domingo, 5 de junio de 2016

Propuesta Arriesgada: Capítulo 5

La risa burlona de Marcos la siguió; él la tenía atrapada y lo sabía. Si tan sólo no hubiera sido tan confiada. El día que Marcos le había dicho que había una habitación que él le podía rentar, había aceptado gustosa la idea de dejar el departamento por el que había estado pagando una suma exorbitante y cambiarse al motel. La habitación resultó ser más pequeña, la renta casi tan alta como la que había estado pagando y para colmo, Marcos tenía una copia de la llave del cuarto. Paula había cambiado una vez la cerradura, pero él le había pedido una copia alegando que era por razones de seguridad, en caso de incendio. Bajo tales circunstancias no pudo negarse, así que ahora vivía con la amenaza de este hombre vil que podía entrar en su habitación en el momento que quisiera.

Una vez en su habitación, Paula se miró en el espejo; estaba hecha un desastre, demasiado delgada, pálida y lo peor de todo, sin vida. Era difícil creer que la chica que veía en el espejo, era la misma inocente que había llegado hacía ocho semanas con tanta esperanza. Le había tomado dos semanas darse cuenta de que su padre no estaba interesado en tenerla cerca, y otra ver que casi sería imposible reunir la suma necesaria para comprar su billete de regreso a Inglaterra.

Paula gimió ocultando su rostro en la almohada. Hacía seis meses todo le había parecido fácil. Apenas había podido creer que Alberto le hubiera ofrecido comprarle el billete de avión para ir a ver a su padre que había regresado al Canadá cuando ella tenía sólo cinco años y casi se desmaya cuando vió que era un billete sencillo.

Su madre había muerto hacía poco más de un año, dejando a Paula para que cuidara del hombre que había sido su padrastro desde que tenía ocho años. Era la antigua historia de los inmigrantes, a una de las partes, le agrada el nuevo país y a la otra no. A su madre le había gustado Inglaterra, así que se quedó allá; su padre odiaba el pequeño país que cabía en uno de los extremos del Canadá, así que regresó a su país de origen. Dos años más tarde se habían divorciado y después de un año, su madre le había llevado a Alberto Walker como padrastro. El no era la clase de hombre que tolerara a los niños, y la mayor parte del tiempo ignoraba la existencia de Paula.

La madre de ella argumentaba que necesitaba tiempo para adaptarse y sin embargo, cuando ella murió, Erin acababa de cumplir dieciocho años y Alberto todavía no se acostumbraba a tenerla cerca. Después de un año de cocinar y de trabajar para él sin recibir una palabra de agradecimiento, estaba lista para reconocer su derrota. Luego, de manera inesperada, Alberto le había dado el billete de avión para ir a visitar a su padre y sin pensarlo dos veces le escribió para avisarle y aunque no recibió respuesta, decidió viajar pensando que para entonces su padre querría verla. Pero no, estaba equivocada, él se había vuelto a casar y tenía una nueva familia: un niño de diez años y una niña de once. Su segunda esposa le había mostrado su antipatía desde el momento que le abrió la puerta. Sin embargo, su padre le había permitido quedarse aunque no de muy buena gana y la instaló en la habitación de Romina, la otra hija, quien era una chiquilla malcriada que no desperdiciaba la oportunidad de manifestar a Paula que no la quería en su casa.

La gota que derramó el vaso fue la discusión que escuchó entre su padre y la madrastra acerca de ella. Por unas cuantas crueles palabras, se había dado cuenta de que su padre no estaba más contento de verla de lo que estaba su esposa.

Paula había abandonado la casa de su padre después de aquel disgusto y la falta de oposición ante su idea de partir, sólo sirvió para enfatizar el hecho de que nunca les había agradado su estancia en la casa. Así fue que se quedó sola con poco dinero y sin medios para sostenerse. Estaba segura de que podría encontrar un buen empleo en Calgary, sin embargo, como no tenía fondos para esperar tanto tomó el primer empleo en el que pudo empezar de inmediato.

