lunes, 27 de junio de 2016

La Usurpadora: Capítulo 14

—Está bien —rió Ezequiel—. No pensaba tirarme a matar.

Paula sonrió de su propia presunción, luego se durmió por el calor del coche y por el monótono ruido del motor.

Despertó de golpe, con una extraña sensación, como si presagiara algo. Dicha sensación persistió durante los días siguientes, tanto que no dormía de noche. El médico le había advertido que eso podría suceder debido al largo viaje en avión además de su estado de debilidad que la había dejado sin energías, por lo que pasó tres o cuatro días descansando, sin alejarse demasiado de la casa.

Por eso estaba en casa cuando Priscilla telefoneó y acordaron encontrarse para almorzar en un restaurante de la ciudad.

Cuando llegó a la hora indicada, no había señales de Priscilla, a pesar de que el portero insistía en llamarla ''señorita Chaves''. Paula consideró demasiado complicada la situación para explicar, y lo dejó creer que era Priscilla. Cuando ella llegara, el pobre hombre se llevaría la sorpresa de su vida.

Priscilla llegó al restaurante veinte minutos después, y los primeros cinco de su conversación fueron para disculparse.

—Fue por Pepe—suspiró ordenándole al camarero un Bacardí con Coca Cola—. Cada vez que papá está ausente, él considera que debe cuidarme. Me tuvo diez minutos en el teléfono, tratando de averiguar a dónde iría.

—¿Cuándo se casarán? —preguntó Paula.

—Falta mucho todavía. Pepe no tiene prisa y yo tampoco.

—¿Acaso no llevan casi un año de comprometidos?

Paula no podía imaginar a Pedro como un tipo paciente.

—No, menos de seis meses —corrigió Priscilla—. Y a decir verdad, no estoy segura de ser una buena esposa para Pepe. Él es un perfeccionista.

Paula sonrió.

—Estoy segura de que a una recién casada le disculparía muchas cosas.

—Tal vez —Priscilla cambió de tema—. Me encanta tu acento. ¿De qué parte de Estados Unidos vienes?

Paula le dijo y también le explicó lo del accidente en el cual se mataron sus padres y ella quedó herida. Le era muy fácil hablar con la chica y Priscilla parecía sentir lo mismo.

—¡Qué triste! —Priscilla se mostró perturbada—. Yo odio la muerte —se estremeció—. Mi mamá también murió.

—Lo siento.

—Ordenemos el almuerzo —reaccionó Priscilla y sonrió.

Paula se sorprendió por la capacidad que tenía Priscilla de pasar de un tema a otro, de un estado de humor a otro y, al terminar el almuerzo sintió que eran amigas.

—Todavía no me repongo del impacto a raíz de nuestro parecido —confesó Priscilla cuando salieron del comedor y fueron a otro saloncito a tomar café—. Pepe está convencido que todo es un truco de tu parte —rió.

—Sé la opinión que tu prometido tiene de mí.

—¿En realidad le pegaste? —inquirió Priscilla, divertida.

Paula mantuvo los ojos fijos sobre la taza de café.

—¿Dijo que yo lo había hecho?

—No tuvo necesidad, fue notorio. Pero, cielos, estuvo de un humor terrible durante el resto de la velada. Jamás lo había visto así —a Priscilla no pareció perturbarla el hecho porque sonreía.

—Se lo merecía —dijo Paula, tensa.

—Estoy segura de eso. El problema con Pepe es que como él es perfecto, espera lo mismo de los demás. Me temo que ni siquiera yo estoy a la altura que él quisiera. Pepe cree que estás tratando de sacarme dinero de alguna manera — agregó Priscilla con sinceridad—, o a papá.

—Pero jamás he visto a tu padre, ni he hecho ningún intento de ponerme en contacto con él.

—No —Priscilla sonrió—, pero Pepe piensa que mi padre pudo haber conocido a tu madre, unos nueve meses antes que tú nacieras.

Paula se puso furiosa. ¿Cómo se atrevía Pedro a insinuar eso de su madre? Priscilla rió al ver la expresión de la otra chica.

—No te preocupes, pronto lo saqué de su error… mi padre le tenía devoción a mi madre. Esa es la razón por la que nunca se volvió a casar.

—Y mi madre amaba a mi padre. ¡Tú prometido tiene una mente enfermiza! Además, yo no hice ningún esfuerzo por verte de nuevo y si hubiera estado tramando algo, lo habría intentado, ¿o no?

—Pepe dice que fue un movimiento muy astuto de tu parte.

—Tú prometido habla demasiado.

—En realidad no —dijo Priscilla seria—. No habla mucho, pero cuando lo hace, puedes apostar que es algo importante. Yo soy lo opuesto, hablo durante horas y nada de lo que digo tiene mucho sentido.

Paula ya lo había notado, sin embargo, le simpatizaba Priscilla.

—¿A qué te dedicas? —le preguntó Paula.

—Quieres decir, ¿para ganarme la vida? —Priscilla se mostró escandalizada.

Paula  rió al ver su expresión..

—Por tu reacción, me doy cuenta de que no haces nada.

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