viernes, 27 de marzo de 2020

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 64

—Los dejaré cerca de la puerta e iré a buscar estacionamiento —dijo Federico.

Paula quiso decirle que no, pero, como llevaba puestas sus botas negras de tacón alto, no dijo nada.

—¿Quieres que lleve uno de los pasteles? —preguntó Abril.

—Tú llevas las cosas de baño. Puedo yo —respondió ella.

Como imaginaba, la entrada de la casa de los McRaven estaba hermosamente decorada con guirnaldas de luces parpadeantes. Había también tres árboles decorados con luces. La puerta se abrió antes de que pudieran llamar y apareció Analía McRaven.

—¡Oh, Paula! ¡Has venido! Pensé que nunca llegaría el día en el que podríamos convencerte para que vinieras a nuestra fiesta de Navidad.

Walter apareció junto a ella en la puerta y les dedicó una amplia sonrisa. No se parecía en nada al hombre frío que recordaba que había llegado al pueblo cinco años atrás.

—Paula, me alegro de verte —le dio un beso en la mejilla antes de rodear a su esposa con un brazo—. ¡Y has traído comida!

—¿Dónde quieren que deje los pasteles?

—¿Además de en mi estómago? —preguntó Walter—. Tienen muy buena pinta. Seguro que hay sitio en la mesa de los postres. ¿Qué estoy diciendo? Siempre hay sitio para un pastel.

—Te ayudaré —dijo Jenna mientras agarraba uno de los pasteles—. Walter, ¿Quieres decirle a Abril dónde puede ponerse el traje de baño?

—Ya lo llevo puesto —anunció Abril.

—Bien pensado —contestó Walter—. Pues entonces te mostraré dónde puedes dejar tus cosas.

Se marcharon y Analía condujo a Paula en dirección contraria hasta llegar a la cocina, donde se encontraba ya al menos una docena de sus amigas.

—¡Hola, Paula! —le dijo Emilia Cavazos con una sonrisa mientras colocaba algo de chocolate en una bandeja.

—Hola, Emi.

Allí no había nada por lo que preocuparse, pensó. Adoraba a aquellas mujeres y se reunía con ellas frecuentemente en diversos actos sociales. Podría fingir que aquella era una de sus fiestas habituales.

—¿Saben? Paula sería perfecta para lo que estábamos hablando antes — comentó Magdalena Dalton.

—¿Para qué? —preguntó ella con desconfianza. Con las mujeres de Cold Creek había que tener cuidado.

—Todas nos hemos fijado en el nuevo veterinario; un atractivo viudo con dos hijos adorables —explicó Jenna—. Estábamos intentando pensar en alguien a quien pudiéramos presentarle sutilmente.

—Ya nos conocemos —contestó ella. «Y nos hemos besado», agregó mentalmente, aunque decidió guardarse esa información.

Belén Dalton, casada con el mayor de los Dalton, Sergio, ladeó la cabeza y se quedó mirándola.

—¿Sabes, Magda? Creo que tienes razón. Es perfecta para él.

—¿Lo soy?

—¡Sí! A los dos les gustan los animales y se os dan bien los niños.

—Tenemos que encontrar la manera de juntarlos —intervino Emilia, la muy traidora.

—Gracias, pero no es necesario —se apresuró a responder ella—. Como ya he dicho, el doctor Alfonso y yo nos conocemos. Trató a un perro mío que estaba herido hace unas semanas. Y, por si no lo saben, actualmente está viviendo en la casa del capataz del River Bow.

—Oh. No sabía que los niños y él se hubieran ido del hotel —comentó Juana Boyer Dalton, directora de la escuela de primaria—. Me alegra que no pasen ahí las Navidades. No te ofendas, Laura.

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