lunes, 9 de marzo de 2020

Cambiaste Mi vida: Capítulo 25

—¿Ya está? —preguntó Paula con asombro.

—Debería estar. Aun así tendremos que vigilarlo de cerca. Si quieres, puedo llevármelo otra noche a la clínica para estar seguros.

—No. Yo… ¡Ha sido asombroso!

Lo miraba como si hubiera colgado la luna y las estrellas en el cielo.

—Gracias. Muchas gracias. Estaba muy preocupada.

—Me alegra que estuviera cerca para ayudar.

—Pero siento haberte despertado.

—No importa. Ha merecido la pena.

—¿Hay algo más por lo que deba preocuparme?

—Creo que no. Le hemos limpiado los pulmones. Si vuelve a tener problemas para respirar, tendremos que hacerle una radiografía para ver si pasa algo más. Si no te importa, me gustaría quedarme un poco más para asegurarme de que sigue estable.

—¿Quieres algo de beber? El café tal vez no sea una buena idea a las tres y media de la mañana, si quieres poder dormir un poco cuando hayamos terminado, pero tenemos té y chocolate caliente.

—El chocolate suena bien.

Pedro no quería pensar en lo cómodo, casi íntimo, que resultaba estar sentado en aquella cocina mientras la nieve caía suavemente al otro lado de la ventana y la casa de madera crujía a su alrededor. Pocos segundos más tarde, Paula regresó con dos tazas de chocolate caliente.

—Es instantáneo. Pensé que eso sería más rápido.

—Me parece bien —respondió él—. Es a lo que estoy acostumbrado de todos modos.

Dió un sorbo y casi suspiró de placer al notar la mezcla de chocolate y frambuesa.

—No es un instantáneo cualquiera.

—No —contestó ella con una sonrisa—. Lo compro en una tienda gourmet que hay en Jackson Hole. Lo traen de Francia.

Volvió a dar otro sorbo y dejó que los sabores se mezclaran en su lengua. Merecía la pena interrumpir una noche de sueño con tal de probar aquel chocolate. Ella se sentó a la mesa frente a él, y Pedro no pudo evitar fijarse en como el cuello amplio de su camiseta se abría ligeramente con cada respiración.

—¿Qué tal la casa?

—Bien, de momento. Claro, que aún no he podido dormir una noche entera en ella.

—Lo siento mucho, sobre todo teniendo en cuenta que anoche tuviste que quedarte toda la noche con Luca.

Él se encogió de hombros.

—No lo sientas. No quería decir eso. Es parte de mi vida, algo a lo que estoy acostumbrado. Suelen llamarme con frecuencia en mitad de la noche para emergencias.

Incluso sin las interrupciones relacionadas con el trabajo, normalmente dormía mal.

—La casa está bien. Los niños están encantados de tener más espacio y la señora Michaels está entusiasmada por tener una cocina de nuevo. Para cenar ha preparado sus famosos macarrones con queso. Tendrás que probarlos alguna vez. Están tan buenos como tu chocolate caliente. He de admitir que echaba de menos sus platos.

—Debes de sentirte muy afortunado porque estuviera dispuesta a venir contigo desde California.

—Ni te imaginas lo afortunado que me siento. Estaría totalmente perdido sin ella.  Desde que murió Nadia, mi esposa, Alicia nos ha ayudado mucho.

—De todos los lugares en los que podrías haber comprado una clínica, ¿Por qué escogiste Pine Gulch?

—El doctor Harris y yo nos conocíamos desde antes de que yo me graduara en la Facultad de Veterinaria. Nos conocimos en una conferencia y hemos mantenido el contacto por correo electrónico. Cuando me dijo que se jubilaba y que quería vender su clínica, me pareció la oportunidad perfecta. Tenía… razones para querer irme de California.


Paula no le presionó, aunque vió la curiosidad en sus ojos. Deseaba contárselo. No sabía por qué. Tal vez porque nunca lo había hablado con nadie, ni siquiera con la señora Michaels.

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