miércoles, 11 de marzo de 2020

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 28

Cuando su boca se posó sobre la suya, cálida, firme y con sabor a chocolate, Paula no pudo creer que aquello estuviera sucediendo. El atractivo veterinario estaba besándola un día después de pensar que era maleducado y arrogante. Durante unos segundos se quedó petrificada por la sorpresa, pero después empezó a sentir el calor. ¡Oh, sí! ¿Cuánto tiempo hacía que no disfrutaba de un beso y deseaba más? Le sorprendió darse cuenta de que no se acordaba. Mientras Pedro la besaba, ella giró el cuello ligeramente para tener una posición mejor. Extendió los dedos sobre su pecho y notó su calor en la piel, incluso a través del algodón de la camisa. Se estremeció por dentro. Mmm. Aquello era justo lo que dos personas deberían estar haciendo a las tres de la mañana una fría noche de diciembre. Pedro hizo un sonido gutural que le recorrió la columna y ella sintió la fuerza de sus brazos rodeándola. En aquel momento nada parecía importar, salvo Pedro Alfonso y las sensaciones maravillosas que le provocaba. Aquello era una locura. Era lo que su instinto de supervivencia parecía estar diciéndole. ¿Qué estaba haciendo? No debía besar a alguien a quien apenas conocía. Si seguía así, él  iba a pensar que besaba a cualquier hombre que le dedicaba una sonrisa. Aunque le costó un gran esfuerzo, consiguió apartarse de él unos centímetros e intentó recuperar el aliento. La distancia que había creado entre ellos hizo que Pedro recuperase también el sentido común. Se quedó mirándola con asombro.

—Eso ha estado mal. No sé en qué estaba pensando. Tu perro es un paciente y… no debería haber…

Paula se habría sentido ofendida por la consternación de su voz, de no haber sido por la excitación que veía en sus ojos y por cómo parecía costarle recuperar el aliento. No podía quejarse, pues ella estaba teniendo el mismo tipo de reacción.

—Relájate, doctor Alfonso. No has hecho nada malo, que yo sepa. Tampoco es que yo te haya echado por la puerta.

—No. No —respondió él pasándose una mano por el pelo—. Supongo que no.

—Es tarde, ambos estamos cansados y no pensamos con claridad. Estoy segura de que ha sido solo eso.

Él apretó la mandíbula. Parecía querer llevarle la contraria, pero al final se limitó a asentir con la cabeza.

—Seguro que tienes razón.

—No ha pasado nada malo. Ambos olvidaremos los últimos cinco minutos y seguiremos con nuestras vidas.

—Buena idea.

Aquella disposición por su parte hizo que cierto arrepentimiento se alojara en su pecho. Por un instante se había sentido casi normal, como cualquier otra mujer. Alguien capaz de flirtear, de sonreír y de llamar la atención de un hombre atractivo. Él deseaba olvidar lo que había sucedido, mientras que ella estaba segura de que jamás podría borrar aquellos minutos de su memoria.

—Debería irme.

—Sí —«o podrías quedarte y seguir besándome durante varias horas», pensó ella.

—Llámame si hay algún cambio con el perro.

—Espero que haya pasado ya lo peor. Pero lo haré.

Aquello último era mentira. No tenía intención de volver a llamarle en mitad de la noche.

—Buenas noches.

Ella asintió sin saber bien qué responder. Finalmente él se quedó mirándola durante unos segundos antes de ponerse el abrigo y abandonar la casa por la puerta lateral. Una ráfaga de aire frío se coló en la habitación a través de la puerta y ella se estremeció, aunque no era solo por el frío de aquella noche invernal. ¿Qué diablos acababa de suceder allí?

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