Pasó la tarde lavando su ropa y de pronto se dió cuenta de que ya era hora de descansar y de que otra vez no había comido. Era posible que Pedro Alfonso hubiera ido a un restaurante a comerse un apetitoso bistec y que ya hubiese olvidado a la chiquilla que había invitado a acompañarlo. ¿Por qué lo había hecho? No tenía la apariencia que los buenos samaritanos suelen tener y sin embargo, la había escuchado cuando lloraba, ¡la había escuchado! El pobre no había tenido otra alternativa ya que ella lloraba sobre su hombro. Bueno, eso no ocurriría otra vez, Paula no necesitaba que nadie se preocupara por ella y menos un extraño arrogante que había reído a costa de ella la mayor parte del tiempo.

No supo si se sintió aliviada o desilusionada al salir de su dormitorio a la mañana siguiente y ver que la camioneta de él no estaba. Pedro Alfonso debió haber salido muy temprano, eran apenas las ocho y media. Quizá, después de todo, él trabajaba en uno de los ranchos cercanos. ¿Tendría esposa? Por alguna razón a Paula no le pareció que así fuese.

Tenía que dejar de pensar en él, Pedro se había marchado y ella dudaba que regresara algún día.

—¿Soñando despierta? —Fabiana Johnston preguntó irritada mientras se sentaba detrás del escritorio de la recepción.

—No… yo… sólo estaba pensando —en Pedro Alfonso, pero no lo haría más.

Aunque había sido amable con ella se había ido para siempre.

—Es un poco temprano para eso, ¿no crees? —comentó Fabiana con burla.

—Quizá —Paula contestó cortante. Sabía que la mujer se preparaba para una discusión. A Fabiana no le simpatizaba Paula ya que sabía que su esposo estaba interesado en ella.

Fabiana la miró, altiva.

—Tengo que hacerme cargo de la oficina por algunas horas, tú empieza a trabajar y yo te alcanzaré más tarde.

Paula sabía que eso significaba limpiar cuarenta habitaciones sola por segundo día consecutivo. No podría aguantar eso por mucho tiempo, simplemente no tenía energías para hacerlo.

Primero, el cuarto veintiséis, estaba segura de que se encontraba vacío, ¿habría dejado algún rastro de su personalidad Pedro Alfonso en la habitación o sería el mismo cuarto frío e impersonal de siempre?

¡Pedro Alfonso otra vez! Él no significaba nada para ella, ¡nada! ¿Cómo era posible que echara de menos a una persona a quien ni siquiera conocía, alguien que le había dado unos minutos de su tiempo para escucharla? No debía y sin embargo, la amabilidad burlona de él la había acompañado toda la noche y al fin se había quedado dormida.

El dormitorio estaba oscuro, las cortinas cerradas y el olor a alcohol era muy fuerte. Paula hizo un gesto de disgusto, Pedro Alfonso, no sólo había dejado la huella de su personalidad, sino también un desorden más o menos igual al del día anterior.

Se dirigía hacia la ventana para abrir las cortinas cuando alguien la tomó de una mano.

—¡Señor Alfonso! —exclamó.

—Buenos días, querida —sonrió. La sábana resbaló hasta su cintura en el momento de incorporarse en la cama. Paula no necesitaba tener mucha imaginación para saber que el resto de su cuerpo estaba también desnudo.

—Buenos días —contestó ella con voz afectada—, siento mucho haberlo molestado —apartó la mirada del pecho desnudo.

—Querida, esta es la clase de molestias que me agradan —dijo Pedro sonriendo.

—Pensé que esta habitación estaba vacía…

—Lo estaría, si no fuera porque estoy aquí.

—Yo… —de pronto la chica se dió cuenta de que él todavía la asía de la muñeca y al tratar de apartarse, la asió más fuerte atrayéndola hacia sí—. ¿Sería tan amable de dejarme ir, por favor? —añadió, suplicante.

—En un minuto —contestó él sin hacer caso y con la otra mano acarició la mejilla de Paula. Ella evadió la caricia y frunció el ceño—. ¿Qué te pasa? —preguntó cortante—, ¿te lastimé? Paula…

Por lo menos recordaba su nombre.

—No —retiró la mano que la acariciaba—, no me lastimó. Regresaré cuando usted haya salido —levantándose trató de librarse de la mano que la asía.

Él ya estaba bien despierto, el último indicio de sueño o tal vez de la resaca, había desaparecido.


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