cuerpo de la chica.

—¿Comes?

—¡Por supuesto que sí! —contestó irritada.

Pedro recorrió con la mirada el cuerpo femenino.

—¿Cada cuándo? —inquirió.

Paula no comía como debía, ya que por un lado, no tenía tiempo y por otro carecía de dinero para tener una buena alimentación como la que necesitaba.

—¿Cada cuándo? —repitió la pregunta.

Paula lo miró molesta.

—Cada vez que tengo hambre.

—¿Cada cuándo tienes hambre? —indagó Pedro, conmovido.

—Una o dos veces al día —contestó de mala gana.

Pedro se mostró enternecido.

—Y hoy, ¿ya comiste?

—Todavía no —la chica se sintió incapaz de enfrentar la mirada inquisidora de él. ¡Qué le importaba si ella comía o no!

—¿Vas a comer? —él insistió.

—Es posible.

—Estoy seguro de que no lo harás —suspiró—, ¿desde cuándo estás aquí?

—Desde hace ocho semanas —contestó molesta.

—¿Y cuánto peso has perdido desde entonces?

—Pues…

—¿Cuánto, Paula?

—Seis kilos.

Él asintió como si lo hubiera adivinado.

—Seis kilos que necesitas.

Ella lo miró molesta y preguntó:

—¿Eso qué tiene que ver con usted? ¿Qué le importa sí como o no?

—Me importa, Paula, es muy importante para mí —contestó con amabilidad.

La amabilidad era la ruina para Paula; de pronto, su rostro se contrajo, tragó saliva y no pudo controlar los sollozos.

—No llores, pequeña —los fuertes brazos masculinos la rodearon—. No quise lastimarte —el aliento tibio de Pedro acariciaba el cabello de la sien de Paula.

—No me lastimó —se refugió en el pecho de él, ahí se sentía segura y se acurrucó en los fuertes brazos.

—Dime… —la animó con voz suave.

El cuerpo de Paula se estremecía de emoción.

—Es sólo que hace mucho nadie me decía eso.

—¿Decirte que, pequeñita? —él le acarició la espalda.

Paula sollozaba sin estilo.

—Que yo le importaba…

Pedro la apretó y reconfortó.

—Llora todo lo que quieras chiquita, luego podemos hablar.

Estas últimas palabras hicieron que dejara de llorar y preguntó:

—¿Ha… hablar?

—Sí, quiero saber qué es lo que hace una chica como tú, sola en este lugar. Aún deberías estar en la escuela, no trabajando como esclava en un motel de segunda — hizo énfasis en la última palabra.

Paula sonrió sin ganas, secando sus mejillas a la vez que se alejaba de él.

—Salí de la escuela desde hace años —contestó.

—¿Cuántos?

—Tres.

—¡Tres! —exclamó.

—¿No me cree? —Paula agrandó los ojos.

—No.

—Bueno, al menos es honesto —ella soltó una carcajada.

—Así está mejor —sonrió Pedro—. Eres más bonita cuando sonríes.

—Bonita —ella hizo una mueca.

—¿Preciosa?…

—Pues…

—Irresistible —él bromeó.

Paula sonrió de nuevo.

—Me quedo con lo de bonita; y sí, hace tres años que salí de la escuela, tengo diecinueve años.

—¡Guau!…

Paula se sonrojó.

No hay comentarios:

Publicar un comentario