lunes, 16 de marzo de 2020

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 39

La cena no fue la pesadilla que había esperado. Para cuando llegó a la mesa, la única silla que quedaba libre estaba al otro extremo del lugar ocupado por Pedro, entre Federico y Abril. Estaba hablando con sus hermanos y con Brenda cuando ella se sentó. No la miró, para su tranquilidad. Después de que Federico bendijera la mesa, todos empezaron a hablar a su alrededor. Paula pasó la comida en silencio, hasta que Abril, Gabi y Valentina le preguntaron sobre qué edad había empezado a usar maquillaje.

—Creo que tenía unos trece o catorce cuando empecé a usar algo que no fuera brillo de labios. Aún os quedan unos años, chicas.

—Yo ya estoy preparada —declaró Gabi.

—Yo también —aseguró Abril.

—Mi abuela me dejaba usar sombra de ojos y pintalabios en casa cuando vivíamos en California —dijo Valentina—. Solo podía usarlo cuando estaba allí o cuando íbamos de compras o a comer. Tenía que quitármelo antes de irme para que mi padre no se enfadara, lo cual era una estupidez.

—¡Yo nunca podría hacer eso! —exclamó Abril.

—Mi abuela decía que no importaba.

Paula se quedó mirándolas a las tres.

—Les voy a dar una regla bastante buena. Si no pueden usarlo, probarlo o decirlo delante de su padre, probablemente no deberían usarlo, probarlo o decirlo cuando él no esté delante.

—Totalmente de acuerdo —intervino Federico—. ¿Has oído, Abril?

Las niñas se rieron y empezaron a hablar de algo del colegio, y eso hizo que Paula prestara atención a la conversación que estaban manteniendo los gemelos y Pedro al otro lado de la mesa.

—Bueno, doctor Alfonso, ¿Qué le parece Pine Gulch? —preguntó David.

—Pedro. Por favor, llámame Pedro. Hasta ahora nos gusta mucho vivir aquí. El pueblo parece estar lleno de gente muy amable. Al menos en su mayor parte.

No la miró al decir aquello, pero Paula se estremeció de todos modos, sabiendo que estaba hablando de ella.

—Es de la menor parte de la que has de preocuparte —dijo Iván con un guiño—. Podría darte los nombres de algunas personas del pueblo de las que deberías mantenerte alejado. Estoy seguro de que David conoce a muchas más.

—Me imagino —murmuró Pedro—. Habrá mucho imbécil arrogante y maleducado.

—Será mejor que te lo creas —dijo Iván.

Brenda se aclaró la garganta.

—¿Puedes pasarme el puré? —le preguntó a Pedro.

—Claro, si es que queda —levantó el cuenco donde Paula solía servir el puré de patatas; un cuenco de cerámica con flores que siempre había sido el favorito de su madre.

Por primera vez desde que se sentara a la mesa, Pedro miró hacia ella, aunque tenía la mirada puesta encima de su cabeza.

—Todo está delicioso —comentó—. ¿Verdad, Valen? ¿Fran?

—Excelente —respondió Franco—. ¿Puedo tomar otro panecillo? ¡Con mermelada! Me encantan las fresas.

Pedro agarró uno de los bollos en forma de trébol y untó mermelada encima. Cuando se lo entregó a su hijo, Franco lo devoró en tres bocados y se dejó la boca manchada de mermelada. Pedro agarró su servilleta y le limpió la cara. Ella observó la escena por el rabillo del ojo y sintió un vuelco en el corazón.

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