lunes, 9 de marzo de 2020

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 23

—Supongo que estarán ansiosos por mudarse a la casa. La llave está dentro, en la mesa de la cocina. La información, junto con el número de teléfono de la casa y la dirección, está en un papel que también he dejado ahí.

—Gracias.

—Llamen si tienen problemas o si no saben cómo funcionan los electrodomésticos.

—Creo que no habrá problema. Y mantenme informado si tienes algún problema con Luca. Toma. Voy a darte mi número de móvil.

Sacó una tarjeta del bolsillo de su abrigo y la dejó sobre la encimera.

—Si le da fiebre o tiene algún síntoma extraño que te preocupe, quiero que me llames. A cualquier hora del día o de la noche.

Paula dudaba que fuese a hacerlo. Incluso después de años trabajando con el doctor Harris, nunca se había sentido cómoda llamándole en mitad de la noche.

—Gracias —respondió ella.

—Será mejor que me vaya. Los niños están ansiosos por empezar a decorar el árbol.

—Oh. Eso me recuerda que Abril y yo hemos estado rebuscando entre nuestras viejas cosas de Navidad y hemos encontrado algunas que no usamos. Pueden quedárselas.

Levantó la caja de la mesa de la cocina y se la entregó. Él pareció algo desconcertado, pero sonrió.

—Gracias. Seguro que los niños y la señora Michaels hacen buen uso de ellas.

—¿Y tú no?

—Creo que me obligarán a ayudarles, quiera o no —parecía más resignado que reticente.

—Si quieres, puedo llevar yo la caja mientras ustedes dos sacan el cajetín del perro.

—Eso sería fantástico. Gracias —le sonrió y de nuevo Paula notó ese cosquilleo en el estómago.

—Parece simpático —comentó Federico después de haber cargado los adornos y el cajetín, mientras los dos coches se alejaban hacia la casa del capataz.

—Supongo —respondió ella.

—Podrías pensar en mostrar un poco más de entusiasmo, si piensas irte con él.

Al menos, entusiasmo hacia él. A veces un hombre necesita que le inciten. Ella puso los ojos en blanco, pero volvió a entrar en casa, antes de que su hermano pudiera ver el rubor de sus mejillas. De pronto tuvo la impresión de que debería esforzarse en actuar de manera desinteresada para evitar que Federico intentara hacer de casamentero en Navidad.



El cuerpo de una mujer era algo misterioso, lleno de huecos secretos y de curvas suaves y deliciosas. Pedro estaba en el cielo. Deslizaba los dedos sobre la mujer que tenía entre sus brazos, explorando con las manos todos esos placeres ocultos. Deseaba quedarse allí para siempre, con la cara hundida en aquella piel que olía a vainilla y a flores silvestres mojadas por la lluvia. Su cuerpo estaba duro y lo presionaba contra ella mientras enredaba los dedos en su pelo oscuro y sedoso. Ella sonreía con aquella boca pecadora que disparaba su imaginación, y sus ojos verdes brillaban como el sol. Él soltó un gemido de placer yla besó. Su boca era tan cálida y agradable como el resto de su cuerpo y, al notar su lengua enredada en la suya, volvió a gemir, le agarró las manos y la besó con todo el deseo que tenía acumulado en su interior.

—Sí, bésame —murmuró ella con aquella voz musical—. Así, Pedro. No pares. Por favor, no pares.

Lo único que él deseaba era hundirse en su interior. Se colocó en posición, preparado para hacerlo, pero en ese momento un teléfono sonó junto a su oído. Se quedó helado… y se despertó del primer sueño erótico que había tenido en mucho tiempo. Aún podía ver a Paula Chaves, enredada en su cuerpo, pero, al parpadear, desapareció.

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