miércoles, 8 de junio de 2016

Propuesta Arriesgada: Capítulo 15

¿Qué demonios estaba pensando? ¿Que sólo porque había pasado una hora a solas con Diego había ido con él a la cama? Las mejillas de Paula se encendieron, Pedro se volvió a ella.

—¿No tuviste problemas para llegar hasta aquí?

—No —contestó, tensa.

—¿Quieres una cerveza, Pepe? —ofreció Diego.

—Gracias —Pedro aceptó sin quitarle la mirada de encima a Paula.

—¿Quieres más limonada, Paula? —Diego le sonrió.

—No, gracias:

—No me tardo —Diego los dejó solos.

La expresión de Pedro parecía decirle que eso quería. Se sentó junto a ella. Puso su sombrero en el suelo y un brazo alrededor de los hombros de la chica con naturalidad.

—¿Qué hiciste durante el día? —inquirió con amabilidad.

Paula se apartó de él sentándose distante.

—No estuve ni un momento en la cama de Diego, si es eso lo que quieres saber —respondió, mirándolo furiosa.

Pedro sonrió exasperado.

—Eso ya lo sé —contestó.

—No sé cómo…

—Ya sé, Paula—repitió con firmeza acercándose a ella de nuevo, sus rostros estaban muy próximos—. Estoy esperando mi beso de bienvenida —dijo con suavidad.

—Pues entonces te vas a quedar esperándolo —dijo enfadada—. Yo… —su protesta fue impedida por los labios de él que se posaron con firmeza sobre los de ella. Fue un beso del que Pedro disfrutó al máximo, al conseguir la respuesta femenina.

Para una chica que necesitaba cariño, era imposible resistir ese beso, fue incapaz  de detener el movimiento involuntario de sus brazos que rodearon el cuello de él y el de sus manos que acariciaban el sedoso cabello negro.

—¿Te gustó, Paula? A mí sí.

—Pero Diego…

—¡Disfruta! —murmuró cerca de los labios de ella, y esta vez su beso fue lento.

Paula lo miró, mareada, cuando al fin levantó la cabeza mucho más agitada de lo que parecía y en sus ojos se reflejaba la satisfacción—. Lección número uno —agregó.

—¿Cómo me fue? —ella lo miró.

Él tenía los ojos agrandados por la sorpresa de verla tan tranquila. Esperaba sin duda exasperarla con sus bromas, pero ella ya había superado eso. Esa tarde había decidido aceptar su destino y se mantendría firme en su decisión.

—Ocho cinco —Pedro respondió con serenidad acomodándose en el sillón.

—¿Sólo ocho cinco? —Erin parpadeó insinuante.

—Habrías obtenido nueve si no te hubieras alejado cuando yo…

—Cuando tú me besaste —ella terminó la frase sonrojándose ya que sabía lo que iba a decir. Sin embargo, nadie la había besado de esa manera y por un momento la sorprendió.

—Y no me mires de esa manera —dijo, molesto—. A algunos hombres les gusta, pero a mí no.

—Lo siento —el sarcasmo de Paula era inconfundible—, creí que esa era la manera en que debía comportarme.

—Vamos a aclarar esto, Paula. Elegiste encontrarte conmigo aquí y con eso aceptas nuestra relación. Si has cambiado de opinión, está bien, yo no te obligo a que te quedes. ¡Pero no trates de actuar como una chica fácil para hacerme sentir culpable!

—¡Oh, yo no!…

—Pues lo hiciste y no sirve de nada. Nadie te está forzando a obedecer, ¿o si? — insistió con dureza.

—No —Paula lanzó un suspiro—, lo siento… voy a portarme bien.

—¡Ya estoy aquí! —Diego gritó antes de entrar en la habitación con dos cervezas en la mano.

—Te tardaste justo lo necesario —Pedro le sonrió al momento que Diego le arrojó la botella—, gracias.

—Muy bien, camarada —Diego movió la cabeza—, tuve que esperar hasta que no fue inoportuno entrar aquí. Después de todo, Paula es una mujer muy hermosa.

—Sí, muy hermosa —Pedro vió que la joven se sonrojaba—. ¿Lista para irnos, cariño?

Ella soportó la expresión sin protestar.

—Cuando quieras —asintió.

Él terminó su bebida y se limpió la boca con el dorso de la mano antes de levantarse.

—Gracias por arreglar la camioneta, Diego. Estoy muy agradecido, te debo una.

—Olvídalo. Tráela cuando quieras, me dará gusto revisarla.

—Bien —Pedro sonrió tomando a Paula de la mano—, pensaré en ello.

—¿Los veré antes que se marchen para Inglaterra?

—Quizá, depende del tiempo que tenga —Pedro frunció el ceño.

—A Paula le gustaría ir a la estampida —Diego le sonrió a ella con perspicacia.

—¿Te gustaría ir? —le preguntó Pedro.

—Bueno…

—Todo el mundo debe ir a la estampida de Calgary una vez en su vida —dijo Diego animándolos.

—Te llevaré —le prometió Pedro en voz baja.

—No tienes que hacerlo —estaba avergonzada de que Diego lo hubiera mencionado. Era posible que Pedro no quisiera salir ni ser visto con ella.

—Dije que te llevaré —miró a Diego y comentó—: Le das a una mujer lo que quiere, y luego dice que no lo desea ¡Nunca las entenderé!

—Y como tú eres tan nuevo en eso… —Diego se burló de él.

—Yo no creo que sea eso, Diego —dijo Paula con tranquilidad—, de otra manera, yo no estaría aquí —miró a Pedro desafiante, si él se había burlado de ella frente a su amigo, ella podía hacer lo mismo.

Pedro le acarició el cuello.

—Y ahora ¿por qué tan sarcástica? Esta mañana no te sentías así cuando estabas en mi cama.

Paula se quedó atónita, primero se sonrojó, luego palideció. Ni siquiera pudo mirar a Diego en el momento de despedirse, estaba avergonzada.

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