miércoles, 29 de junio de 2016

La Usurpadora: Capítulo 19

Eso parecía una terrible pesadilla. El hombre parado frente a ella no podía ser su padre… y sin embargo lo era, sabía que lo era. Tenía una foto suya en alguna parte de su bolso y a pesar de que fue tomada veintidós años atrás, el día de la boda con su madre, no había duda de su identidad.

Y si ese hombre, Miguel Chaves, era su padre, entonces eso hacía que Priscilla fuera su media hermana. ¡Con razón se parecían tanto!

—Siéntate —ordenó Pedro al ver que ella palidecía más.

Se sentó agradecida aunque ni siquiera se había dado cuenta de haberse levantado, y se quedó mirando a su padre sin hablar. Los dos, padre e hija intercambiaban miradas en silencio.

Era un hombre muy distinguido, alto, con canas en las sienes, pero el resto del cabello del mismo color rubio que el de ella y el de Priscilla. La chica imaginó que estaría cerca de los cincuenta años. Tenía aspecto bondadoso y cierta tristeza en sus ojos color café.

Se volvió hacia Pedro Alfonso , y lo encontró observándola cauteloso.

—Usted lo sabía, ¿verdad?

—No al principio —negó Pedro.

Miguel Chaves pareció poner sus pensamientos en orden con esfuerzo.

—¿Tú eres culpable de esto, Pedro?

Pedro encogió los hombros resignado.

—Fue una coincidencia.

—¿Quieres decir que después de todos estos años, Paula se presentó aquí por accidente?

—No por accidente, sino debido a un accidente —corrigió Pedro con suavidad—. Alejandra está muerta, Miguel. Murió hace seis meses en el mismo accidente que mató a su segundo esposo y dejó mal herida a Paula.

Miguel Chaves tragó con dificultad.

—¿Alejandra… muerta? —repitió.

—Me temo que sí.

—¿Es cierto? —Miguel miró a la joven.

—Sí.

—¡Oh, Dios! —gimió su padre—. Y tú, ¿estás bien ahora?

—Sí, gracias —contestó con formalidad, todavía desconcertada por todo el asunto.

—¿Sufrió mucho Ale… tu madre? —había dolor en sus ojos.

—Los médicos dijeron que no.

—¿Y Manuel? —cierta frialdad se apoderó de su voz.

—Igual —contestó abruptamente y se volvió hacia Pedro—. ¿Puede decirme qué sucede? ¿Cómo puede mi padre… el señor Linares —se sintió culpable al verlo sobresaltarse—, estar vivo todavía cuando mi madre siempre me dijo que había muerto?

—Por la misma razón —le contestó Pedro—, que a Prisci siempre le dijeron que su madre estaba muerta.

Paula contuvo el aliento.

—¿Está diciendo que mi madre también era la madre de Priscilla?

—Estoy diciendo más que eso. ¿Todavía no te das cuenta?

—¿No me doy cuenta de qué?

—De que Priscilla no sólo es tu hermana, sino tu gemela también.

—¡No! —gritó, mirando con desesperación el rostro de su padre—. ¡Eso no es cierto! Díganme que no es cierto —rogó.

Miguel parecía incapaz de hablar y fue Pedro quien le contestó.

—Me temo que es cierto, Paula.

—¡Pero no puede ser! Dígale —cogió del brazo a su padre—. ¡Dígale que está equivocado!

Miguel Chaves se quedó mirándola atormentado.

—No lo está, Paula —se interrumpió al decirlo y se volvió para mirar por la ventana.

Pedro  agarró una hoja de papel del escritorio, el informe que había recibido acerca de ella.

—Tuve sospechas desde el principio. Pero me desconcertó el hecho de que fueras americana, y también el que tus padres habían muerto en el accidente.

—Siempre llamé papá a Manuel—dijo con rigidez.

—Bien, basándome en esos dos hechos, concluí que tu parecido con Prisci era un fenómeno de la naturaleza. Luego, el otro día me dijiste que cumplirías veintiún años el mes entrante… y también Prisci. Para mí esa fue mucha coincidencia. Toma —le entregó el informe—, lee el último párrafo.

Paula lo tomó. El último párrafo era corto y conciso: "Y así probamos, sin que haya duda, que Paula Gonzalez es en realidad Paula Chaves, hija de Miguel Chaves, y la gemela de Priscilla Chaves".  Miró el nombre impreso en lo alto de la hoja; la reputación de la compañía era indiscutible. Miró a su padre con expresión angustiada porque había leído la información para sí.

—Pero, ¿por qué? —gimió con voz ahogada—. ¿Por qué lo hizo?

No hay comentarios:

Publicar un comentario