viernes, 24 de junio de 2016

la Usurpadora: Capítulo 2

—Con una chica llamada Priscilla. No me hubiera importado, pero parecía muy insistente. Bueno, tendrá que pensar que esta vez no le dió resultado.

—Sí, supongo que sí —asintió pensativa la tía—. ¿En dónde estamos? Ah, sí, si damos vuelta aquí llegaremos al subterráneo. ¿Quieres que vayamos a casa a tomar una taza de té? Me estoy muriendo por una.

Paula le sonrió, su rostro iluminado por la picardía. Era alta y esbelta, de piernas largas. Esperaba volver a modelar cuando regresara a Estados Unidos.

—¡Tú y tu té! —se burló. Después de sólo dos días, sabía que su tía tenía debilidad por dicha bebida y la tomaba varias veces al día. Paula prefería café, pero estuvo dispuesta a ir a la casa a descansar, la visita al palacio de Buckingham y al Parlamento, la había cansado.

El tío Arturo llegó poco después que ellas, era un hombre fornido, de estatura baja, cuyo cabello color castaño comenzaba a ponerse gris.


—Te tengo una sorpresa, cariño —le sonrió a Paula mientras cenaban—. Invité a mi sobrino Ezequiel a venir esta noche, él es hijo de mi hermana Julia. Pensé que tal vez te gustaría algo de compañía juvenil.

Paula ocultó su irritación. Sus tíos habían sido muy amables con ella, y hubiera sido una mal agradecida de no apreciar ese acto de amabilidad. No podían saber de su reciente desilusión, de la forma en que Facundo la defraudó cuando más lo necesitaba. Él era un actor que comenzaba a colocarse, y un día después del accidente de la joven, la había reemplazado, porque no tenía tiempo para sus lamentaciones ni para sus heridas. Así que por el momento no estaba interesada en los hombres.

—Será muy agradable —sonrió.

—Eso espero —asintió el tío—. Es un buen muchacho, trabaja en un garaje.

—No trabaja en un garaje, Arturo—se burló su esposa—. Es dueño de uno, querida —le dijo a Paula—. Y deja que otros hagan el trabajo.

—Es muy amable de su parte dedicarme un poco de tiempo —dijo la chica con honestidad.

—Bueno, hubo necesidad de persuadirlo un poco, pero lo logré —comentó el tío.

Después que Facundo la abandonó, eso no era algo que le levantara la moral. Pero debido a la renuencia de Ezequiel de conocerla, tuvo especial cuidado con su arreglo esa noche.

Su traje era de color lila pálido y el angosto cinturón más oscuro. Los zapatos hacían juego con este último. Quería que se maravillara al verla, así que se maquilló de forma dramática, sólo para demostrarle que en esa ocasión no había perdido su tiempo.

Cuando lo oyó llegar comprobó su aspecto. Su pelo, recién lavado, le caía sobre la espalda en suaves ondas y con rizos a cada lado del rostro. Sí, parecía la mejor modelo, y si Ezequiel no se impresionaba ahora, jamás lo estaría.

Se impresionó, fue evidente por la forma en que él agrandó los ojos azul profundo, y la manera como la recorrió con la mirada.

—Hola —lo saludó con voz ronca, dedicándole su más atractiva sonrisa—. Yo soy Paula y tú debes ser Ezequiel —le dio la mano.

Él se la tomó, sin querer soltársela de nuevo. Su mano era fuerte y curtida por el trabajo, las uñas cortas y limpias. Tenía cerca de treinta años, cabello rubio, rostro atractivo y vestía con informalidad: pantalones vaqueros desteñidos y la camisa desabotonada.

—Encantado de conocerte —sonrió—. Tío Arturo no me dijo lo… bueno, no me dijo… ¡eres preciosa!

Paula rió felíz, y por fin logró zafar su mano.

—Gracias —hizo una venia—. Tío Arturo tampoco fue muy descriptivo acerca de tí  -confesó porque el hombre le simpatizó enseguida.

—Esperabas verme mugroso, con aceite debajo de las uñas —ironizó.

—Algo así —sonrió con pesar—. Aunque tía Susana me aseguró que en realidad no trabajas en tu garaje —dijo maliciosa.

—¡Encantadora!

Ella soltó la carcajada al ver su expresión de disgusto.

—Estoy segura de que no lo dijo con la intención que yo —sus tíos habían aprovechado la visita de Ezequiel y habían ido a visitar unos amigos.

—Oye, maravillosa —Ezequiel le sonrió—. ¿Te gustaría salir a tomar una cerveza?

—Me encantaría —aceptó ansiosa.

Jamás había estado en una taberna. Su madre y padrastro la protegían bastante, seleccionando sus amistades. Le encantó el establecimiento, la cerveza que Ezequiel  le dió a probar, la amistosa y cálida atmósfera y más que nada, la gente. De inmediato la aceptaron en el grupo de Ezequiel y la persuadieron a jugar a los dardos, un juego que desconocía. Pero se divirtió mucho, y a nadie pareció importarle su falta de habilidad para dar en el blanco dos veces seguidas.

—¡Eso estuvo divertido! —le dirigió a Ezequiel una sonrisa en el camino de regreso a casa de sus tíos.

—Me da gusto que lo hayas disfrutado. ¿Te gustaría volver a salir conmigo?

—¡Me encantaría! —el rostro de Paula se iluminó.

—¿Mañana?

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