miércoles, 25 de marzo de 2020

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 59

Paula dejó el tenedor junto a su porción de pizza y él volvió a sentirse culpable por interrumpir su cena con un tema tan trágico. Quiso decirle que no terminara, que no necesitaba saberlo, pero temía sonar más estúpido aún. Además, sentía que una parte de ella necesitaba contárselo.

—Es muy estúpido. Yo era una niña estúpida, egoísta y tonta de dieciséis años. Mi novio, Ezequiel Spencer, el muy imbécil, acababa de romper conmigo esa mañana. Quería salir con mi mejor amiga, aunque parezca un cliché. Y Sabrina Beth lo había deseado desde que empezamos a salir. Y decidió que salir con el capitán del equipo de fútbol y presidente del coro era más importante que la amistad. Por entonces yo estaba segura, como cualquier chica de dieciséis años, de que se me había roto el corazón en mil pedazos.

Pedro intentó imaginársela con dieciséis años, pero no pudo. ¿Sería porque aquel trágico evento la habría transformado drásticamente?

—Lo peor era que Ezequiel y yo debíamos hacer un dueto en el concierto del coro. Merry Christmas, Darling. No podía hacerlo. Simplemente no podía. Así que les dije a mis padres que creía que me había sentado mal la comida. No creo que me creyeran, pero ¿Qué otra cosa podían hacer cuando les dije que vomitaría si tenía que subir al escenario aquella noche? Accedieron a quedarse en casa conmigo. Ninguno de nosotros sabía que sería un error fatal.

—Era imposible que lo supieras.

—Racionalmente lo sé, pero aun así es fácil culparme a mí misma.

—Fácil, tal vez, pero no es justo para una chica de dieciséis años con el corazón roto.

Ella le miró sorprendida, como si no hubiera esperado que mostrara comprensión alguna. ¿Acaso le creía tan imbécil como a Ezequiel Spencer?

—Lo sé. No fue culpa mía. Es solo que… a veces me siento así. Ocurrió justo aquí. En la cocina. Desconectaron el sistema de seguridad y entraron por la puerta de atrás. Mi madre y yo estábamos aquí cuando les oímos fuera. Yo les ví las caras un instante a través de la ventana antes de que mi madre me empujara hacia la despensa y me ordenara que me quedara allí. Pensé que iba a entrar detrás de mí, así que me escondí debajo de la estantería más baja para dejarle espacio. Pero volvió a salir y fue en busca de mi padre.

Se quedó callada y él no supo qué decir ni qué hacer para borrar el tormento de su mirada. Finalmente se limitó a colocar la mano sobre la suya. Ella le dirigió otra de sus miradas de sorpresa y dió la vuelta a la mano, de modo que sus palmas quedaron unidas y sus dedos entrelazados.

—Los hombres le ordenaron que se tumbara en el suelo y… yo les oí discutir. Con ella y entre ellos. Uno quería marcharse, pero el otro dijo que era demasiado tarde, que ella ya les había visto. Y entonces entró mi padre. Debió de apuntarles con uno de sus rifles de caza. Yo no veía nada desde el interior de la despensa, pero oí dos disparos. La policía dijo que mi padre y uno de los ladrones debieron de dispararse al mismo tiempo. El otro tipo resultó herido. Mi padre… murió al instante.

—Oh, Paula.

—Después de eso, todo fue una locura. Mi madre estaba gritándoles. Agarró un cuchillo de la cocina y fue tras ellos y… el muy bastardo le disparó. Tardó… un rato en morir. Yo oía su respiración mientras los ladrones recorrían la casa llevándose las obras de arte que querían. Debieron de hacer al menos cuatro o cinco viajes fuera de la casa antes de marcharse al fin. Yo me quedé dentro de la despensa y no hice nada. Intenté ayudar a mi madre en una ocasión, pero me obligó a volver a entrar. No sabía qué otra cosa hacer. Debería haberle ayudado. Tal vez podría haber hecho algo.

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