miércoles, 25 de marzo de 2020

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 60

—Te habrían disparado de haber sabido que estabas aquí.

—Quizá.

—Nada de «quizá». ¿Crees que lo habrían dudado por un momento?

—No sé. Cuando al fin oí que se marchaban, esperé varios minutos más para asegurarme de que no regresaban. Después salí para llamar a la policía. Para entonces, ya era demasiado tarde para mi madre. Apenas aguantaba cuando llegó Iván con el resto de paramédicos. Tal vez, si hubiera llamado antes, no habría perdido tanta sangre.

Ahora todo tenía sentido. El vínculo entre los hermanos ocultaba un dolor profundo. ¿Sería esa la razón por la que Paula seguía en el rancho después de todos esos años? ¿Se habría quedado allí por la culpa, escondida metafóricamente en la despensa? ¿Sería ese el motivo por el que ya no cantaba?

—No fue culpa tuya. Es algo horrible, y más para que le ocurra a una chica joven.

—Supongo que ahora entiendes por qué no me gusta mucho la Navidad. Lo intento, por el bien de Abril. Ella ni siquiera había nacido por entonces. No me parece justo hacer que se pierda la diversión de las fiestas navideñas por la muerte de gente a la que no conoce.

—Lo entiendo.

En ese momento Paula apartó la mano de él y se levantó para llevar su plato al fregadero. Aunque Pedro notaba que estaba intentando poner distancia entre ellos de nuevo, agarró su plato también y fue detrás de ella. Paula pareció sorprendida.

—Oh, gracias. No tenías por qué. Eres un invitado.

—Un invitado que te debe mucho más que el tiempo que se tarda en recoger unos pocos platos —respondió él antes de regresar a la mesa para recoger el resto de platos, servilletas y vasos que los niños habían dejado.

Después agarró un trapo y comenzó a secar los pocos platos que había en el escurridor junto al fregadero. Aunque pareció que ella iba a decir algo, no lo hizo, y ambos pasaron unos minutos trabajando en silencio.

—A mi madre le gustaban mucho las Navidades —dijo Paula cuando casi habían terminado de lavar los platos—. A mi padre también. Creo que eso hace que sea más difícil. Mi madre decoraba la casa incluso antes de Acción de Gracias y se pasaba el mes horneando. Creo que a mi padre le hacía más ilusión que a nosotros. Cantaba villancicos con todas sus fuerzas. Durante todo el mes de diciembre, después de que hubiéramos hecho los deberes, nos reunía en torno al piano de cola que hay en la otra habitación para que cantásemos con él. El escaso talento musical que pueda tener yo lo he heredado de él.

—Me gustaría oírte cantar —dijo él.

—Te dije que ya no canto.

—¿Y crees que a tus padres les gustaría eso?

—Lo sé. Me digo lo mismo todos los años. Mi padre en particular se sentiría muy decepcionado conmigo. Me miraría con aquellas cejas pobladas y me diría que la música es la medicina para los corazones rotos. Era lo que solía decir. O citaba a Nietzsche: «Sin música, la vida es un error». Racionalmente lo sé, pero a veces lo que entendemos en nuestra cabeza no tiene nada que ver con lo que sentimos en nuestro corazón.

—A mí me lo vas a decir —murmuró él.

Ella lo miró con curiosidad y apoyó una cadera en la isla de la cocina. Pedro sabía que debía mantener la boca cerrada, pero sin poder evitarlo le salieron las palabras.

—Mi cabeza me dice que volver a besarte es una idea completamente ridícula.

Ella se quedó mirándolo con los ojos muy abiertos y los labios ligeramente separados.

—¿Y tu corazón tiene otra idea? Eso espero.

—Los niños… —dijo él.

—… están entretenidos viendo un programa y sin prestarnos ninguna atención.

Pedro dió un paso hacia delante, casi en contra de su voluntad.

—Esto que hay entre nosotros es una locura.

—Absolutamente —convino ella.

—No sé qué me pasa.

—Probablemente lo mismo que a mí —murmuró ella.

También dió un paso hacia delante, hasta quedar a escasos centímetros de distancia. Tenía que besarla. Le parecía inevitable.

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