domingo, 19 de junio de 2016

Propuesta Arriesgada: Capítulo 47

—Primero vamos a presenciar la carrera —propuso—, después iremos alrededor de la feria.

—Y veremos los puestos de juegos.

Estaba segura de que lo último era para ella y se sintió molesta por la condescendencia de él.

—¡No soy una niña! —exclamó, malhumorada.

—Tal vez tú no, pero yo sí lo soy cuando vengo a una feria —la miró sonriente—. ¿Hacemos las paces por hoy?

Su amor por él y la indignación de haber sido abandonada en casa de sus amigos toda la semana se debatía en su interior, pero al fin su amor ganó.

—Está bien, ¡paz! —contestó sonriendo.

—¡Linda chica! —la besó en la naríz.

Ella sonreía contenta cuando Pedro le entregó un sombrero de paja que le compró en la feria.

—Ahora sí pareces una nativa de Calgary —sonrió al ponérselo—. Te queda bien.

—Entonces, ¿de qué te ríes?

—De que te veo muy graciosa.

La carrera de carretas fue emocionante aunque Paula se asustó un poco cuando una se volteó.

—No te asustes —los ojos de Pedro estaban empequeñecidos por el resplandor del sol—. Marcelo estará bien, él sabe cómo salir de esos aprietos. ¡Mira! —le mostró cómo el conductor salió rodando de abajo del carro corriendo después hacia la orilla del rodeo para evadir los cascos de los caballos que continuaban halando el carro por la arena—. Está bien, tal vez sólo un poco golpeado, pero eso es todo.

—Pero la carreta…

—Los oficiales van a detenerla —le aseguró.

Más ligera que las otras, por la falta de conductor, la carreta azul tomó la delantera y dos oficiales a caballo la sacaron antes que pudiera obstaculizar el paso a las otras.

—Parece que tú sabes mucho de eso —comentó la joven con curiosidad.

—Yo era uno de esos jinetes —encogió los hombros.

Paula agrandó los ojos, asombrada.

—¿Te lastimaste alguna vez? —preguntó preocupada.

—Sólo una vez me rompí un brazo.

—¿Cómo? —tragó saliva.

—Me caí debajo del caballo —Pedro encogió los hombros—. Ya va a empezar la siguiente competencia —señaló las cuatro carretas que salieron al ruedo.

—Creo que ya he visto suficiente —dijo Paula, impresionada—. ¿Ya podemos irnos?

—Estás pálida, ¿no te sientes bien?

—No… creo que no —el sólo pensar en Pedro debajo de las patas de los caballos, la enfermó. ¡Podría haberse matado!

—Entonces, nos iremos —la tomó del brazo y salieron—. ¿Quieres tomar algo?

—Sí —ella aceptó—. Tal vez una Coca.

Él fue a uno de los kioscos y regresó con dos vasos grandes.

Paula estaba tomando su refresco y de pronto preguntó:

—¿Por qué te convertiste en jinete?

—¿Por qué? —frunció el ceño y levantó los hombros—. El padre de Jonathan era uno de los jinetes conductores y nosotros éramos dos de sus jinetes.

—Pero, ¿por qué? —ella insistió.

—¿Porqué no? Era emocionante y divertido… además, pagaban por hacerlo — añadió sonriendo.

—Pero es muy peligroso.

—Casi todo en la vida lo es.

—Y el padre de Jonathan, ¿se lastimó alguna vez?

Pedro hizo un gesto.

—Esperaba que no me preguntaras eso. Hace más o menos cinco años, chocó y se rompió la pelvis y las piernas.

—Y ahora está en una silla de ruedas… —agregó la joven, estremeciéndose.

—No, no es tan serio, usa bastón y fue debido a eso que la madre de Jonathan le suplicó que no lo hiciera más. ¿Vinimos a divertirnos o no? Pensé que querrías caminar alrededor para ver los puestos.

—Sí quiero —dijo decidida—, claro que sí.

—¿Te sientes mejor? —Pedro la abrazó.

—Mucho mejor. ¿Qué vas a ganar para mí? —le preguntó al mirar los puestos de juego.

—Si eso es un desafío, lo acepto.

—Pues, adelante —ella sonrió.

Para su sorpresa, él ganó varios premios.

—¡Olvídalo! —Paula felíz, llevaba en los brazos los cuatro ridículos muñecos—. No creo que pueda cargar más de todas maneras.

—Pero tú querías uno y voy a conseguirlo aunque me pase toda la noche —dijo con firmeza.

—No, Pepe…

—Sí.

No le tomó toda la noche sino unos minutos en que le bajaran el muñeco a Paula, quien le dió los otros a Pedro para que los llevara, ella estaba muy agradecida. Nadie le había dado nada antes y abrazaba su oso como un niño a su juguete nuevo.

—¿Te gustó tu primera visita a la estampida? —caminaban despacio hacia la camioneta.

—Me fascinó.

—Qué bueno. Aunque eso parece más un elefante que un oso con esas orejotas —Pedro dijo bromeando al mirar el juguete de Paula.

—Pero si no tiene trompa —lo defendió indignada.

—Los osos no tienen así las orejas —Pedro dijo burlón.

—¡Pues yo creo que es precioso!

—Me pregunto qué será de él mañana en el aeropuerto —Él sonrió.

La felicidad de Paula  se esfumó de inmediato. Al día siguiente volarían a Inglaterra.

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