miércoles, 8 de junio de 2016

Propuesta Arriesgada: Capítulo 13

¡Malvado! Acababa de hacerle semejante proposición y ahora se marchaba de su vida como si ella no significara nada para él. Tal vez así era, la tomaba como alguien que lavaría y cocinaría para él… y… compartiría su cama.

Dos semanas teniendo a un hombre como este de amante podrían dejarla aún más lastimada de lo que ya estaba. ¡Pero Londres!, la idea le atraía. Extrañaba el tránsito y el ir y venir de la capital de Inglaterra.

La camarera la miró con curiosidad al verla partir, con su maleta en una mano y su bolso colgando del otro hombro; Paula levantó la cabeza… si ya había aceptado la proposición de Pedro, tendría que acostumbrarse a tales miradas.

Pasó la mayor parte del día caminando por los alrededores de Calgary, aunque ya sabía lo que había decidido hacer, y ni siquiera estaba impresionada ante su decisión. Había recibido tantos golpes en los últimos meses, dos de los cuales habían sido tan fuertes que sus emociones estaban dormidas, una indiferente aceptación de su destino se reflejaba en sus bellos ojos azules. "Seria afortunada" pensó histérica, iba a compartir el lecho con Pedro después de un invierno de abstinencia y por la forma en que Melina coqueteó con él, se dió cuenta de que muchas mujeres estarían dispuestas a tomar su lugar.

—¿Quién habla? —preguntó Paula, con voz ronca.

—Diego —repuso animado—, y tú debes ser Paula —su voz era amable—. Pepe me dijo que esperara tu llamada.

—¿Oh, sí? ¿Cómo sabía que yo era Paula? —preguntó confundida.

—Pepe mencionó que eras inglesa.

—¿Puedo dejarle un recado con usted?

—Los planes cambiaron, Paula —contestó Diego con alegría—. Puede ser que él llegue tarde, así que me dijo que quiere que lo alcances aquí.

Ella emitió un suspiro, molesta, parecía que Pedro Alfonso estaba manejando su vida. ¿Y no le había dado ella ese derecho, no lo había recibido con agrado? Estaba cansada de andar sola, de tener que cuidar de sí en un mundo que de pronto se había tornado extraño. Había sufrido tanto durante el último año… la muerte de su madre, la mala jugada de Alberto, el rechazo de su padre y el salvajismo de Marcos, que se sintió aliviada al abandonarse al cuidado de Pedro. Al final de cuentas él la llevaría de regreso a Londres en donde nunca lo vería otra vez y podría olvidar la manera en que se había vendido a él.

—¿Estas todavía en la línea, Paula? —Diego preguntó ansioso.

—Sí —confirmó en voz baja.

—Pensé que habías colgado. A Pepe no le hubiera gustado eso.

—Bien, dígame adónde debo dirigirme —ella cambió el tema.

—¡Oh, sí, qué tonto soy! —él rió y le dió las instrucciones para llegar a la casa.

—Gracias, señor…

—Diego —él insistió—. Cualquier amigo de Pepe, es también amigo mío. Nos veremos más tarde, Paula.

Paula no se dirigió de inmediato a la casa de Diego, tenía un par de horas antes que fueran las cuatro, así que decidió tomar un café y pasó mucho tiempo en el lugar. ¿Qué le habría dicho Pedro a su amigo acerca de ella? Tal vez, no había dado explicación alguna, no parecía la clase de hombre que piensa que debe dar explicaciones a todo el mundo. Las primeras palabras de Diego parecían contradecir eso:

—¡Cielos! Quisiera poder ir con ustedes… aunque dudo que les agradara llevar compañía —añadió con tristeza—. Pero es que no soporto estar en la ciudad en esta época del año. Con la estampida esto se llena de turistas. ¡Ah! ¿Eres turista?

—No —Paula sonrió, este hombre le simpatizó de inmediato por su amabilidad y apariencia juvenil. Tenía alrededor de treinta años y a diferencia de Pedro, no los representaba—, pero me gustaría presenciar la estampida —agregó con timidez.

—¿Este es el primer verano que pasas aquí? —Diego se sentó frente a ella sin importarle la ropa sucia que llevaba.

Paula sonrió al verlo. Diego acababa de demostrar que no era casado. Ningún esposo osaría sentarse en unos muebles tan bonitos con ropa tan sucia.

El estado civil de Diego la sorprendió ya que la casa parecía haber sido decorada por una dama. ¿Se habría divorciado? Paula era realista, sabía que esto ocurría con mucha frecuencia en la actualidad aunque esperaba que cuando ella tomara la decisión de casarse, tendría el valor de enfrentar cualquier problema que junto con su esposo pudiera tener. Era una de esas ironías de la vida, pensar en matrimonio cuando con toda tranquilidad se estaba yendo a vivir con Pedro Alfonso consciente de que no había un futuro cierto para ellos.

—Sí, éste es el primero —confirmó con suavidad, confundida por sus pensamientos.

—Entonces, tienes que ver la estampida, pídele a Pepe que te lleve.

—Quizá lo haga —dijo evasiva—. ¿Cuándo empieza?

—¿Cuánto tiempo dijiste que has estado en Calgary? —sonrió, incrédulo.

—No dije —ella sonrió—. Pero creo que más o menos son dos meses.

—¿Y no sabes cuándo empieza la estampida? ¡Qué vergüenza!

Ella sonrió por la broma.

—Lo siento, pero es que no he tenido mucho tiempo libre.

—No puede ser. En dos semanas más, esta ciudad será un desastre. Habrá un desfile en el centro…

—¿En el centro de esta ciudad ? —Paula no podía imaginar las congestionadas calles de Calgary sin su constante tránsito.

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