viernes, 6 de marzo de 2020

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 17

Él no sabía nada sobre cómo hacer adornos para el árbol de Navidad. Nadia siempre se encargaba de las decoraciones, y su ama de llaves se había hecho cargo del asunto tras su muerte.

—Vamos. Les enseñaré la casa. No es gran cosa, como pueden ver. Simplemente esta habitación, la cocina y el comedor. Y arriba los dormitorios.

El salón estaba amueblado con un sofá de color borgoña y dos sillones reclinables de cuero. La televisión era antigua, pero bastante grande. En una de las paredes había una chimenea de piedra con una repisa de madera. La chimenea estaba vacía, pero alguien, probablemente Paula, había apilado varios leños en un cubo que había al lado. Pedro se imaginó lo acogedor que resultaría el lugar con el fuego encendido, las luces del árbol de Navidad y un partido de baloncesto en la televisión. Ni siquiera tendría que molestarse en bajar el volumen para no despertar a Franco.

—Por aquí está la cocina y el comedor —dijo Paula.

Los electrodomésticos parecían algo antiguos, pero en buenas condiciones. El frigorífico incluso tenía máquina de hielo, algo que había echado en falta en el hotel.

—Hay un aseo, y el cuarto de la lavandería está al otro lado de esas puertas. Es bastante básico. ¿Quieren ver el piso de arriba?

Él asintió y la siguió escaleras arriba, intentando no fijarse en como los vaqueros se pegaban a sus curvas.

—Tenemos camas de matrimonio en dos de las habitaciones, y literas en esa de la izquierda. A los niños no les importará compartir, ¿No?

—¡Quiero ver! —exclamó Franco, y entró corriendo en la habitación. Valentina le siguió más lentamente, pero incluso ella parecía sentir curiosidad.

—Hay un cuarto de baño pequeño en la habitación principal y otro en el pasillo, entre los otros dormitorios. Y eso es todo. No es mucho. ¿Será suficiente?

—¡A mí me gusta! —declaró Franco—. Pero solo si puedo quedarme con la litera de arriba.

—¿A tí qué te parece, Valentina?

Ella se encogió de hombros.

—No está mal. Sigue gustándome más el hotel, pero sería divertido vivir cerca de Abril e ir con ella en el autobús. Y con la litera de arriba me quedo yo. Soy la mayor.

—Ya lo solucionaremos —dijo Pedro—. Creo que es más o menos unánime. Creo que está genial. Es cómoda y espaciosa, y no está lejos de la clínica. Agradezco el ofrecimiento.

Paula sonrió, pero le pareció un poco forzada.

—Genial. Pueden mudarse cuando quieran. Hoy, si les parece bien. Solo necesitan sus maletas.

—En ese caso, podemos volver al hotel, hacer las maletas y regresar esta tarde. A la señora Michaels le encantará.

—Me parece bien.

—¿Podemos decorar el árbol esta noche? —preguntó Franco.

—Sí —contestó Pedro acariciándole la cabeza a su hijo—. Probablemente podamos. Compraremos los materiales en el pueblo.

Incluso Valentina parecía algo entusiasmada con la idea mientras salían de la casa.

—Oh, por el amor de Dios —dijo Paula de pronto—. ¿Qué estás haciendo aquí, perra loca? Quieres hacer nuevos amigos, ¿Verdad?

Le hablaba a una collie de aspecto mayor, con pelo gris y ojos cansados, que estaba sentada al pie de los escalones del porche. Paula se arrodilló, sin importarle la nieve, y acarició al animal.

—Esta es Sami. Es mi mejor amiga.

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