miércoles, 1 de junio de 2016

Volver A Amar: Capítulo 57

—Me tenía que ir —habló despacio—. De tí. Oh, no por lo que estás pensando —añadió al verla reaccionar. Se llevó una mano a los ojos—. Ya debes saber el terrible efecto que ejerces sobre mí.

—Sí.

—Y la falta de efecto físico que yo causo en tí —suspiró él.

Paula tragó saliva.

—Sí.

—No me gusta forzarte…

—Oh, pero tú no…

—No nos engañemos, Paula—le sonrió cansado—. Cuando estamos en la cama juntos yo llevo la iniciativa. Tú jamás te has dirigido a mí.

Era cierto; ella siempre esperaba a que diera el primer paso y nunca lo animaba a más.

—Podría intentar…

—¿No entiendes que no quiero que lo intentes? —la interrumpió Pedro tajante—. El amor no se debe intentar, debe suceder, porque ambos lo deseamos —se puso de pie y empezó a pasear por la habitación—. Tú sólo aguantas mi contacto…

—¡No!

—Sí —insistió él—. Y cada vez que pasa, cada vez que siento la necesidad de hacerte el amor, pierdo un poco más del respeto que me debo a mí mismo —la miró con fijeza—. De ahora en adelante dormiré en otra habitación.

—¡No! —exclamó dolorida.

—Sí, Paula —suspiró él—. Hasta que aclaremos todo, tengo que estar alejado de tí.

—Pero yo… ¿Vas a dejarme, Pedro? —balbuceó.

—Demonios, no. No podría dejarte ni siquiera si me odiaras. Y no me odias, ¿verdad, Paula?

—No —admitió ella con suavidad.

—Pero tampoco me amas —le dijo dándole la espalda.

—Yo…

—No hay necesidad de declaraciones falsas, Paula—dijo impaciente—: No podría soportarlo.

—Pero yo…

—¡No podría soportarlo! —repitió amargado—. Me voy a la cama —y dejó su vaso—. Ha sido una semana muy larga.

—¡Pedro! —el grito desesperado de su mujer lo hizo detenerse un momento.

—¿Sí? —su tono no invitaba a la confesión.

—Yo… yo… Nada —murmuró ella—. Buenas noches.

Él salió con brusquedad, sin contestarle, pisando con fuerza los peldaños de la escalera.

No tenía sentido castigarse, aunque ya lo había hecho. Había tenido la oportunidad de decirle que lo amaba y, sin embargo, largos años de ocultar sus sentimientos le hacía imposible declarar su amor a Pedro.

Lo pudo oír en el baño al pasar al dormitorio principal, pudo oír la ducha correr. No podía permitir que durmiera en otra habitación; sabía que esa clase de arreglos nunca daba buen resultado. Pedro había dicho que ella nunca tomaba la iniciativa, pues bien, ahora iba a hacerlo, iba a ir a él y a decirle lo que sentía.

Se quitó toda la ropa antes de entrar en el baño, donde Pedro se estaba secando y se quedó de una pieza al verla, conteniendo la respiración al sentir su desnudez rozarlo con suavidad.

—Hoy me toca a mí la iniciativa, Pedro—le dijo ella—. Es más, lo haré todo yo, si me dejas.

El corazón de Pedro latía aceleradamente.

—No entiendo…

Paula tragó con dificultad, sabía que tenía que decirle la verdad.

—Te amo —murmuró—. Te amo, Pedro.

Él la aprisionó con manos de hierro y la apartó un poco.

—¿Paula?…

—No digas nada, querido —gimió ella—. Sólo ámame.

No pudo contenerse más, la besó enloquecido, acariciándola con manos temblorosas. Sus ojos brillaban al levantar la cabeza.

—¿Hablas en serio? —murmuró—. ¿Me amas?

—Sí —contestó ella sin vacilar.

—¡Yo también te amo! —ocultó el rostro emocionado en la garganta femenina, abrazándola, dejando que su amor los bañara por entero—. Te amé desde el primer momento —le susurró—. Te hubiera podido raptar para casarme contigo si no hubieras estado ya…

—No esta noche, querido —le tapó los labios para acallar la mención de Antonio—. Pensemos en nosotros —le pidió, y un cálido halo la envolvió mientras aceptaba el regalo de su amor—. Sólo tú y yo.

—Sí —sonrió él dejando atrás todo rastro de tensión—. Me gusta oír eso —se inclinó y la tomó en sus brazos.

—¿Qué haces? —preguntó ella asombrada.

—Llevarte a nuestro dormitorio —le dijo con satisfacción—. No creo que quiera hacerte el amor en el suelo del baño, mi vida —añadió divertido.

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