viernes, 10 de junio de 2016

Propuesta Arriesgada: Capítulo 16

—¿Necesitas ayuda, primor? —le preguntó Pedro al ver que no podía subir a la camioneta.

—¡Claro que no! —explotó subiendo agitada a la cabina.

Pedro la atrajo hacia sí y sonriéndole a Diego, expresó:

—Es una joven ¡muy independiente!

—Entiendo —Diego contestó sonriente—. Que tengan buen viaje a Inglaterra.

—Gracias —contestó Pedro. Tenía una expresión seria al poner en marcha el vehículo.

Paula miraba a través del parabrisas sin parpadear.

—Yo diría que independiente es lo último que soy al irme contigo.

—No seas amargada.

—No estoy amargada —se alejó de él, sentándose en el otro extremo del asiento—. Sólo hubiera querido que no le hubieras dicho a Diego… implicado que…

—Sólo estoy tomando posesión, Paula.

—¡Posesión!

—¿De qué otra manera se le podría llamar? —él arqueó una ceja.

—Es la mejor descripción… creo —Paula encogió los hombros.

—No esperaba que me complacieras —Pedro sonrió.

—Pues no lo estoy haciendo —los ojos de Paula brillaban de ira—. No te preocupes, haré que lo disfrutes —añadió irritada.

El rostro de Pedro estaba tenso.

—No lo disfrutaré si me acuesto con una fierecilla.

Paula sacudió la cabeza, burlona.

—No quieres complacencia y tampoco aceptas una reacción de mi parte.

—¡Oh, yo quiero acción mas no verbal!

Las mejillas de Paula se encendieron y se volvió a mirar por la ventanilla.

Estaban saliendo de la ciudad, se dirigían al este, hacia las Montañas Rocosas, algunas ya cubiertas por la nieve.

—¿En dónde vives? —preguntó con interés después de varios minutos de silencio. ¿Viviría Pedro en ese lugar?

—Más o menos a veinte kilómetros de la ciudad —desechó la posibilidad.

Paula frunció el ceño.

—¿Veinte kilómetros? ¿Y por qué si vives tan cerca te quedaste anoche en el motel?

—No olvides que Diego estaba reparando la camioneta. Además, después de una noche en la ciudad merecía descanso ya que me sentía cansado para conducir.

—Yo… ¡Cuidado con ese animalito! —gritó asiéndose del brazo de Pedro, mientras lo que parecía ser una ardilla gris permanecía en medio del camino sin moverse.

Pedro  se sacudió la mano de Paula, desviándose con violencia del camino para salvar a la pequeña criatura.

—¡Nunca me agarres del brazo como lo acabas de hacer cuando voy conduciendo! —la miró furioso.

—Yo… lo siento —Paula se volvió a su lugar para ver si la pequeña criatura se había movido y al verla correr a un lado del camino, respiró con alivio y le dijo a Pedro —: ¿Qué era?

—Una ardilla.

—Oh, ¡qué linda!

—Sí, lindísima. A menos que seas un ranchero.

—¿Cómo? —preguntó interesada.

—Ya que son ardillas de tierra, viven en el suelo —explicó paciente.

—Eso es obvio, no exageres.

—Perdóname —le sonrió—. Los hoyos que esos lindos animalitos hacen para sus guaridas, pueden provocar daños terribles al ganado.

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