viernes, 17 de junio de 2016

Propuesta Arriesgada: Capítulo 40

El hambre de cariño de tanto tiempo, se había acumulado en el corazón de Paula y se manifestó correspondiendo al apasionado beso de Pedro.

—Pau, Pau —Pedro estaba tenso—. Pau, déjame amarte —suplicó.

—Sí —contestó en voz baja y empezó a desabotonarle la camisa.

—¡Oh, quisiera ver tu rostro!

Ella se llevó una mano masculina a los labios y la besó con ternura.

—No necesitas ver Pepe, sólo tócalo.

—¿Tocarlo?… —repitió agitado.

—Sí —ella ocultó el rostro en el pecho de él.

—¡Oh, sí! —expresó con voz quejumbrosa y retiró la mano del rostro de Paula para acariciar su cuerpo—. ¡Oh, Pau eres tan bella!

Paula le quitó la camisa.

—¡Pau!… —la besó otra vez, sus labios estaban húmedos y recorrían los de ella con deseo.

La joven estaba muy emocionada cuando Pedro la colocó sobre el terciopelo que estaba en el piso.

—¡Oh, quisiera poder verte! —repitió.

—Tienes una memoria excelente, Pepe—le recordó en voz baja—. ¿Recuerdas?

—Sí, lo recuerdo —sonrió con amargura y se inclinó para besarle todo el cuerpo.

Paula se mantenía junto a él con la cabeza hacia atrás disfrutando el placer que la embargaba. La ropa de ambos era un obstáculo que estaba ansioso por librar. Cuando el cuerpo desnudo de Pedro quiso ser continuación del de ella, Paula ya no pensaba con cordura.

—Quisiera que este momento fuera eterno —dijo él en voz baja.

Sabían que pronto habrían querido no haberlo tenido nunca. Sus cuerpos se arqueaban uno contra otro y la tormenta eléctrica no se comparaba con la de sus emociones. Para ella, la pasión de Pedro era una verdadera revelación. En ese momento las luces se encendieron.

Paula ocultó su rostro en el hombro de Pedro, sonrojada.

—Ya se acabó el tiempo —el rió.

Pudo haber sido peor, eso era seguro. La impresión de lo que había pasado entre ellos, la dejó perpleja. Había estado demasiado abrumada con la intensidad de su amor para negarse a lo que los dos deseaban, sin embargo, las consecuencias de sus acciones caerían sobre ella. Para Pedro había sido sólo una buena experiencia física, ninguna palabra de amor salió de sus labios ni aun en el mejor momento, mientras que el amor de Paula se había intensificado, no quería separarse nunca de él.

—¿Paula? —Pedro la miró acariciando el pelo de la frente al apoyarse en sus antebrazos.

—Yo… me estás lastimando —se quejó la joven en voz baja y lo empujó.

—Lo siento —de inmediato se separó de ella.

Paula se incorporó para cubrir su desnudez.

—¿Puedes darme mi ropa, por favor?

Él frunció el ceño, no entendía la reacción de la chica.

—Paula…

—Por favor, Pepe.

—Está bien —él levantó los hombros conforme y se levantó para reunir la ropa de ella.

Ella lo miraba con timidez, sabía que nunca había visto a un hombre tan apuesto como Pedro, que se movía con gracia y seguridad sin sentir vergüenza de su desnudez y no era de extrañarse ya que tenía un cuerpo viril y fuerte. Pedro se abotonó la camisa y se vistió. Se pasó la mano por la cabeza y preguntó:

—¿Qué quieras que te diga? —la miraba con tristeza.

Quería que le dijera que la amaba, que no podía vivir sin ella, que era todo para él, ¡Que le pidiera que se casara con él!

—Nada —contestó calmada—. Creo que sería mejor que no dijéramos nada.

—Si eso es lo que quieres… —él lanzó un suspiro.

—Sí.

—Lo lamento, Pau—¡eso era algo que ella no quería oír! Sólo confirmaba que lamentaba haberla amado y tal vez aun el haberla conocido.

La boca de Paula temblaba en un esfuerzo por contener las lágrimas.

—Buenas noches, Pepe —corrió a su dormitorio, desesperada por llegar antes de romper en sollozos.

—¡Pau! —él la detuvo en la puerta—. Pau, yo…

—Nada, Pepe —le recordó—, por favor, no digas nada.

—Yo… lo siento tanto.

—Yo también —se contuvo antes de correr de nuevo hacia su habitación en donde se apoyó contra la puerta, sin contener el llanto.

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