domingo, 12 de junio de 2016

Propuesta Arriesgada: Capítulo 21

—Háblame más acerca del pozo —lo invitó en voz baja—, ¿de verdad extraes agua de ahí?

—Sí —él asintió—, el agua se encuentra a unos treinta metros de profundidad y es fresca y limpia.

—¿Recibe algún tratamiento especial?

—No… con excepción de las ocasiones en que tiene demasiado hierro. Ven, te mostraré la casa, creo que te va a gustar.

Paula estaba segura de ello. Aunque no fuera hermosa, le agradaría sólo porque tenía agua y electricidad. Después de lo que había imaginado, era un alivio ver la lujosa área de la cocina, la estufa, el refrigerador, los gabinetes de madera y el piso alfombrado. De la cocina entraron a la sala con una chimenea en el centro, alrededor de la cual se encontraba el cómodo mobiliario.

—Los dormitorios están atrás —le dijo Pedro. La chica se detuvo al pie de la escalera que estaba al salir de la antesala.

—¿Y qué hay allá?

—Mi cuarto de trabajo —contestó sin darle mayor importancia.

La habitación principal era la más lujosa, amplia, con una enorme cama matrimonial cubierta por una colcha color café, los muebles eran dorados, además tenía un baño. Paula se quedó pasmada cuando Pedro abrió la puerta de éste y vió una tina redonda que parecía invitarla a entrar.

—Aquí hay una ducha si la prefieres —Pedro corrió las puertas de vidrio para dejarla ver un baño que parecía para dos personas.

¿Y ahora, por qué se le ocurría eso? Nunca se había bañado con nadie y no lo haría.

Ahora veía a Pedro de manera diferente. En Calgary le había parecido un hombre muy atractivo que le había ofrecido ayudarla por un precio. Pero esta casa con su lujo indicaba que Pedro era algo más que eso.

Paula se humedeció los labios, nerviosa.

—Todo… es… bellísimo.

—Gracias —le sonrió—. Yo ayudé a diseñarla. Ahora vamos a ver —abrió varios cajones del vestidor—. Puedes poner tus cosas aquí —vació el contenido de dos de ellos.

—¡No!… digo, eso no es necesario —se esforzó por infundir calma a su voz—. No estaré aquí tanto tiempo para eso. Puedo dejar mis cosas en mi maleta.

—Puedes ponerlas aquí —Pedro ni siquiera levantó la voz, su tono era suficiente para decirle que sus argumentos no servirían de nada. Se dirigió al guardarropa y empujó sus prendas hacia un extremo—. Cuelga aquí tus vestidos.

—Pedro…

—Voy a traer tu maleta de la camioneta —la interrumpió y salió de la habitación.

Paula miró alrededor de su lujosa jaula, evitando ver la cama. Bajo otras circunstancias hubiera sido divertido permanecer en una casa como esa, pero como la amante de Pedro, iba a ser un verdadero infierno.

No había pensado en el aspecto emocional de la situación cuando aceptó la oferta, sino en cómo sería dormir con un extraño, alguien con quien no se sentiría culpable y al que olvidaría con facilidad una vez que hubiera regresado a Inglaterra. Pero poco a poco se iba dando cuenta de que Pedro no era el tipo de hombre que había imaginado y cuanto más lo conocía, más vergonzoso le parecía el convenio.

—¿Qué te pasa? —él había entrado sin hacer ruido y estudiaba el pálido rostro de ella con ojos empequeñecidos.

Ella tragó saliva y mordiéndose los labios respondió:

—Pedro, no creo que pueda…

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