domingo, 26 de junio de 2016

La Usurpadora: Capítulo 6

—¡Paula! —Ezequiel apareció frente a ella—. Por un minuto pensé que te habías ido sin mí —suspiro de alivio—. Siento haber tardado tanto, pero me topé con Pablo. Ven a conocerlo.

Ella fue de buena gana, aliviada de tenerlo de nuevo a su lado, antes que más hombres de Priscilla se le acercaran. Pablo resultó ser un chico extrovertido.

—¡Oh! —exclamó al verla, halándola para que se sentara frente a la barra del bar y junto a él—. Apuesto a que tienes talento innato —se entusiasmó estudiándola con el ojo clínico de un fotógrafo—. ¡Cómo me gustaría tenerte al otro lado de mi cámara! —dijo como para sí—. ¿No habría una oportunidad para eso?

Paula sonrió.

—No en este viaje. Ya le expliqué a Ezequiel que no tengo permiso…

—Yo podría conseguirte uno —interrumpió Pablo, ansioso.

—Todavía estoy convaleciente.

Ezequiel se lo explicó y Pablo la observó con fijeza.

—¿Has trabajado alguna vez en este país?

—Jamás había estado aquí, excepto de chiquita.

—Tengo la sensación de que te he visto —frunció el ceño, perplejo.

—¡No! ¿Tú también? —suspiró Paula—. Eres el tercero desde que llegué.

—¿Al club? —preguntó Ezequiel, sentado al otro lado de ella.

—No, a Inglaterra. La gente piensa que soy otra persona.

—¡Alguien que trata de entablar una conversación!

—No —negó con la cabeza—. Eso pensé la primera vez que sucedió, pero volvió a suceder aquí, esta noche, y ambos hombres pensaron que yo era la misma persona —encogió los hombros, perpleja.

Ezequiel la abrazó.

—Me niego a creer que haya dos como tú —le sonrió—. ¡La naturaleza no pudo haber sido tan generosa!

—De todas maneras, todo fue muy extraño, pero no importa. ¿Podríamos irnos ya, Eze? Se está haciendo tarde y tía Susana y tío Arturo me estarán esperando.

Se despidieron de Pablo y Paula prometió ponerse en contacto con él si decidía alguna vez trabajar en Inglaterra.

—¡Fue una suerte que nos hayamos topado con él! —comentó Ezequiel en el trayecto a casa—. Es un hombre imposible de encontrar a veces.

Paula estaba preocupada, incapaz de olvidarse del hombre del casino. Quienquiera que fuese Macarena, era una muchacha afortunada teniéndolo por amante.

—Eze —se mordió pensativa el labio inferior— esta noche en el club, estaba un hombre llamado Pedro Alfonso, ¿lo conoces?

Él soltó una carcajada.

—¡Debes estar bromeando!

—Pero, ¿has oído hablar de él?

—¿Y quién no? Está metido en los mejores negocios, siempre que sean legales. Él y su socio… bueno, en realidad era el socio de su padre, pero como el viejo ya murió, son millonarios.

—¿Está casado? —Paula hizo la pregunta con tanta indiferencia como pudo, porque no quería demostrar demasiado interés en la respuesta de Ezequiel.

—No —sonrió—. Pero lo estará. Hizo la cosa más sensata, se comprometió con la hija de su socio, Priscilla Chaves…

Paula tragó con fuerza.

—¿Priscilla…?

—Mmm. Un día, Pedro Alfonso será propietario de todo, además de la encantadora Priscilla.

Paula ya no lo escuchaba. ¿Acaso Pedro Alfonso pudo cometer el error de confundir a otra mujer con la que se iba a casar?

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