miércoles, 22 de junio de 2016

Propuesta Arriesgada: Capítulo 57

Paula estaba un poco ruborizada.

—Pedro no debió decirle que se quedara conmigo, señor Smythe. Estoy segura de que hay otras personas con las que usted desea hablar. Por favor, siéntase en libertad de dejarme.

—Claro que no —la tomó de un brazo—. Vamos por una copa de champaña y después la presentaré a cada uno de los presentes.

Ella aceptó la copa y bebía despacio.

—Si no le molesta, me gustaría ver las pinturas de Pedro —sugirió con timidez.

—¿No las ha visto? —él la miró sorprendido.

—Sólo en la camioneta de Pedro en una canasta —esbozó una sonrisa.

—Oh, ya veo —él asintió—. En ese caso, tendré el honor de mostrárselas.

Los cuadros eran bellísimos, aproximadamente treinta en total: cada uno era una verdadera obra de arte. La mayoría representaban la belleza natural del Canadá, uno o dos eran de los indios y otros dos de un rodeo en acción.

—Y ahora, la obra maestra de quien todo el mundo habla —anunció Matías, emocionado—. Pero es natural, usted ya ha visto ése…

—No, yo… —la negativa se quedó en su garganta, el color desapareció de su rostro al ver el cuadro que tenía el lugar de honor de la galería, las luces enfatizaban cada pincelada.

Era la pintura de una mujer blanquísima que contrastaba con el terciopelo azul sobre el que estaba reclinada; la luz del sol revelaba cada línea desnuda, los senos firmes, la cintura delgada, las piernas largas y hermosas. Sólo el rostro estaba en sombras, rodeadas por una espesa cabellera rubia que a la luz del sol parecía de oro. Sí, las facciones estaban semi ocultas, pero Paula sabía que era ella, todos los presentes lo sabían. Por lo menos tenía un anuncio que decía "no se vende". Ella se volvió enloquecida, su único pensamiento era escapar. Pedro había terminado el cuadro después de todo, la había pintado desnuda para que todos la vieran y no le había puesto el título de Inocencia, sino el de La Amada Evasiva.

—¡Paula! —Matías la tomó del brazo—. Paula, ¿se siente bien?

—Sí —respondió con dificultad—. Me tengo que ir.

—Venga conmigo —la llevó a una oficina, la acomodó en un sillón y quitó la copa de entre los entumecidos dedos—. Creo que necesita algo más fuerte que eso — se dirigió hacia la repisa de bebidas—. Aquí tiene —le alcanzó una copa de brandy. Paula empezó a beberla, Pedro la había pintado desnuda. La había invitado a presenciar su humillación. Matías se sentó a la orilla del escritorio y la miraba inquisidor.

—Usted no lo sabía, ¿verdad?

—No —ella sonrió con amargura—, no lo sabía.

—Es una obra maestra. Paula…

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