miércoles, 25 de marzo de 2020

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 57

—Tengo mis momentos.

Le sonrió y él quedó cautivado por lo guapa que era, con el pelo oscuro que escapaba de su coleta y sus mejillas sonrojadas por el calor del horno. Tenía serios problemas. No sabía qué hacer con aquella atracción. Estaba al borde de un precipicio y, cuanto más tiempo pasaba con ella, más se acercaba al abismo.

—¿Conoces a mi perro? —le preguntó Sofía—. Se llama Apolo.

Aliviado por la distracción, Pedro dejó de mirar a Paula y se centró en su sobrina.

—Creo que aún no conozco a Apolo. Es un nombre muy bonito para un perro.

—Es muy simpático —declaró Sofía—. Me chupa la nariz. Hace cosquillas.

—Nosotros tenemos un perro que se llama Tri —anunció Franco.

—Mi perro se llama Bobby —dijo Gabi—. David dice que es feo, pero a mí me parece el perro más bonito del mundo.

—Apolo también es bonito —agregó Agustín—. Tiene las orejas larguísimas.

—Tri solo tiene tres patas —comentó Franco, como si ese hecho superase a todos los demás.

—¡Mola! —exclamó Gabi—. ¿Y cómo se mueve?

—A saltos —intervino Valentina—. Es bastante mono. Camina con las dos patas delanteras y salta con la trasera. Los paseos con él duran una eternidad, pero no me importa. Sofía, te has bebido toda tu zarzaparrilla. ¿Quieres más?

Sofía asintió y Pedro sonrió al ver como su hija le servía más refresco a la pequeña.

—¡Aquí está la pizza número dos! —anunció Paula entre vítores de los niños.

Dejó la pizza de pepperoni y aceitunas sobre la mesa y la cortó en porciones. Igual que antes, los niños agarraron cada uno una y Pedro se hizo con un trozo pequeño, pero observó que Paula no tomaba ninguno.

—¿Quieres que te guarde una porción? Será mejor que te muevas deprisa.

Paula se sentó en la única silla que quedaba libre, que resultó estar a su otro lado.

—Me estoy reservando para la de pollo a la barbacoa.

—Están todas deliciosas. Sobre todo esta, aunque esté mal que yo lo diga — contestó él encogiéndose de hombros.

—Eres un profesional —le halagó ella.

—Me encanta la pizza. Es mi favorita —declaró Sofía.

—¡A mí también! —exclamó Agustín—. Podría comer pizza todos los días.

—Es mi favorita por tres —anunció Franco, que no quería quedarse atrás—. Podría comerla todos los días y todas las noches.

Valentina puso los ojos en blanco.

—Eres un idiota.

Los niños parecían satisfechos tras haber terminado la segunda pizza.

—¿Podemos ir ya a terminar de ver el programa? —preguntó Abril.

—Siempre y cuando al doctor Alfonso no le importe quedarse un poco más — respondió Paula mirándole.

—¿Cuánto le queda al programa? —preguntó él.

—No sé. No mucho, seguro —dijo Abril.

Paula no parecía muy convencida, pero no contradijo a su sobrina.

—Podemos quedarnos un rato más —respondió Pedro finalmente—. Si dura mucho tiempo más, tal vez tengamos que marcharnos antes de que termine el programa.

A pesar de la advertencia, todos los niños aplaudieron contentos.

—Gracias, papá —dijo Valentina, y le recompensó con una de sus escasas sonrisas—. Estamos pasándolo demasiado bien como para irnos ya.

—Me encanta este programa —dijo Franco—. Me parto de risa.

En cuanto los niños se marcharon para seguir viendo el programa, Pedro se dió cuenta de su error. Se había vuelto a quedar a solas con Paula, rodeado de los maravillosos olores y acorralado por la conexión que había entre ellos. Ella se puso en pie de golpe, supuestamente para ver cómo iba la pizza, pero él notó que ella también lo sentía. Mientras sacaba la tercera pizza del horno, él pensó en algún tema seguro de conversación. Solo se le ocurrió uno.

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