lunes, 6 de junio de 2016

Propuesta Arriesgada: Capítulo 9

—¿Qué quieres? —refunfuñó.

Paula iba decidida a hacer valer sus derechos.

—Quiero mi salario de la semana pasada —respondió.

—¡Debes estar bromeando! —se burló, mirándola con insolencia—. Deja que tu amante se preocupe por tí.

Paula tuvo que morderse la lengua para no contestarle, iracunda.

—Quiero mi dinero —repitió—, y lo quiero ahora.

—Bien, pues no pienso dártelo.

—¿Esa es tu última palabra?

—Sí, "esa es mi última palabra" —la remedó.

—Muy bien —ella inclinó la cabeza—. Mi abogado vendrá a visitarte pronto.

Marcos agrandó los ojos, asombrado.

—¿Por unos cuantos dólares?

—No, por unos cuantos dólares, no. Pero sí por acosamiento sexual.

—¿Acosamiento sexual?… ¡Dios mío… eres una maldita!

—Estoy decidida —dijo ton firmeza.

El hombre palideció de ira.

—Ya lo veo —abrió un cajón, tomó algunos dólares y se los arrojó sobre el mostrador—. ¡Ahí están, tómalos y nunca regreses!

—No es mi intención —Paula recogió el dinero y lo metió en la bolsa del pantalón, levantó la maleta del suelo y se volvió para salir. Pedro estaba en la puerta principal y en sus grandes ojos se reflejaba el respeto que sentía por ella—. Gracias — estaba agradecida de que él tomara de su mano temblorosa la maleta.

—Te arriesgaste mucho, pequeña. Pudo haber sido grosero contigo.

—También yo —le contestó tranquila.

—Pero no tanto como él. Pensé que ya habías salido —la miró de reojo.

—No me habría ido hasta recibir mi dinero —dijo con firmeza.

—Tú mencionaste "acosamiento sexual" —él recordó—. ¿Quieres decir que ya había ocurrido lo que pasó esta mañana?

Ella se sonrojó.

—No a ese grado. ¿Podría caminar un poco más despacio? —pidió impaciente ya que tenía gran dificultad para alcanzarlo—. ¿Y dónde está la camioneta?

—En el servicio, esta tarde estará lista —él disminuyó la velocidad de su paso— ¿Qué quieres decir con "no a ese grado"?

Ella lo miró con severidad.

—¿Paula? —él la animó a hablar.

—Oh, pues me tocaba, me hacía proposiciones, cosas por el estilo —dijo cortante ya que no quería hablar de ello y menos con el hombre al que había besado con tanta pasión hacía sólo unos minutos—. Nada que no pudiera sobrellevar.

—Hasta esta mañana —dijo Pedro con frialdad.

—¡Pero usted tuvo la culpa! —exclamó la chica de pronto—. ¡Ah, sí fue su culpa! —ella insistió ante la carcajada de él—. Fabiana le dijo a Marcos que usted y yo habíamos pasado la noche juntos y claro, a él no le gustó eso.

—¿Fue hasta hoy que ese tipo entró en tu habitación por la fuerza?

—¿Quiere decir que si yo lo dejé entrar? —inquirió Paula con desprecio y amargura.

—No, no quise decir eso —su expresión se entristeció—. ¿Cómo entró si tú no lo dejaste?

—Usando la llave —contestó con inocencia.

—Tú le diste…

—No, yo no se la dí —contestó irritada y explicó la manera en que Marcos había obtenido la llave de la habitación.

—Maldito —refunfuñó él.

—¿Adónde vamos? —seguían caminando y al parecer lo hacían sin rumbo.

—Ya te lo dije, a desayunar. Ya llegamos —él se detuvo frente a un restaurante—. Espero que tengas apetito —agregó antes de entrar.

Pedro fue recibido como cliente asiduo por la camarera que los acompañó hasta la mesa.

—¿Mesa para dos, Pedro? —le dirigió una mirada especulativa a Paula.

—Sí, Melina —contestó sonriendo a la joven—. ¿Puedes guardar esto hasta que hayamos terminado? —preguntó mostrándole la maleta.

—Seguro…

—Oh, pero…

—¿Qué pasa, Paula? —Pedro arqueó una ceja.

Ella tomó la maleta ansiosa por no perderla de vista y confesó:

—Preferiría tenerla conmigo —era todo lo que poseía en el mundo.

—Está bien —respondió él—. Mesa para dos personas y una maleta, Melina.

Paula esperó a que la camarera acabara de servir el café para reprocharle.

—Está bien, ríase de mí —dijo irritada—, pero todo lo que tengo, está en esa maleta.

Él hizo un gesto.

—Pues no pesa mucho.

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