miércoles, 18 de marzo de 2020

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 43

Federico se dió la vuelta para asegurarse de que todos sus pasajeros estuvieran bien sentados y después azuzó a los caballos. Partieron de la entrada acompañados del tintineo de las campanillas que colgaban de los arneses.

—¡Vamos, caballitos! ¡Vamos! —exclamó Sofía.

Paula le dirigió una sonrisa y, al levantar la cabeza, vió que Pedro también estaba sonriendo a la niña. El corazón le dió un vuelco al ver la ternura de su expresión. Le había llamado maleducado y arrogante, y sin embargo allí estaba, tratando a Sofía, con su hermosa sonrisa y su síndrome de Down, con una dulzura sobrecogedora. Tenía que decir algo. Era el momento perfecto. Apretó los dedos dentro de sus manoplas y se volvió hacia él.

—Mira… siento lo de antes. Lo que he dicho. No era cierto, en absoluto. Solo estaba siendo estúpida.

—¿Qué? —gritó él, y se inclinó para oír lo que decía por encima del viento y de las risas de las niñas.

—He dicho que lo siento —ella habló también más alto, pero en ese momento todas las niñas empezaron a cantar Jingle Bells con el tintineo de las campanas de los caballos.

—¿Qué? —Pedro acercó más la cabeza a la suya, y ella no supo qué hacer más que inclinarse también y hablarle al oído, aunque se sentía completamente ridícula.

Quería decirle que se olvidara de todo. Pero, ya que había llegado hasta allí, sería mejor terminar. De cerca olía muy bien. No pudo evitar notar aquel jabón salvaje que había percibido cuando estaban besándose…

—He dicho que lo sentía —le dijo al oído—. Lo que les he dicho a mis cuñadas antes en la cocina. Estaban burlándose de mí, sobre tí… y yo estaba siendo una estúpida. Siento que lo oyeras. No lo decía en serio.

Pedro volvió la cabeza hasta que su cara estuvo a pocos centímetros de la de ella.

—¿Nada de ello?

—Bueno, eres bastante arrogante —respondió ella.

Para su sorpresa, él se rió y aquel sonido le produjo un escalofrío que recorrió su espalda.

—Puede ser —admitió.

—¡Canta! —ordenó Sofía cuando las chicas empezaron a cantar Rudolph the Red Nosed Reindeer.

Paula se rió, sentó a la niña en su regazo y agradeció la pequeña distracción para ignorar aquella atracción tan inapropiada hacia un hombre que le enviaba más señales equívocas que un semáforo roto. Se quedó más desconcertada aún cuando Pedro comenzó a cantar con Sofía y con las chicas.

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