lunes, 30 de marzo de 2020

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 67

—¿Por qué lo dices?

—Odias la Navidad, pero no quieres decepcionar a tu sobrina de ningún modo. Eso me resulta asombroso. La quieres mucho, ¿Verdad?

—Así es. Es la hija que probablemente nunca tendré.

—¿Por qué no? Eres joven. ¿Qué te hace pensar que no tendrás una familia algún día?

Quiso decirle que tenía miedo de estar enamorándose de un veterinario que había dejado claro que no quería tener una relación, pero sabía que no podía hacer eso.

—Algunas mujeres estamos destinadas a ser tías favoritas, supongo.

Antes de que Pedro pudiera responder a algo que, sin duda, había sonado patético, Paula se apresuró a cambiar de tema.

—¿Necesitas ayuda con los regalos de los niños? Puedo pasarme esta noche cuando se hayan acostado y ayudarte a envolverlos. No creo que tardemos mucho. Una hora como mucho.

Pedro se quedó mirándola y después negó con la cabeza.

—No creo que sea necesario. Probablemente me las apañaré. O dejaré todo sin envolver. No será el fin del mundo.

Otro rechazo. Paula estuvo a punto de suspirar. Ya debería haberse acostumbrado. En esa ocasión solo le había ofrecido su ayuda, pero al parecer ni siquiera deseaba eso de ella.

—No hay problema. No querría presionarte.

—Esa es mi frase. No quiero que te sientas obligada a venir a medianoche para envolver los regalos de un padre inepto.

—¡No lo había visto de ese modo! —exclamó ella—. Solo quería… ya sabes. Aliviar un poco tu preocupación.

—En ese caso, de acuerdo. Este año todo es una locura, con la casa alquilada y sin la señora Michaels. Probablemente deba intentar mantener el resto de nuestras tradiciones navideñas. Papá Noel siempre ha envuelto los regalos. Seguro que a Franco no le importará, pero Valentina lo verá como otro fracaso por mi parte si no hago las cosas como ella está acostumbrada —hizo una pausa y se quedó mirándola—. Creo que mi deuda contigo crece y crece sin parar.

—Los amigos no llevan la cuenta de esas cosas, Pedro.

Como al parecer eso era lo único que llegarían a ser nunca, al menos sería la mejor amiga que hubiera tenido jamás.

—Gracias.

Decidió entonces que no podía quedarse allí sentada conversando con él. No cuando deseaba mucho más.

—Oh, ahí están Brenda y David. Le prometí a Brenda que hablaría con ella sobre el menú de la cena de Navidad. Debería ir a hacerlo. ¿Me disculpas?

—Claro —contestó él poniéndose en pie.

—Hablo en serio con lo de ayudarte con los regalos. ¿Por qué no me llamas cuando los niños se hayan acostado y me acerco?

—Debería negarme. Es algo que probablemente debería poder hacer yo solo, pero la verdad es que agradezco tu ayuda.

Paula sonrió, haciendo un esfuerzo por ocultar cualquier señal de anhelo por su parte, y se alejó de él. Tenía veintisiete años y acababa de descubrir que tenía una vena masoquista. ¿Por qué si no seguiría metiéndose en situaciones que le causarían más dolor?

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