domingo, 5 de junio de 2016

Propuesta Arriesgada: Capítulo 2

—Por un momento pensé que eras tartamuda, pero esa pequeña demostración de carácter, me demostró lo contrario. Así que no empieces a balbucear como una tonta otra vez —se sentó sobre la cama, apoyó la cabeza en la cabecera y puso las polvorientas botas en la colcha.

—¡No me llame tonta! y ¡baje los pies de la cama! —gritó Paula, indignada.

—Aún no has cambiado las sábanas, ¿o sí? —sonrió.

—Usted sabe que todavía no lo he hecho.

—Siendo así, mis pies se quedan donde están. Así me aseguro de que cambies las sábanas.

—Siempre cambio las sábanas —contestó irritada.

Él se llevó la mano a la nuca. .

—Pero, por favor, no permitas que te quite el tiempo —dijo con sensualidad.

—¡No me lo está quitando! —entró enfadada en el bañó y empezó a lavarlo de mala gana. Un hombre burlón era todo lo que necesitaba para finalizar un día largo y difícil.

—¿Ya te tranquilizaste?

Paula se volvió para mirarlo, estaba de pie en el umbral de la puerta.

—Estoy muy tranquila —contestó con altanería.

—Mmm, ya lo veo —se sentó junto a ella pero la joven se levantó para limpiar el lavamanos.

Era abrumador tenerlo tan cerca.

Paula trató de ignorarlo y siguió lavando el baño, pero no fue fácil teniendo aquellos bellos ojos verdes sobre ella. El se apoyó contra una pared con los brazos cruzados sobre el musculoso pecho. Paula estaba al tanto de cada uno de sus movimientos aun sin mirarlo. Al dirigirse a la habitación principal, pasó junto a él ruborizada. El hombre la siguió una vez más sentándose en una de las camas y de pronto preguntó:

—¿Qué hace una mujer tan linda como tú en un lugar como éste?

—Eso no es muy original —Paula le lanzó una mirada de indignación.

—No pretendí que lo fuera —contestó con aspereza—, era una pregunta sincera. Ha habido chicas que desaparecen en la ciudad y nadie vuelve a saber de ellas.

Paula no podía creerlo, parecía que no había hecho más que luchar con los hombres desde el momento que había llegado al motel y debido a la manera irónica en que este individuo se comportaba, ella no estaba segura de que las intenciones del tipo fueran distintas a las de los otros.

—Pues sucede, que no estoy "hambriento" de niñitas inglesas flacas —expresó en tono insolente como si hubiera leído los pensamientos de ella.

—¡Soy tan canadiense como usted! —Paula se sonrojó más.

—¿De veras? —por lo visto no creía lo que ella decía.

—Sí, de verdad —dejó de fingir que trabajaba ya que sabía que sólo estaba haciendo un desastre—. Nací en Calgary —agregó con cierto orgullo.

—Entonces, ¿por qué pareces una inglesa melindrosa?

—Porque fuí educada melin… porque crecí en Inglaterra —rectificó ante la risilla burlona de él y levantando la barbilla, desafiante, añadió—: Donde me enseñaron mejores modales que a usted en Canadá.

Él soltó una carcajada.

—¿Cómo te llamas? —preguntó.

—Paula Chaves—contestó altiva.

Él tendió la mano y se presentó.

—Soy Pedro Alfonso … Pepe para tí.

Su mano era fuerte e hizo estremecer a la chica. De pronto se dió cuenta de que él no había soltado su mano y la apartó con violencia.

—Yo… yo preferiría llamarlo señor Alfonso.

Él sonrió complacido.

—Sí, estoy seguro de ello, nena, pero…

—Tampoco me agrada que me llame nena.

Pedro Alfonso todavía le sonreía y provocándola le dijo:

—Otra vez te estás portando melindrosa.

—Y usted está siendo mal educado otra vez.

Él apretó los labios, pensativo.

—De acuerdo. Paula, paz, hagamos las paces. Ahora dime, ¿Cómo es que una nativa de Calgary habla con ese acento inglés tan marcado? ¿Te molesté otra vez? — arqueó una ceja.

—Sabe que sí.

Él suspiró y contestó:

—Así que cuanto menos diga, menos probabilidad hay de que te ofenda.

—No tengo tiempo para conversar —Paula comenzó a arreglar las camas—, tengo que terminar de limpiar su habitación y trabajo más de prisa si no hablo.

—Entonces, le ayudaré —se acercó al carrito y tomó las sábanas limpias extendiendo una de ellas sobre el colchón.

—Pero… ¡usted no puede hacer eso! —exclamó sorprendida.

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