domingo, 5 de junio de 2016

Propuesta Arriesgada: Capítulo 1

Paula estaba muy cansada, tenía una habitación mis que limpiar para terminar su jornada. Abrió la puerta y el desorden que vio, la hizo sentirse peor. No había duda, quienquiera que hubiese ocupado ese cuarto la noche anterior, había dado una fiesta, ya que olía a cigarro y había botellas de cerveza esparcidas por todas partes. Dejó la puerta abierta para ventilar el lugar y empezó a recoger los envases. ¡Nunca terminaría de limpiar! Cuando Marcos Johnston, el dueño del motel la había empleado hacía dos semanas, no le había dicho que su esposa, la otra empleada, salía de compras más a menudo de lo que trabajaba. Tampoco le había advertido que debería estar preparada para sus continuas y molestas insinuaciones amorosas.

Después de haber servido hamburguesas grasosas en un lugar sucio durante seis semanas, limpiar unos cuantos dormitorios en un motel le había parecido más fácil. La idea de ir al Canadá la había emocionado, así podría visitar el lugar donde había nacido y vivido hasta que tuvo tres años y sus padres emigraron hacia Inglaterra, ya que en Calgary el costo de la vida era uno de los más altos del país.

Marcos Johnston, le había ofrecido lo que él consideraba un buen entretenimiento; sin embargo, no era la clase de distracción que a Paula le agradara y sus insinuaciones resultaban cada vez más difíciles de rechazar, puesto que le había dado a entender que si no le daba lo que quería, podía despedirse del empleo.

—¿Es este el cuarto veintiséis, nena?

Paula se volvió al oír aquella voz ronca con ese agradable acento canadiense que tanto le gustaba. Sus ojos se agrandaron conforme observaba la apariencia del individuo; tenía botas de cuero, pantalones vaqueros y chaqueta, camisa a cuadros, el cabello en parte oculto por el sombrero igual al que muchos hombres de Calgary usaban. Paula volvió a mirar el rostro bronceado.

Debido a la distancia no podía distinguir el color de los ojos de aquel extraño aunque estaba segura de que eran claros, azules o quizá verdes. La joven temblaba temerosa. Había algo en ese hombre que la ponía nerviosa. Estaba segura de que no era un pacifista pero tampoco uno de esos jóvenes rudos que solían hospedarse en el motel. El no poder clasificarlo, la preocupaba y la hacía sentirse insegura acerca de la actitud que tomaría hacia él.

—¿Y bien? —interrumpió con voz suave los pensamientos de Paula al mismo tiempo que se acomodaba la maleta sobre el hombro.

—Yo… pues… —Paula  parpadeó—. ¿Perdón? —preguntó sin fuerza.

Él arqueó las cejas mostrando impaciencia y repitió la pregunta:

—¿Es éste el cuarto veintiséis?

—Sí —asintió nerviosa.

Se sentía sucia con los pantalones de mezclilla y la blusa de algodón que había llevado toda la mañana y con el cabello rubio desordenado. Parecía menor de diecinueve años.

—Entonces, ¿por qué tiene la puerta el número veintinueve? —preguntó a la vez que trataba de poner la maleta sobre la cama revuelta e hizo una mueca de desagrado ante el desorden que los rodeaba.

—No es posible —expresó extrañada dirigiéndose a la puerta y puso el número como debía estar, pero en el momento de retirar la mano, el número seis regresó a su posición inicial. Paula se limpió las manos en el pantalón y dijo:

—Creo que se le cayó un tornillo.

—Eso fue lo que pensé cuando ví el veintinueve a un lado y el veintisiete al otro. ¿Eres inglesa? —preguntó con espontaneidad.

—Sí —contestó con voz ronca la joven.

—Bueno, mi pequeña inglecita —dijo burlón—, sucede que he rentado esta habitación por hoy.

—¿Lo hizo? —no ocultó su preocupación, sabía que iba a tomarle algún tiempo limpiar y que no podía hacerlo bajo la mirada escrutadora de ese hombre. En ese instante vió que los ojos de él eran de un verde tan intenso que hacía un magnífico contraste con la piel bronceada.

—Sí —confirmó burlón y al quitarse el sombrero dejó al descubierto el cabello más negro que Paula había visto en su vida.

Con una sonrisa forzada Paula comentó:

—Todavía no termino de limpiar su habitación.

Él recorrió con la mirada el dormitorio.

—Ojalá ni siquiera hayas empezado, preciosa, no me gusta la idea de que los cuartos sean rentados en estas condiciones.

—Estoy un poco atrasada —replicó la chica, nerviosa, tocándose el cabello.

Él miró con atención el rostro sonrojado de Paula.

—Parece como si acostumbraras estar atrasada.

—Quise decir que… que todavía no he terminado mi trabajo.

—Ya sé lo que quisiste decir, preciosa.

—¡No me llame preciosa! —explotó al fin. Había sido un día cansado y no estaba de humor para soportar que ese extraño se burlara de ella—. Yo no soy nada de usted. Dejaré su habitación arreglada tan pronto como sea posible, aunque temo que me tomará algunos minutos hacerlo.

—No te disculpes, estás echando a perder el efecto.

Ella frunció el ceño.

—¿El efecto? —parpadeó mostrando su confusión.

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