lunes, 23 de marzo de 2020

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 52

—Los tendrás. Date tiempo. Acabas de llegar. Se necesita tiempo para construir ese tipo de confianza.

—Ni siquiera con mis amigos de California me sentí capaz de hablar de esto. Me parece terrible. Como si fuera desleal o algo así. Quería a mi esposa, pero… una parte de mí está enfadada con ella. Se quedó embarazada a propósito. Supongo que eso es evidente. Dejó de tomar la píldora y saboteó los preservativos. Pensaba que sabía más que los médicos y que yo. La quería, pero podía ser muy caprichosa y testaruda cuando se lo proponía. No quiso abortar a pesar de los peligros. Durante varios meses las cosas fueron bien. Al menos eso pensábamos. Pero, cuando estaba de seis meses, empezaron a disparársele los niveles de glucosa. Aquella tarde debió de tener una subida y se desmayó. Iba conduciendo cuando ocurrió y se salió de la carretera. El bebé y ella murieron al instante.

—Oh, Pedro, cuánto lo siento —deseaba tocarle, ofrecerle algún tipo de consuelo, pero le daba miedo moverse. ¿Qué haría si entrelazase los dedos con los suyos? Los amigos hacían ese tipo de cosas, ¿no? ¿Incluso los amigos complicados?

—Sus padres nunca me perdonaron. Pensaron que fue culpa mía que se quedara embarazada. Si me hubiera mantenido alejado de ella, etcétera, etcétera. No puedo culparles.

—Yo sí puedo. Es absolutamente ridículo. ¿Están locos? Estaban casados, por el amor de Dios. ¿Qué iban a hacer? No es que fueran dos adolescentes echando un polvo rápido en el asiento trasero de tu coche.

Pedro soltó una carcajada de sorpresa y ella experimentó cierta felicidad al darse cuenta de que podía hacerle reír a pesar de la tragedia.

—Tienes razón. Están un poco locos —volvió a reírse y la tensión de sus hombros pareció aliviarse—. No. Están muy locos. Esa es la verdadera razón por la que me mudé aquí. Valentina estaba empezando a volverse como mi suegra. Desde la expresión de desdén hasta los reproches. No permitiré que eso suceda. Soy su padre y no pienso dejar que alimenten su cerebro con mentiras hasta que me odie.

—¿Y el traslado está funcionando como esperabas?

—Creo que es demasiado pronto para saberlo. Aún está bastante enfadada por haberse alejado de ellos. Sus abuelos pueden darle cosas que yo no puedo. Es difícil para un padre digerir eso.

En esa ocasión Paula actuó por impulso y apoyó la mano en su antebrazo, justo por debajo de la manga corta de su camiseta. Tenía la piel caliente.

—Pero no pueden darles a Valentina ni a Franco lo más importante de todo. Tu amor. Eso es lo que recordarán el resto de sus vidas. Cuando vean lo mucho que les has querido y lo que has sacrificado por ellos, no importarán las mentiras que sus abuelos hayan intentado contarles.

—Muchas gracias por decir eso —contestó él con una sonrisa.

—He dicho en serio lo de los niños, Pedro —dijo ella, y apartó la mano con gran esfuerzo—. A Abril y a mí nos encantaría tenerlos con nosotras unos días. Y, si necesitas ayuda entre Navidad y Año Nuevo, estaremos encantadas de vigilarlos.

La convicción de su voz pareció borrar la última de sus preocupaciones.

—Si tan segura estás, eso sería fantástico. Gracias. Me quitas un gran peso de encima.

—No hay problema —Paula sonrió para sellar el trato.

 Él se quedó mirando su boca como si no pudiera apartar la mirada. Estaba pensando en el beso. Estaba segura de ello. Cuando finalmente la miró a los ojos, ella supo que no estaba imaginándose el deseo que vio en ellos. Tragó saliva y sintió que se le acaloraba la cara. Deseaba que volviera a besarla, que la rodeara con los brazos y la acorralara contra la pared durante la próxima hora. Pero no era el momento ni el lugar. Él estaba trabajando y tenía otros pacientes. Además, aunque estuviese dispuesto a forjar una amistad con ella, tenía la impresión de que el resto era demasiado complicado para ambos.

—Eh, te veré más tarde —murmuró ella—. Gracias por… todo.

—De nada —su voz se coló hasta lo más profundo de su cuerpo. Hizo todo lo posible por ignorarlo antes de agarrar la correa de Luca y escapar de allí.

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