lunes, 20 de junio de 2016

Propuesta Arriesgada: Capítulo 51

—Gracias —respondió Pedro, cortante—. Pero creo que no le he presentado a la señorita Chaves.

—No —Germán Parker estrechó la mano de Paula—. Amiga del señor Alfonso…

—Y eso es todo lo que es, Parker —dijo Pedro con frialdad—. Le agradecería mucho que mantuviera este nombre fuera de las hojas de escándalo.

—¿Hojas de escándalo?

—Los periódicos ingleses —explicó cortante y tomó a Paula de la mano—. El nombre de la señorita Chaves no va a ser dado a conocer a la prensa.

—Oh, pero…

—¿Esta claro?

—Yo… si, pero…

—Muy bien —Pedro estiró las piernas—. Conozco a Matías y a su maldita publicidad.

—Oh, pero estoy seguro de que él no…

Pedro sonrió irónico.

—Y yo estoy seguro de que él sí lo haría. Cualquier comentario de la prensa acerca de la señorita Chaves y yo, y retiraré mis pinturas de la galería.

—Pepe… —Paula no pudo disimular su incredulidad.

—¿Entendido, Parker? —lo miró con frialdad.

—Seguro, señor Alfonso —Germán estaba muy confundido—. Me ocuparé de eso.

—Pues hágalo. Ahora dígame. ¿Cómo están la madre y el bebé?

—La madre y… ¡Oh, se refiere a la señora Smythe! Creo que está bien.

—¿Y el bebé?

—Tengo entendido que fue niño.

—No parece muy seguro —Pedro hizo un gesto.

—Bueno, yo… para mí todos son iguales a esa edad, ¿no es cierto? —contestó Germán Parker.

—¿Ah, sí?

—Bueno… yo…

—Claro que sí —Paula interrumpió apoyando a Germán Parker, sabía que Pedro disfrutaba atormentándolo y sintió pena por él—. Pepe, acerca del hotel…

Él le apretó la mano hasta producirle dolor.

—Hablaremos más tarde de eso, Pau.

—Pero…

—Más tarde —repitió con firmeza.

Este era un Pedro diferente al que ella estaba acostumbrada.

Germán Parker los dejó en el hotel. La suite tenía todo lo que Paula podía imaginar y Pedro la aceptó sin verla. Habló por teléfono para enviar flores a Gabriela Smythe, y al colgar se volvió hacia Paula.

—Supongo que te gustará el resto del departamento —dijo con voz baja—. ¿Qué dormitorio te gustaría?

—No puedo quedarme aquí Pepe, traté de decírtelo en el coche…

—¿Qué habitación, Pau? —abrió la puerta de uno de los dormitorios—. Esta me parece bien.

—No pienso quedarme —repitió, abrazando el osito.

—Claro que sí —dijo con severidad—. Y por amor de Dios, ya deja esos ridículos muñecos, parece como si tuvieras diez arios.

—No quiero órdenes, Pepe. Puede ser que resulte con Parker, pero conmigo no.

—Perdóname —él se pasó una mano sobre el cabello—. Pero es que cuando te ponen en una selva, de manera automática te vuelves agresivo como los otros animales —se sentó y mostraba cansancio—. Ahora sabes por qué sólo aparezco en público durante tres meses al año, me toma los otros nueve humanizarme de nuevo. Al principio, cuando me hice famoso… y no lo digo con orgullo… cuando mis cuadros fueron apreciados, yo era sólo un inocente canadiense. ¿Qué sabía de exhibiciones, promotores y contratos? La gente se aprovechaba de mí, de mi ignorancia. Ataca antes que te ataquen, Pau, ésa fue la difícil lección que aprendí.

—Siento mucho eso, pero no puedo quedarme aquí. No era parte de nuestro trato.

Él palideció.

—¡Olvida ese maldito trato! —gritó—. Quiero que te quedes aquí porque me preocupa lo que te pueda pasar. ¿Acaso pensaste que al llegar a Londres te abandonaría a tu suerte?

—Esa era la idea.

—No era mía. Permanecerás conmigo hasta que yo sepa que tienes un lugar decente para vivir y un trabajo para mantenerte.

—Pero eso puede tomarme días, tal vez semanas.

—Así es. ¿Cómo creíste que ibas a vivir, Pau?

—Yo…

—Tú te quedas aquí —dijo con firmeza—. Ahora quiero que descanses. Tengo que ir a la galería un rato pero comeremos juntos cuando regrese.

—Pero…

—Por favor, Pau; déjame ayudarte. Dios sabe que te debo algo.

Él lo hacía porque se sentía culpable de haberla amado.

—Está bien —aceptó en silencio—. Iré a descansar —se volvió a la habitación.

—Pau…—Pedro la tomó por los hombros haciéndola volverse hacia él—. ¡Pau! —le besó los labios con profunda pasión. Su rostro estaba pálido cuando se apartó de ella—. Lo siento —dijo turbado—. No fue mi intención hacerlo.

—Entonces, ¿Por qué lo hiciste? —preguntó con amargura.

—Porque… porque… nos veremos más tarde —salió.

Tan pronto como él salió. Paula recogió todas sus pertenencias y salió del hotel, dejaba a Pedro sin saber a dónde iba y sin preocuparle.

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