domingo, 12 de junio de 2016

Propuesta Arriesgada: Capítulo 27

—A veces tenemos merodeadores por la vida animal de los alrededores.

—¿Te refieres a osos, lobos, y animales de ésos?… —sus ojos se agrandaron por el miedo.

—No —él sonrió—, aquí no tenemos osos ni lobos, pero a veces sí hay coyotes y…

—¿Coyotes? —interrumpió—. ¿Hay coyotes aquí?

—Sí —él rió de su temor—, ¿ustedes no tienen coyotes en Londres?

—No —ella levantó los hombros—. ¿Fue eso el ruido que escuché?

—Es probable —él asintió.

—¡Cielos!

—No tienes por qué espantarte —le puso el brazo alrededor de los hombros—. Los coyotes no molestan a los humanos.

—¿Estás seguro?

—Sí, y ahora a la cama, no quiero que mi modelo esté cansada.

—Entonces, ¿estás seguro de que lo haré? —preguntó desafiante.

—¿No lo harás? —él arqueó una ceja.

—Sí… —reconoció de mala gana—, no tengo otra alternativa, ¿o sí?

—Todo el mundo tiene una alternativa, Paula. Vete a la cama y no olvides el paseo matutino.

—¿El paseo?

—Sí, no lo habrás olvidado, ¿verdad?

—Oh, no, claro que no, estoy ansiosa de ir —mintió, lo único que le ayudaba era que él creía que sabía montar.

—Yo también —dijo sonriendo—, a las siete, ¿de acuerdo?

—Está bien —asintió y salió de la habitación. No sólo tenía que posar desnuda sino que primero debería montar a caballo.

Pedro llamó a la puerta a la mañana siguiente.

—Son seis y media, Paula. Hora de levantarse.

—Sí —respondió de mal humor, y se acomodó en la cama con intención de seguir durmiendo.

—¡Ya Paula! —gritó Pedro como si hubiera adivinado sus intenciones.

—Dije que sí —la joven se incorporó indignada.

—Ya lo creo —sonrió—. Voy a preparar el café, parece que lo necesitas —se alejó silbando.

Paula miró disgustada hacia la puerta. ¡Nadie tenía derecho a ser un ruidoso a esa hora de la mañana! Sin embargo, debía ver el lado bueno de la situación, al menos no tenía que limpiar cuarenta habitaciones y tampoco luchar por librarse de las inquietas manos de Marcos Johnston, aunque sí debería posar desnuda para Pedro y había aceptado ir con él a montar esa mañana.

Pedro llamó a la puerta cinco minutos más tarde cuando ella se estaba vistiendo.

—¡El café está listo! Saldré a ensillar los caballos.

—Sí, está bien, te alcanzaré en un momento —sintió que su corazón daba un vuelco.

—No te apresures —se alejó silbando otra vez.

Paula se dejó caer sobre la cama. ¿Qué tal si el caballo la tiraba? Quizá debía comunicarle a Pedro que nunca había montado y que el solo pensamiento de subirse a un caballo la aterraba. Aunque pensó en eso, sabía que no podría decírselo. Quizá él había crecido entre caballos y no entendería sus temores.

Paula estaba en la cocina tomando café cuando él entró y la recorrió con la mirada.

—¿Lista?

Paula lo miró, éste era el momento de decírselo antes de que fuera demasiado tarde. Sin embargo, no fue capaz de hacerlo.

—Sí, lo estoy.

—Los caballos están listos para partir —dijo riendo y abriéndole la puerta.

—¡Qué bien! —se oyó decir, rígida y sin expresión.

Pedro acarició al macho negro. Paula miró al caballo que iba a montar.

—¿Cómo se llama?

—Blaize —contestó Pedro.

Ni siquiera sabía cómo subir a la silla. Le pareció sencillo cuando Pedro lo hizo, pero ahora, el estribo le parecía demasiado alto.

—¿Quieres que te ayude?

—Sí, tal vez sea mejor —observó la ágil manera en que él bajó del caballo.

En segundos, Pedro ya la había subido a la silla y le dió las riendas.

—¿Cómo sientes los estribos?—la miró inquisidor.

—¿Cómo? —temía moverse, aterrada con la idea de caerse en cualquier momento.

—¿Están bien de largo? —explicó con paciencia.

—Oh… sí —asintió frenética sin la menor idea acerca de qué significaba lo que Pedro decía.

—Bueno —Pedro montó de nuevo su caballo—. Sígueme y no hagas trucos raros, a Blaize no le gustan —él iba a paso tranquilo deteniendo las riendas ya que el caballo quería ir más aprisa.

¡Sin trucos raros! Paula no podía siquiera hacer que el caballo caminara.

Pedro regresó a verla.

—Pueden comer cuando regresemos —le dijo.

Por inercia. Paula tiró de las riendas y se sorprendió al ver que la cabeza del animal se levantaba. ¿Y ahora, qué haría? Pedro le había dado a su caballo un golpecito en las costillas. ¡Fantástico! ¡Dió resultado! Blaize se movió y empezó a caminar con lentitud detrás del caballo de Pedro.

Iban caminando a lo largo de un sendero en el bosque, la paz y la tranquilidad relajaron a la chica.

—Si tenemos suerte tal vez veamos venados —Pedro se volvió para decirle con suavidad.

—¿De veras? —no pudo dar emoción a su voz.

—Mejor que coyotes, ¿no? —bromeó él.

Paula no se molestó en contestarle. La tensión volvió de pronto cuando le pareció que Blaize tropezaba.

—¿Adónde vamos? —le preguntó en tono casual.

—Sólo a unos tres kilómetros.

¡Tres kilómetros! La dureza de la silla comenzaba a molestarle, tres kilómetros más y dudaba que pudiera caminar después.

Cuando salieron al otro lado del bosque, Pedro empezó a trotar en su caballo. Paula vió que tenía problemas cuando Blaize siguió al macho galopando para darle alcance y aumentando su dolor. Era la sensación más extraña en su vida, sentía que su cuerpo se sacudía partiéndose en dos y las rodillas le temblaban.

Al fin habían cruzado el claro, Pedro disminuyó el paso y regresaron al bosque. El alivio de Paula era tal que se conformaba con estar todavía sobre el caballo, el vaivén lento era más agradable.

—¿No es precioso a esta hora? —Pedro sonrió al mismo tiempo que se igualaba con ella.

—Es hermosísimo —ni siquiera lo miró.

—No estás muy segura, ¿quieres regresar?

—¡Cielos! ¡Claro que no! —sonrió forzada—. Estoy disfrutándolo mucho — mintió. —Bueno, si estás seguía de… al parecer hacía mucho no montabas.

—Sí, un poco —asintió—, de verdad estoy bien.

—Bueno —Pedro levantó los hombros—. Dime cuando estés cansada.

Paula lo miró resentida.


2 comentarios:

  1. Muy buena la maratón, re divertida esta historia jajaja.

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  2. Muy buenos capítulos! por que no le dice las cosas! Pobre Paula! jajaja

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