lunes, 2 de marzo de 2020

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 6

Asintió y vió como se esfumaban sus planes de una cena tranquila viendo el baloncesto en la habitación del hotel. Últimamente se había acostumbrado al camastro que tenía en su despacho. ¿Qué haría sin la señora Michaels?

—Alguien estará aquí con él. No se preocupe.

Ella pareció sorprendida. Al principio Pedro no entendió por qué, pero después se dió cuenta de que estaba reaccionando a su amabilidad. Debía de haber sido un auténtico imbécil con ella.

—Siento lo de antes —le dijo, aunque no se le daba bien disculparse. Probablemente la culpa fuese de su abuelo, pero aquella disculpa le parecía necesaria—. Por no haberle dejado estar presente durante el tratamiento, quiero decir. Debería habérselo permitido. Y también siento lo que acabo de decir. Normalmente no soy tan… duro. Ha sido un día muy difícil y temo que lo haya pagado con usted.

—Ha podido salvarle la pata —respondió ella, ocultando sus emociones bajo una mirada impasible—. Estaba segura de que tendría que amputársela.

—Entonces no podría cumplir su función como perro de rancho, ¿No?

—Probablemente no. Por suerte no es eso lo único que me importa —dijo ella con frialdad.

—He podido soldarle la pata por ahora, pero no hay garantías de que se cure correctamente. Puede que aun así tengamos que amputársela. Ha tenido suerte, si quiere que le diga la verdad. Mucha suerte. No sé cómo ha salido de una sola pieza tras un encontronazo con un toro. Sus lesiones podrían haber sido mucho peores.

—¿Y la parte de la herida?

—No ha tocado sus órganos vitales. La perforación solo tiene cuatro centímetros de profundidad. Supongo que el toro no estaba tan enfadado.

—Pensaría de otra forma si hubiera estado ahí. Estaba ciego de ira. Cuando saqué al perro, golpeó la verja con tanta fuerza que desencajó uno de los pilares.

¿Ella había sacado al perro? Debía de estar loca para enfrentarse a un toro enfurecido. ¿En qué estaría pensando?

—Parece que ya vuelve en sí —dijo él.

El perro gimoteó y Paula se inclinó sobre él. Su pelo oscuro era casi del mismo color que el del animal.

—Hola. Ahora ya estás mejor, Luca. Te pondrás bien. Sé que te duele y que estás confuso y asustado, pero el doctor Alfonso te ha curado y, antes de que te des cuenta, estarás corriendo por el rancho con King, con Sami y con todos los demás.

Paula olía muy bien, como a vainilla y flores silvestres. Aquel aroma resultaba un cambio agradable en comparación con los olores, a veces desagradables, de una clínica veterinaria. Fue un descubrimiento inquietante. No quería fijarse en nada de ella. Ni en su dulce olor ni en la curva elegante de su cuello. Y tampoco quería ver como, al colocarse el pelo detrás de la oreja, dejó ver un pequeño lunar justo debajo del lóbulo… Pedro se obligó a apartarse y bloqueó el sonido de su voz mientras calmaba al perro. Casi se había olvidado de su empleada, hasta que esta salió del vestuario poniéndose el abrigo.

—¿Te importa que me vaya? Lo siento. Es que son más de las seis y media y tengo que estar en la fiesta de Navidad de mi parroquia dentro de media hora. Y todavía tengo que ir a casa a por las galletas.

—No. Puedes irte. Siento haberte hecho trabajar hasta tan tarde.

—No ha sido culpa tuya.

—La culpa es del curioso de mi perro —comentó Paula con una sonrisa de disculpa.

Josefina se encogió de hombros.

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