lunes, 23 de marzo de 2020

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 53

Dos noches más tarde, Pedro entró con el coche en el rancho River Bow y deseó poder tomar la salida de la izquierda en la bifurcación, meterse en la cama y dormir durante dos o tres días. Tenía los hombros cargados por el cansancio y le escocían los ojos. Cuando al fin habían conseguido encontrar tiempo para dormir, pasada la medianoche, había recibido una llamada de emergencia para ayudar a un perro que había sido atropellado en una de las carreteras del rancho. Había terminado metiendo a los niños en el coche y llevándoselos a la clínica para que durmieran allí mientras él atendía al perro. Necesitaba desesperadamente a la señora Michaels, o a alguien como ella. Al menos los niños habían vuelto a quedarse dormidos con rapidez. Eso era una bendición. Incluso cuando los había llevado otra vez al rancho para meterlos de nuevo en sus camas, se habían dormido sin problemas. Él, sin embargo, había pasado el resto de la noche dando vueltas en la cama. Antes de darse cuenta, había sonado el despertador y había tenido que salir de la cama para enfrentarse a un sinfín de personas que querían llevar a sus animales al veterinario antes de las fiestas.

Estacionó el coche frente a la casa de Paula y contempló las luces de Navidad y el árbol iluminado a través de las ventanas. El lugar resultaba acogedor en mitad de la noche fría. No pudo evitar pensar en la casa de sus abuelos en el Lake Forest. La casa de los Alfonso sería tres veces más grande que la del rancho River Bow, pero, en vez de resultar cálida y acogedora, recordaba su hogar como un lugar frío y oscuro. Sus abuelos no le habían querido. Había sabido eso desde el principio, cuando la hija de estos, su madre, los había dejado a su hermana y a él antes de fugarse con su último novio. No había regresado, por supuesto. Incluso con ocho años, él había sabido que no regresaría. Ahora sabía que había muerto por sobredosis meses después de dejarlos a Celina y a él con sus abuelos, pero durante años él había esperado a una madre que jamás regresaría. Ahora él tenía su propia familia. Unos hijos a los que quería más que a nada. Nunca los trataría como a una carga. Ansioso por recogerlos, se bajó del coche y, al acercarse a la casa, oyó risas y el ruido de la televisión acompañado de unos ladridos. La puerta se abrió segundos después de que llamara al timbre. El estómago le rugió al instante al advertir unos olores suculentos que le transportaron de inmediato a su pizzería favorita cuando estaba en la universidad.

—¡Hola, papá! —Franco soltó el picaporte justo antes de lanzarse hacia él. Pedro le tomó en brazos.

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