viernes, 20 de marzo de 2020

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 48

—En realidad no. Apenas la recuerdo. Pero pienso en ella, sobre todo en Navidad. Ni siquiera sé si está viva o muerta. Gabi al menos sabe que su madre está viva, pero se comporta como una imbécil.

Esa era la palabra que mejor describía a la madre de Gabi y de Brenda. Era una egoísta irresponsable que les había dado a sus hijas una infancia llena de inseguridades y de caos.

—¿Le has preguntado a tu padre por tu madre?

—No. No le gusta mucho hablar de ella. En realidad no recuerdo muchas cosas sobre ella. Era muy pequeña cuando se marchó. No era muy simpática, ¿Verdad?

Melina era lo contrario a simpática. Les había engañado a todos al principio, sobre todo a Federico. Les había parecido dulce, necesitada y completamente enamorada de él, pero el tiempo había ido mostrando otra cara bien distinta.

—Tenía… problemas —respondió Paula—. No creo que tuviera una vida muy feliz cuando tenía tu edad. A veces las cosas malas del pasado hacen que a una persona le cueste ver las cosas buenas que tiene ahora. Me temo que ese era el problema de tu madre.

—Es una pena —contestó Abril tras una pausa—. Yo creo que nunca podría abandonar a mi hijo, pasara lo que pasara.

—Yo tampoco podría. Y sí, tienes razón. Es una pena. Tomó malas decisiones. Por desgracia, tú tuviste que sufrirlas. Pero ahora has de mirar las cosas buenas que tienes. Tu padre sigue aquí. Te quiere más que a nada y te lo ha demostrado siempre. Yo estoy aquí, y también los gemelos y sus familias. Tienes mucha gente que te quiere, Abril. Si tu madre no pudo ver lo maravillosa que eres, ese es su problema, no el tuyo. No lo olvides nunca.

—Lo sé. Lo recuerdo. Al menos la mayoría del tiempo.

Paula se acercó y le dio un abrazo a su sobrina. Des apoyó la cabeza en su hombro durante unos segundos antes de volver a su desayuno. Tras terminar de desayunar, tuvo el tiempo justo de llevar a Abril a la parada del autobús, que estaba a unos cuatrocientos metros de la casa.

—Valentina y Franco no están aquí —comentó su sobrina—. ¿Crees que se habrán olvidado de la hora a la que viene el autobús? Tal vez deberíamos haber pasado a recogerlos.

—Seguro que la señora Michaels sabe a qué hora pasa el autobús —respondió Paula—. Llevan aquí ya unos días. Tal vez hoy se hayan ido con su padre.

—Puede ser —convino Abril, aunque aún parecía preocupada.

Paula se dió cuenta de que aquella mañana podría haber llevado a Abril al colegio de camino al veterinario. No lo había pensado hasta ese momento, cuando el autobús apareció al final de la calle y se detuvo frente a ellas. Cuando su sobrina se marchó, ella regresó a la casa y llevó el cajetín del perro al coche. Después regresó a por el perro, que en los últimos días se movía con más facilidad.

—Luca, amigo, no me lo estás poniendo fácil. Si no fuera por tí, podría fingir que ese hombre no existe.

Tal vez Federico pudiera llevar al perro al veterinario, pensó mientras lo metía con cuidado en el cajetín. La idea resultaba tentadora. Por mucho que quisiera pedirle el favor, sabía que no podía. Aquello formaba parte del esfuerzo por demostrarse a sí misma que no era una auténtica cobarde. Durante un segundo, al sentarse al volante, una imagen fugaz cruzó por su memoria; ella escondida bajo la estantería de la despensa, contemplando la luz que se filtraba bajo la puerta y escuchando la respiración entrecortada de su madre. Ignoró esos recuerdos. Cómo odiaba la Navidad. Estaba de mal humor cuando estacionó frente a la clínica. Estaba preocupada porque Abril echara de menos a su madre, y además ella echaba de menos a la suya también. Por no hablar de que no le hacía gracia entrar en la clínica y enfrentarse a Pedro de nuevo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario