viernes, 13 de marzo de 2020

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 34

—Ah, hola. Ya has llegado.

—Sí. He traído ensalada griega de pasta. La ha preparado mi ama de llaves. Y caramelos de toffee.

—Genial. Gracias. Puedes llevar la ensalada al bufé del comedor. No creo que los caramelos de toffee duren mucho con mis hermanos cerca.

—Ya estaban dando buena cuenta de ellos —le informó él.

—Oh, Dios. Me encanta el toffee. Ellos también lo saben, pero ¿crees que me guardarán alguno? Lo dudo. Desaparecerán antes de que pueda probarlos.

—Le diré a la señora Michaels que te prepare más.

—Qué amable —respondió ella con una sonrisa—. O podría echar un pulso con mis hermanos a cambio del último caramelo.

—Claro —Pedro se aclaró la garganta, sin saber bien qué decir—. Eh, voy a llevar esto al comedor.

Aquello era absurdo. ¿Por qué no podía hablar con ella y mantener una conversación medianamente inteligente? Decidido a intentarlo, después de llevar la ensalada al comedor, regresó a la cocina. Paula pareció sorprendida de volver a verlo allí tan pronto.

—Quería ver cómo está Luca —explicó él.

—Parece que se encuentra mejor. Lo he llevado a mi habitación para que pueda descansar durante la cena.

—¿Te importa que le eche un vistazo?

—¿En serio? No tienes por qué. Federico no te ha invitado a cenar para recibir tratamiento gratis.

—Bueno. Ya que estoy aquí, me gustaría ver cómo progresa.

—¿Quieres que me encargue de remover la salsa para que puedas decirle a Pedro dónde está tu habitación?

Por primera vez, Pedro recayó en la presencia de Laura Chaves, que estaba de pie al otro lado de la cocina cortando aceitunas.

—Gracias. Estará lista en unos pocos minutos.

Paula se lavó las manos y le guió por el pasillo hasta una puerta situada junto a la cocina. Pedro oyó un ladrido procedente del otro lado justo antes de que ella abriera la puerta. El perro estaba tendido junto a la cama, cerca de la ventana, en el mismo cercado en el que había estado en la cocina. Cuando la vió, agitó el rabo e intentó incorporarse, pero ella se agachó y le puso una mano en la cabeza. Inmediatamente el animal se recostó.

—Mira quién está aquí. Es nuestro amigo el doctor Alfonso. ¿No te alegras de verle?

—¿No ha vuelto a tener problemas con la respiración?

—No. Durmió como un tronco el resto de la noche y lleva durmiendo casi todo el día.

—Eso es lo que mejor le viene.

—Eso me imaginaba. He estado administrándole analgésicos con regularidad. Fede ha estado ayudándome a sacarlo fuera para que hiciera sus necesidades.

Pedro entró en el cercado y se arrodilló para poder acariciar al perro. Aunque se concentraba en su paciente, una parte de él era consciente de que Paula estaba observándolo atentamente. ¿Sentiría ella también la atracción entre ambos, o sería solo cosa suya? Creía que no. Ella le había devuelto el beso sin dudar. Recordó la dulzura de su boca, el sonido de su respiración, su pulso acelerado bajo sus dedos. Sintió un vuelco en el estómago al recordarlo.

—Creo que está curándose correctamente. En un día o dos, puedes dejarle total movilidad otra vez. Llévalo a la clínica a mitad de semana y le revisaré los puntos. Me alegra ver que va tan bien.

—No creías que fuese a sobrevivir, ¿Verdad?

—No —respondió él con total sinceridad—. Siempre me gusta equivocarme.

—Realmente te has desvivido por él. Viniendo en mitad de la noche y todo. Quiero… quiero que sepas que te lo agradezco. Mucho.

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