viernes, 6 de marzo de 2020

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 16

—Bienvenidos al rancho River Bow.

Estuvo a punto de darle las gracias antes de darse cuenta de que Paula estaba dirigiéndose a los niños. Sonreía con sinceridad y su rostro iluminó el coche como un rayo de sol en un día nublado.

—¿Podré montar en uno de sus caballos alguna vez?

—Franco —le dijo Pedro, pero Paula se rió.

—Creo que puede arreglarse. Tenemos algunos que son muy tranquilos con los niños. Mi favorito es el viejo Silver. Es el caballo más simpático que te puedas imaginar.

—Apuesto a que puedo montar muy bien un caballo —contestó Franco con una sonrisa—. Tengo botas y todo.

—Eres un idiota. El hecho de que tengas botas no te convierte en vaquero — murmuró Valentina con un resoplido de impaciencia.

—¿Qué me dices tú, Valentina? ¿Te gustan los caballos?

—Supongo —murmuró su hija.

—Pues has venido al lugar adecuado. Seguro que a mi sobrina Abril le encantaría llevarte a montar.

—¿Abril, la del colegio? —preguntó Valentina con súbito entusiasmo—. ¿Es tu sobrina?

—Eso parece —respondió Paula—. No hay muchas que se llamen Abril por aquí. ¿La conoces?

Valentina asintió.

—Es un par de años mayor que yo, pero, en mi primer día, la señora Dalton, la directora, le pidió que me enseñara el colegio. Fue muy simpática conmigo y sigue saludándome cuando me ve por los pasillos.

—Me alegra oír eso. Será mejor que sea simpática. Si no, dímelo a mí y hablaré con ella. Ya hemos llegado —agregó cuando Pedro estacionó frente a la casa—. Encendí antes la calefacción, cuando vine a limpiar un poco. Quería que os resultase acogedora.

—Entonces ¿has quitado todas las ratoneras? —preguntó él.

—¿Ratas? —preguntó Valentina horrorizada.

—No hay ratas —le aseguró Paula de inmediato—.  Tenemos demasiados gatos en el rancho. Tu padre estaba bromeando. ¿Verdad?

¿Lo estaba? Hacía mucho tiempo que no bromeaba con nada. Por alguna razón, Paula Chaves sacaba una parte olvidada de él.

—Sí, Valen. Estaba bromeando.

A juzgar por la expresión de su hija, esa idea debía de parecerle tan inquietante como la idea de tener roedores gigantes en la cama.

—¿Entramos para que puedan verlo por ustedes mismos? —preguntó Paula.

—¡Yo quiero ver las ratas! —exclamó Franco.

—No hay ratas —aseguró Pedro de nuevo mientras Paula abría la puerta de la casa.

No estaba cerrada con llave; algo muy diferente a su vida en California, donde todos vivían obsesionados con la seguridad. Nada más entrar, les envolvió el olor a pino.

—¡Miren! —exclamó Franco—. ¡Un árbol de Navidad! ¡Uno de verdad para nosotros!

En efecto, en un rincón había un enorme abeto, tan alto como él, cubierto de luces multicolores. Pedro se quedó mirándolo, sorprendido y seguro de que el árbol no estaba ahí hacía unas horas. Paula había dicho que la casa estaba vacía, de modo que se las habría apañado para llevar el árbol hasta allí y decorarlo en las últimas horas. Había hecho todo aquello por ellos. Él no sabía qué decir.

—No tenías por qué hacerlo —le dijo.

—No es gran cosa —respondió ella, aunque a Ben le pareció ver que se le sonrojaban ligeramente las mejillas—. Mis hermanos se han vuelto un poco locos con los árboles de Navidad. Cortamos el nuestro en las montañas que hay detrás del rancho después de Acción de Gracias, y este año han cortado algunos más para dárselos a la gente que pudiera necesitarlos. Nos sobraba este.

—¿Y las luces?

—Teníamos algunas de sobra. Me temo que este es un poco flacucho, pero con guirnaldas de papel y algunos adornos se solucionará enseguida. Seguro que su padre y la señora Michaels pueden ayudar a hacerlos —les dijo ella a Valentina y a Franco.

Como Pedro sospechaba, Franco pareció entusiasmado con la idea, mientras que Valentina simplemente se encogió de hombros.

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