lunes, 6 de junio de 2016

Propuesta Arriesgada: Capítulo 8

—No se preocupe —dijo Pedro, burlón—, no pienso dejarla aquí con usted —Pedro lo empujó con violencia y se limpió las manos sobre los pantalones como si el solo contacto con ese ser despreciable lo hubiera contaminado.

—¿Por qué tenía que?… —Marcos lanzó un puñetazo que Pedro esquivó y éste le colocó un fuerte golpe en el flácido estómago—. ¡Maldición! —Marcos se quejó del dolor.

—¡Salga de aquí! —le ordenó Pedro.

—Usted no va a echarme de mi propiedad.

—Pues ya lo estoy haciendo.

—Pero…

—¡Fuera de aquí! —gritó Pedro, iracundo.

Marcos se dirigió tambaleante hacia la puerta.

—Ya hablaremos de tu partida —le advirtió a Paula.

—Ninguno de los dos va a quedarse —Pedro contestó por ella—. Tan pronto como Paula tenga sus cosas listas nos iremos de aquí.

—Qué bueno, porque eso me ahorrará la molestia de sacarlos.

Aun Marcos sabía que eso era sólo una amenaza ya que salió despavorido.

Paula se desplomó sobre la cama.

—¡Oh, Dios! —temblaba, con el rostro oculto entre las manos.

Pedro  puso su brazo sobre los hombros de Erin al sentarse junto a ella.

—Todo está arreglado, querida —la reconfortó con amabilidad.

Con altivez, ella se apartó de él.

—Hasta la próxima vez —masculló, levantándose a cerrar la maleta.

—¿Qué significa eso?

Paula encogió los hombros.

—Todos los hombres son iguales, no dan nada pero toman lo que pueden.

—¿En dónde aprendiste eso, pequeña? —la expresión de Pedro se tornó divertida.

Paula lo miró con resentimiento.

—De hombres como usted, como Marcos, como… como…

—¿Como quién? —él se levantó.

—Como mi padre, como Alberto —contestó con vehemencia—. Mi padre me tuvo sólo para tratar de salvar su matrimonio y como no fue así me maldijo. En cuanto a Alberto, él nunca me quiso, tampoco pudo esperar para echarme.

—¿Qué le hiciste? —preguntó, despacio.

—¡Nada! Trataba de hacer todo para él, lo cuidaba y hasta intenté quererlo, pero al final me echó de su casa. Tiene una mujer llamada Marta que vive con él — añadió con amargura.

Le había escrito a Alberto para decirle que había dejado la casa de su padre y éste le contestó que tenía una amiga que se había mudado con él y que por lo tanto no tenía lugar para Paula. Desde entonces no había tenido contacto con él.

—¿Estás lista para irnos? —Pedro le preguntó con voz áspera.

—Sí, pero no pienso irme con usted —levantó los hombros—, ¿por qué habría de hacerlo?

—Bueno, tal vez porque no me gusta la idea de que la "barracuda" entre en mi habitación cada vez que ella quiera, tampoco que ese tipo trate de meterse con las chicas que trabajan para él.

—Chica — Paula corrigió, arreglándose la chaqueta—, yo soy la única que trabaja para él —explicó ante la mirada inquisidora de Pedro.

—¿Y la "barracuda"?

—Es Fabiana, la esposa de Marcos.

Los verdes ojos se abrieron desmesuradamente.

—¿Esos dos son esposos?

—Me temo que sí.

—¡Demonios! —Pedro sacudió la cabeza—. ¿Tienen hijos?

—¡No… a Dios gracias!

—Eso mismo pienso —él se abotonó la camisa que se había puesto de prisa—. ¿Sabes que esa mujer estaba dispuesta a continuar en donde tú te quedaste? — expresó disgusto.

Las mejillas de Paula se sonrojaron al recordar en dónde se había quedado.

—No estará tratando de decirme que no le agradó —le dijo con desdén para ocultar su rubor.

—¿Estaría aquí si me hubiera gustado?

—Bueno… supongo… supongo que no.

—¡Por supuesto que no! —exclamó—. Ahora, vámonos, te invito a desayunar.

—No.

—¡Tú vas a comer algo! —dijo con firmeza, sacándola de la habitación—. Iré por mi maleta, espérame aquí —le dijo en cuanto llegaron al pasillo.

Paula esperó que entrara en su cuarto. Luego, se dirigió a la recepción. No vió a Fabiana, probablemente estaba trabajando, después de todo, no había nadie más que lo hiciera.

Marcos la miró con severidad.

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