viernes, 10 de junio de 2016

Propuesta Arriesgada: Capítulo 17

—Ya veo, qué lástima. Pero no los matan, ¿verdad? —lo miraba con ojos agrandados.

—A algunos sí —Pedro confirmó con dureza—, los envenenan.

—Qué crueldad.

Él hizo una mueca, extrañado.

—¿Y eso? ¿De una chica que viene de un país donde mandan más de veinte sabuesos tras una pobre zorra, y se sientan a esperar hasta que la deshacen?

Paula levantó los hombros.

—Tampoco apruebo la caza de zorras.

—Puede ser cruel matar a las ardillas, pero es peor si tu ganado se rompe una pata en uno de sus hoyos.

—¿Lo dices por experiencia?

—Sí y te aseguro que no es nada agradable.

—No… yo… ¡Oh! ¡Mira ahí está otra!

—¡Cálmate! —Pedro suspiró—, casi me da un ataque cardíaco cada vez que gritas de esa manera.

—Perdóname —sonrió con tristeza—. Pero, ¿por qué caminan sobre la carretera?

—Siempre lo hacen porque buscan el calor del pavimento que retiene el calor del sol. Cuando alguna de ellas muere… sus amiguitas vienen y se la comen.

—¡Uf! —se quejó haciendo una mueca de asco.

Pedro sonrió sin disimular.

—¿Sigues pensando que son muy lindas?

Ella lo miró enfadada.

—No te creo, sólo estás diciendo eso para molestarme.

Él negó con la cabeza.

—Comen hierbas más que nada, pero si un poquito de carne se les pone enfrente, lo comen.

—¿En realidad se comen unas a otras? —Paula hizo un gesto.

—Seguro.

—¡Qué horrible!

—No, sólo es supervivencia —él corrigió.

—No me parece correcto que vivan unas de otras de esa manera.

—Pues no veo por qué… el ser humano hace eso todo el tiempo —dijo con frialdad.

Paula palideció.

—¡Qué cruel eres! —exclamó, sofocada.
Él frunció el ceno, confundido.

—¿Qué te pasa? No quise molestarte, no me refería a tí; ¡por amor de Dios, no seas tan sensible! —la miró malhumorado—. Tú no estarás viviendo de mí, sino trabajando para mí.

—Si tú lo dices…

—¿No me crees? —enarcó una ceja.

—Supongo que podría llamarse "trabajo"…

—Vamos a olvidar eso por el momento —suspiró—, por alguna razón te molesta hablar de ello.

¿Olvidarlo? ¿Cómo podría hacerlo? Conforme la tarde se acercaba, el compartir la cama de él se convertía en una realidad y eso la horrorizaba.

—Tal vez esto te anime un poco —Pedro sacó un sobre de su chaqueta y se lo dió—. Ve lo que hay adentro —la animó.

—¿Adentro?

—Sí, anda…

Paula lo abrió y sacó los dos billetes de Calgary a Londres.

—Para demostrarte que quiero respetar mi parte en el convenio —dijo él con serenidad. Erin metió los billetes de nuevo en el sobre y se lo entregó.

—Mejor no los sueltes hasta que yo haya cumplido la mía.

Paula, de mal humor, miraba por la ventanilla sin darse cuenta del cambio en los alrededores; el campo plano daba lugar a un terreno más accidentado, había árboles a la orilla del camino y las montañas parecían cada vez más cercanas.

—¿Sabe tu amigo… Diego… le dijiste? —se humedeció los labios.

—¿De nuestro trato? —terminó con frialdad—. ¿Pensaste que yo iba a decirle?

—¿Cómo puedo saberlo? Ustedes parecen ser buenos amigos.

—¡Lo somos! Pero mi vida privada es otra cosa. ¿Por qué, no te habría gustado que lo supiera?

—Bueno, yo… creo que es algo entre tú y yo.

—Eso creo también. ¿Te simpatizó Diego?

—Es muy agradable, pero me pareció un ser triste —levantó los hombros.

—¿Triste? ¿Por qué dices eso? —preguntó cortante.

—Estaba triste, por su novia. Debe haber sido algo horrible para él.

La preocupación se reflejaba en el rostro masculino.

—¿Diego te habló de Sabrina?

—¿No debía? —preguntó nerviosa y tragó saliva.

—Depende de lo que te haya dicho —contestó tenso.

—Sólo que murió un mes antes de la boda —Paula explicó.

—Sabrina no murió —dijo con voz áspera—, se suicidó.

—Ella… ¿qué?

—Se suicidó, se quitó la vida —repitió molesto.

—Eso… eso es horrible.

—Es más que eso. Ella era muy hermosa, Paula, tanto en su interior como en su físico, y yo todavía la extraño muchísimo.

—¿La extrañas?

—¿No debía? —inquirió con amargura.

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