viernes, 6 de marzo de 2020

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 18

—Hola, Sami —dijo Valentina con una sonrisa.

Franco, sin embargo, se escondió detrás de Pedro. Su hijo se ponía nervioso con cualquier perro que fuese más grande que un pequinés.

—Es muy mayor. Trece años. La trajimos cuando yo era adolescente. Sami y yo hemos pasado muchas cosas juntas.

—Sami y Pauli. Eso rima —dijo Valentina inesperadamente.

—Lo sé. De pequeños, mis hermanos llamaban al perro y yo pensaba que me llamaban a mí. O me llamaban a mí y Sami venía corriendo. Era todo muy confuso, pero ya estamos acostumbradas después de todos estos años. Aunque yo no le puse el nombre; el ranchero que se la dió a mis padres ya le había puesto nombre. Para entonces ya estaba acostumbrada a él, así que decidimos no cambiárselo.

Pedro vió algo de tristeza en sus ojos y se preguntó cuál sería la causa.

—¿Saben que fue un regalo de Navidad cuando cumplí catorce años? Poco mayor que tú, Valentina.

Su hija pareció entusiasmada porque alguien considerase que estaba más cerca de los catorce que de los nueve, y de pronto se dió cuenta de que Paula lo había dicho a propósito.

—Yo llevaba meses rogando y rogando para tener un perro que fuera mío — continuó ella—. Siempre teníamos perros en el rancho, pero mis hermanos trabajaban con ellos. Yo quería uno al que pudiera entrenar yo misma. Me puse muy contenta aquella mañana cuando la encontré bajo el árbol. Estaba tan adorable con un lazo rojo alrededor del cuello.

Pedro entendía perfectamente su sensación. Cuando era pequeño, había rogado para tener un perro año tras año desde que cumplió los ocho. Todos los años albergaba la esperanza de encontrar un cachorro bajo el árbol, y todos los años se llevaba una decepción. Abrió la puerta del coche.

—Valen, puedes sentarte en medio junto a Franco para dejar sitio a Sami.

—Oh, no. No es necesario. Probablemente esté mojada y huela mal. Podemos ir andando. No está tan lejos.

—Si hay algo que no nos molesta en esta familia, son los perros mojados y malolientes, ¿Verdad? Verás cuando traigamos a Tri para que se revuelque por la nieve.

Sus hijos se rieron, incluida Valentina, lo cual le hizo sentirse satisfecho. Desvió la atención de los niños y vió que Paula estaba observándolo, con la mano en el cogote de la perra y una expresión como pasmada. Volvió a sentir el contacto de antes, cuando había salido de la ducha y la había encontrado en la clínica. El momento pareció alargarse y él se sintió incapaz de apartar la mirada mientras Franco y Valentina se montaban en el coche.  Finalmente Paula se aclaró la garganta.

—Gracias de todos modos, pero aún no estoy lista para irme. Tengo que limpiar el polvo de las dos habitaciones de invitados.

Aquello no iba a funcionar. No deseaba aquella atracción tan repentina. No deseaba sentir el calor en la tripa y el bullir de la sangre. Pensó en decirle que había cambiado de opinión, pero aquello sonaría ridículo. Además, después de haber visto la casa, no quería volver al hotel. Tendría que esforzarse por mantenerse alejado de ella.

—A mí me ha parecido que estaba bien. Podemos limpiar nosotros —le dijo—. No tienes por qué hacerlo.

—Los Chaves somos una familia muy orgullosa. Aunque no solamos alquilar habitaciones por norma general, no pienso dejar que se alojen en una casa sucia.

Pedro decidió no discutir.

—Iré a ver a Luca cuando lleguemos al pueblo. Si creo que está lo suficientemente estable para estar aquí, lo traeré de vuelta cuando regresemos.

Paula sonrió con agradecimiento y él volvió a sentir aquella atracción hacia ella.

—¡Gracias! Nos encantaría, ¿Verdad, Sami?

La perra le olisqueó la mano y pareció sonreír también.

—Luca es su bisnieto —les explicó a los niños—. Supongo que los veré a todos después. Me alegra que les haya gustado la casa.

En lo referente a la situación, la casa era perfecta. En lo referente a la vecina, no estaba tan seguro. Mientras se alejaba con el coche, miró por el espejo retrovisor. Paula Chaves estaba mirando hacia el pálido sol de invierno que asomaba entre las nubes y tenía una mano en la cabeza de la perra. Por alguna ridícula razón, Pedro sintió un nudo en la garganta al verla y le costó trabajo apartar la mirada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario