miércoles, 4 de marzo de 2020

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 11

Durante la noche cayeron unos diez centímetros de nieve. Se quedó en las ramas de los árboles y confirió al pueblo un bucólico aspecto invernal, sobre todo con las montañas a lo lejos. Sumados a los centímetros que habían caído la noche anterior, eso sería suficiente para que Abril se lo pasara en grande con sus amigas en el trineo, pensaba Paula mientras conducía en dirección a la clínica a la mañana siguiente. Aún no eran las siete. No había dormido bien y había tenido pesadillas. A pesar de no haber descansado, era capaz de apreciar la belleza de la mañana. Los árboles de Navidad resplandecían en las ventanas de algunas casas, y le gustaba imaginarse a los niños corriendo a encender las luces nada más levantarse para poder disfrutar del espectáculo antes de que el sol estuviese demasiado alto.

Cuando llegó a la consulta del doctor Alfonso, no le sorprendió ver que aún no habían limpiado la nieve del estacionamiento. Como muchos negocios en Pine Gulch, probablemente pagaría un servicio para que le limpiara la nieve, y a las quitanieves aún no les habría dado tiempo a llegar allí. Estacionó su camioneta en el borde del aparcamiento, junto a un Range Rover cubierto de nieve que debía de ser de Pedro. Mientras caminaba hacia la clínica, pensó que tal vez le despertara después de haber pasado la noche vigilando a Luca. Las aceras, sin embargo, sí estaban limpias. A no ser que el veterinario pagara también a alguien para eso, imaginó que Pedro se había encargado de quitarla con una pala. No le sorprendió encontrar la puerta de entrada cerrada con llave, así que se dirigió hacia la puerta lateral que había usado la noche anterior. Probablemente allí encontraría a Pedro Alfonso. Llamó un par de veces a la puerta, pero no respondió nadie. Agarró el picaporte y vió que giraba sin problemas. Tras debatirse si hacerlo o no, giró el picaporte y entró. Abrió la boca para saludar, pero se quedó sin palabras y sin aire en los pulmones al ver al nuevo veterinario saliendo del vestuario vestido solo con unos vaqueros y secándose el pelo con una toalla. Tenía el torso ancho y definido con músculos sólidos, con un hilillo de vello que descendía por su abdomen y desaparecía bajo la cinturilla de sus Levi’s, cuyo último botón aún no se había abrochado.

Paula sintió un cosquilleo en los dedos de los pies, el corazón se le aceleró y deseó quedarse allí de pie mirando durante los próximos años. Él siguió secándose el pelo, ajeno a su presencia, flexionando los bíceps con cada movimiento, y ella se olvidó por completo de la razón de su visita. De pronto el veterinario dejó caer la toalla y la vio allí de pie. Se le dilataron las pupilas y, por un momento, le devolvió la mirada. La tensión se palpaba entre ellos. Le dió un vuelco el estómago y todos sus pensamientos se esfumaron.  Finalmente él se aclaró la garganta.

—Ah. Hola. No te he oído entrar.

—Perdón. He llamado, después he visto que la puerta estaba abierta y… aquí estoy. Puedo… irme y volver… más tarde.

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