viernes, 6 de marzo de 2020

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 19

Durante las horas siguientes, Paula no pudo quitarse de encima una mezcla de temor y anticipación. Ofrecerles a Pedro y a su familia un lugar donde pasar las fiestas había sido un gesto amable de buena vecina. Agradecía que esos niños pudiesen escabullirse escaleras abajo la mañana de Navidad para ver sus regalos bajo el árbol y que la señora Michaels pudiera prepararles una cena en condiciones y no calentar algo en el microondas. Aun así, tenía la extraña sensación de que la vida en el rancho estaba a punto de cambiar, tal vez irrevocablemente. Solo sería durante unas pocas semanas, se dijo a sí misma mientras terminaba de limpiar los establos con Abril. Sami estaba tumbada sobre la paja, contemplándolas. Podría enfrentarse a cualquier cosa durante unas semanas. Aun así, no lograba despojarse de esa extraña sensación de inquietud mientras realizaba sus tareas del sábado.

—Señoritas, ¿Necesitan que les eche una mano?

Abril le dedicó una sonrisa a su padre, pues le encantaba que le llamase «señorita».

—Ya que ahora contamos con tus músculos, ¿Por qué no nos traes un par de fardos de paja? Quiero ponerles un poco más a las yeguas preñadas.

—Encantado. Abril, ven a echarle una mano a tu viejo.

Ambos se marcharon riéndose por algo que había dicho Abril como respuesta, y Paula volvió a sentir que le invadía la depresión. En realidad su hermano ya no necesitaba que le ayudara con su sobrina. Ella había estado encantada de ofrecerle ayuda cuando la niña era pequeña y Federico estaba pasándolo mal. Había estado más que encantada. Aliviada, más bien, por tener algo que hacer con su tiempo, algo que pensaba que podía hacer. Abril ya era una jovencita y Federico era un padre excelente que podría enfrentarse a las cosas solo. Paula apoyó la mejilla en el mango de la pala y se quedó mirando a Sami.

—Eso suena serio. ¿Qué sucede? ¿Te estás arrepintiendo de haberle dicho al veterinario que se mudara aquí?

Ella se encogió de hombros, agarró un rastrillo y comenzó a extender la paja.

—¿Por qué iba a arrepentirme? Necesitaba un lugar donde quedarse durante unas semanas y nosotros tenemos una casa vacía y amueblada.

—A Abril le encantará tener a otros niños en el rancho, sobre todo en Navidad.

—¿Dónde está?

Su hermano agarró el otro rastrillo para ayudarla.

—Se ha distraído con los nuevos gatitos del granero. Está con ellos arriba.

—Me temo que no somos buena compañía para ella en esta época del año, ¿Verdad? Las cosas mejorarán en enero.

—Ya sabes lo mucho que le gustaba a mamá la Navidad. No querría pensar que has dejado que su muerte y la de papá arruinarán las fiestas para siempre.

—Lo sé —ya habían tenido esa conversación muchas veces, pero en ese momento ella no estaba de humor—. No hagas que parezca que soy yo la única. Tú también odias la Navidad.

—Sí, bueno. Creo que es hora de que sigamos con nuestras vidas. Iván y David lo han hecho.

«Tú no estabas allí», quiso gritar. Ninguno de sus hermanos estaba allí. Era ella la que había estado escondida bajo la estantería de la despensa, escuchando a su madre morir y sabiendo que no podía hacer nada al respecto. «No estabas allí y no fuiste el responsable». No podía decirle eso. Nunca podría. Así que siguió extendiendo paja.

—Creo que es hora de que vuelvas a estudiar.

—Tengo veintisiete años, Fede. Creo que mis años de estudio ya han pasado.

—No tiene por qué ser así —contestó su hermano con el ceño fruncido—. Mucha gente termina la universidad cuando son mayores que la media de estudiantes. A veces una persona tarda años en averiguar qué quiere en la vida.

—¿Y yo lo he averiguado ya? —murmuró ella.

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