lunes, 13 de junio de 2016

Propuesta Arriesgada: Capítulo 32

—Bueno, entonces, en eso quedamos y ahora, ¿qué tal te caería el almuerzo que no quisiste hace rato?

—Tengo hambre, pero…

—Pero nada. ¡Salen huevos con tocino!

—Pepe…

La firmeza de su voz lo hizo detenerse en el umbral de la puerta.

—¿Sí? —preguntó cauteloso.

—No voy a posar para la pintura, ni siquiera porque ibas a llamarla Inocencia.

—Trato hecho —Paula empequeñeció los ojos ante su fácil aceptación.

—¿Pepe?… —preguntó desconfiada al ver la mirada de inocencia fingida de él—  ¿Qué estás tramando?

—Nada.

—¡Pepe!

—Bueno… lo que pasa es que tengo una excelente memoria —sonrió antes de salir de la habitación y una vez más empezó a silbar.

Ella corrió hacia la puerta.

—¡Pepe! —lo llamó, exasperada.

—Dime —él se volvió, había en sus ojos un brillo travieso.

—Oh, nada. Es sólo que… que no es justo. ¿En realidad puedes recordar todo? —frunció el ceño, sonrojándose.

—Todo —sonrió al ver el rubor de la chica—, y a colores.

—¡Oh!

—Es muy útil en mi profesión.

—Ya lo creo.

—¡Sale una comida! —bromeó Pedro.

—¿No debería yo estar haciendo eso? —ofreció de mala gana. No le gustaba la idea de que Pedro pudiera recordar su desnudez con lujo de detalles. Ella tampoco había olvidado la perfección de su cuerpo, sus hombros, las fuertes piernas…

Él levantó los hombros.

—Es parte de mi ofrenda de paz.

—Está bien —ella aceptó—, sólo quiero cambiarme.

—Estás bien así.

—Me siento incómoda.

—Como quieras.

Su relación ya había cambiado. Antes, la actitud de Pedro había sido posesiva, pero ahora la trataba como a alguien cuyas opiniones y pensamientos eran importantes como para escucharlos. Aunque ella tenía apetito no pudo comer todo.

—Estuvo delicioso —halagó a Pedro.

Él frunció el ceño con disgusto.

—Es tu primera comida del día deberías comer un poco más —limpió el plato y lo puso en el fregadero.

—Te dije…

—Que no comes mucho —terminó por ella en tono severo—, no me gusta eso, Paula. No me simpatiza en absoluto.

—No puedo remediarlo.

—Ya sé que no puedes, y eso me preocupa más.

—No hablas en serio acerca de esa anorexia nerviosa, ¿verdad?

—Sí hablo en serio. Si tú no has empezado a comer con normalidad antes que terminen estas dos semanas, voy a llevarte al médico.

—Yo…

—No hay discusión —le dijo con firmeza—. Lo haré quieras o no.

Ella sabía que hablaba en serio.

—Estoy bien, Pepe—le aseguró a la vez que él fruncía el ceño.

—Vas a estar bien —él asintió—. Te veo delgada pero no como… —se interrumpió, alejándose—. Vamos afuera, puedes ayudarme a arreglar el jardín.

—¿Como quién? —Paula insistió, notando el profundo dolor que lo embargaba.

Él lanzó un suspiro profundo y la miró con tristeza.

—Conocí a alguien que tenía esa enfermedad… es una enfermedad, una obsesión como todo lo del maldito mundo de la moda —hablaba disgustado—: ¡La anorexia nerviosa es un mal causado por la sociedad y mata!

—Pepe…

—Vamos afuera —insistió, Paula lo siguió despacio, también Sheba. El dolor de Pedro y su ira eran tan profundos que ella supo de pronto que la víctima de la anorexia nerviosa era Sabrina, tenía que ser ella. Se había suicidado a causa de la enfermedad de las dietas.

—¡Pepe! —lo había seguido hasta la cochera donde estaba a punto de poner en marcha un pequeño tractor—. ¿Qué es eso? —preguntó.

—Una podadora de pasto —él sonrió.

—¡Qué flojo! —la chica movió la cabeza de una lado a otro.

—Tú también lo serías si te tomara una semana cortar el césped con una podadora manual. Yo casi me rompí la espalda la vez que lo intenté.

—Pepe… —ella puso una mano sobre el hombro de Pedro—. Háblame de Sabrina.

—¿Sabrina? —la miró sorprendido—, pero…

—Por favor, háblame de ella.

—Tal vez debí hacerlo —reflexionó—, es probable que lo que necesites sea un ejemplo que te impresione.

Ella no lo contradijo, le permitió hablar de la mujer que había amado.

—Tenía veintitrés años, sólo veintitrés —dijo en voz baja—. Era muy hermosa y estaba llena de vida, como cuando era niña…

—¿Cuando era niña?… —Paula preguntó asombrada.

Él asintió.

—Ella era una nena preciosa, todos la querían y mamá se sentía orgullosa de ella…

—¿Tu madre?… Sabrina era tu hermana —al fin se dió cuenta.

—¡Por supuesto! —la miró inquisidor—. ¿Qué pensabas que era? Creíste que… que… ¡Oh, Dios mío! ¡Ella iba a casarse con Diego!

—Ya sé, pero…

—Pensaste que yo era capaz de quitarle la novia a mi mejor amigo —Pedro hizo una mueca de disgusto—. Así que eso es lo que piensas de mí, señorita.

—Oh, Pepe yo no quise…

—Tú sabes con exactitud lo que dijiste, Paula—dijo molesto—. ¡Y no me halaga!

—¡Nadie me explicó tu parentesco con Sabrina! ¿Cómo iba a saber que eras su hermano?

—Pudiste haber preguntado.

Que Pedro estaba furioso con ella, no había duda, de que hubiera razón, no estaba muy segura.

3 comentarios:

  1. Siempre imaginé que Sabrina era su hermana!!

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  2. Jamás imaginé que Sabrina era la hermana de Pedro. Muy buenos los caps.

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  3. Sabía que Sabrina debía ser la hermana! Pedro no debería sacarse tanto! No se conocen y ella es más chica, si él no le aclara las cosas no se entienden!

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