viernes, 20 de marzo de 2020

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 47

Tras el paseo en auto, Paula se propuso mantenerse alejada de la casa del capataz durante los próximos días. No tenía razón alguna para ir de visita. Pedro, los niños y la señora Michaels estaban instalados y no necesitaban ayuda con nada. Si se quedaba de pie junto a su ventana, contemplando la noche y las luces parpadeantes que veía a través de los árboles… bueno, eso era asunto suyo. Se decía a sí misma que solo estaba disfrutando de la paz y de la tranquilidad de aquellas noches de diciembre, pero eso no explicaba la inquietud que parecía crecer en su interior. Desde luego no tenía nada que ver con cierto hombre moreno ni con las mariposas que le provocaba en el estómago. Sin embargo no podía pretender evitarlo para siempre. El miércoles, cuando quedaba menos de una semana para Navidad, se despertó inquieta tras un sinfín de sueños extraños. Aquella sensación de inquietud le siguió mientras caminaba hacia el establo con Abril para dar de comer y de beber a los caballos. No logró entenderlo hasta que no terminaron en el establo y regresaron a la casa para desayunar antes de que llegase el autobús del colegio. Cuando entraron en la cocina y oyó el ladrido procedente de la caja, se acordó de pronto. Aquel día tenía que llevar a Luca al veterinario para que le quitaran los puntos. Se detuvo en seco en la cocina y sintió la angustia en el pecho. Maldición. Supuso que no podía seguir esquivando a Pedro toda su vida. Aunque unos pocos días no estarían mal. ¿Sería demasiado tarde para concertar una cita con el veterinario de Idaho Falls?

—¿Qué sucede? —preguntó Abril—. Tienes una cara rara. ¿Has visto un ratón?

—¿En mi cocina? —preguntó ella con una ceja levantada—. ¿Me tomas el pelo? No. Es que acabo de acordarme de algo… desagradable.

—El reverendo Johnson dijo en catequesis que la mejor manera de librarte de un pensamiento negativo es sustituirlo pensando en algo bueno.

La niña se sirvió los copos de avena en un tazón y alcanzó el hervidor que Paula siempre ponía en marcha antes de salir al establo.

—Yo intento hacer eso cada vez que pienso en mi madre —añadió.

Dejó de pensar en Pedro de inmediato y se quedó mirando a su sobrina. Abril nunca hablaba de su madre. Paula recordaba solo unas pocas veces en las que había salido a relucir el nombre de Melina.

—¿Te ocurre con frecuencia? —le preguntó—. Lo de pensar en tu madre, quiero decir.

Abril se encogió de hombros y añadió una cucharada de azúcar a su avena.

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