viernes, 10 de junio de 2016

Propuesta Arriesgada: Capítulo 20

—¿Quieres decir que es tuya? —se volvió para mirarlo deseando al instante no haberlo hecho ya que su movimiento la acercó más a él.

—Sí —confirmó Pedro con voz suave—. ¿Qué te pasa? ¿No te gustan los perros?

Ella bajó la mirada.

—Creía que me gustaban —masculló, nerviosa.

—No me digas que no hay perros en Londres.

—En los departamentos no —lo miró enfadada, consciente de que la otra pareja los miraba divertida—. Y deja de burlarte de mí.

Él suspiró alejándola de sí.

—Entonces déjate de tonterías. No habría permitido que conocieras a Sheba si ella fuera mañosa —se dirigió hacia donde estaba el animal inclinándose para acariciarlo.

—¡Qué hermosa! —exclamó, cariñoso—. Bien chiquita, ven a saludar —Pedro tomó las patas delanteras del animal y las puso sobre los hombros de Paula.

Ella la miró horrorizada cuando la enorme naríz también se apoyó en su hombro.

—Te está saludando —dijo Pedro.

—¿De veras? —preguntó asustada.

—Sí, en serio —la miró impaciente antes de quitarle al animal de encima—. Ya te acostumbrarás a ella.

Eso era fácil de decir para él; Paula siguió furiosa durante todo el viaje. Él no era quien tenía miedo de la enorme bestia que estaba sentada entre los dos con un ojo fijo en ella a la vez que daba la impresión de haberse quedado dormida.

—Sheba percibe tu temor —comentó Pedro al ver que Paula se alejó tanto como pudo del animal.

—No puedo hacer nada para evitarlo. Debiste prevenirme.

—Sí, pero, ¿cómo iba a saber que le tenías miedo a una perrita?

—¿Perrita? ¡Pero si es enorme!

—Es cruce de pastor alemán y labrador —dijo con orgullo—. Hasta donde yo sé, es el mejor cruce que se puede obtener.

—Bueno, eso es lo que tú piensas. Me cuesta reconocer que el labrador es una raza preciosa.

—Sheba es tan dócil como un cordero —dijo él, acariciando la cabeza del animal.

—¡Los corderos no tienen dientes como ésos! —protestó Paula, molesta.

—¿Tampoco te gustan los caballos?

Paula hizo una mueca.

—¿También tienes caballos?

—Tengo un par, ¿no te gustan?

—Pues… si —mintió con jactancia.

—¿Sabes montar?

—¡Por supuesto! Siempre hemos tenido caballos en Inglaterra.

—Muy bien, entonces puedes acompañarme mañana en mi paseo matutino.

—¿Quieres que vaya?

—Sí —él asintió—, te ayudaría perder la palidez.

—Creo que preferiría dormir hasta tarde…

—Buena idea —le sonrió—, yo te acompañaré.

Las mejillas de Paula se encendieron.

—Tal vez después de todo, sería mejor salir a cabalgar —por un momento había olvidado que iba a compartir su lecho.

—Como tú quieras —dijo, encogiendo los hombros.

—¿Ya casi llegamos? —preguntó molesta, los saltos de la camioneta la estaban poniendo nerviosa.

—Nos falta poco más de un kilómetro —la miró arqueando una ceja—: ¿Tienes mucha prisa?

Ella se ruborizó con la implicación.

—Pensé que tal vez querrías que cortara un poco de leña antes de comer.

Él hizo una mueca de horror.

—¡No, esta noche no!

—¡Qué amable! —el sarcasmo de Paula era evidente.

Sheba levantó la cabeza y miró a Paula, atenta. La chica guardó silencio de inmediato.

Ahora sí que tenía apetito y abrigaba la esperanza de que no tardara mucho en encender el hornito. Tal vez comerían sólo sopa o algo ligero. Tan pronto como vió la casa, supo que Pedro la había engañado. Era un gran bungalow de cedro, de diseño modernista, con ventanas estilo americano y enorme jardín; a un lado estaba el corral con dos caballos.

—¡Me mentiste! —se volvió furiosa hacia Pedro que operaba el control de la cochera para abrir la puerta antes de entrar.

—¿Yo? —le preguntó inocente al bajar del vehículo, Sheba lo seguía fiel.

Paula bajó por su lado, estaba demasiado molesta para admirar el auto negro que estaba en la cochera.

—¡Sí, tú! —exclamó iracunda, alcanzándolo.

—¿Cómo es posible? —preguntó en tono casual, acariciando a los caballos.

—Me dejaste creer de forma deliberada…

—Lo que tú quisiste creer —los ojos de Pedro brillaron por el enfado—. No somos un país atrasado. ¿Sabes? De hecho tenemos muchísimo más que ofrecer de lo que tiene Inglaterra.

—Yo…

—¡Tú tienes aires de superioridad! —se volvió para mirarla, el tacón de una de sus botas descansaba sobre uno de los palos de la cerca y se empujó el sombrero hacia atrás—. ¡Y no te mentí acerca del pozo! —le indicó que se volviera.

Los ojos de Paula se agrandaron cuando fue al pequeño pozo de ladrillo con techo de teja que se parecía un poco al pozo ingles de los deseos.

—¿Es verdadero? —preguntó al acercarse más para ver.

—Esta parte es sólo decoración —Pedro la alcanzó—. Pero hay agua abajo. Existe una corriente subterránea.

Ella lo miró y lanzó un suspiro de cansancio.

—No estamos en una competencia. Perdóname si antes parecí sentirme superior. Lo que pasó es que no habíamos hablado del lugar donde vivías y me sorprendió mucho que tomaras este camino.

Él asintió.

—Disculpa aceptada —dijo sonriendo y la abrazó—. Y yo no debí tomarte el pelo —su tono era suave—, pero es tan fácil hacerlo —ahora reía.

Paula se sintió más tranquila con el buen humor de Pedro. Prefería tenerlo como amigo.

3 comentarios:

  1. Muy buenos capítulos! Ya quiero leer esa primera noche!

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  2. Hermosos los 5 caps, me encanta cómo le toma el pelo Pedro a Pau jajajajaja. Está buenísima esta historia.

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